Hay demasiados frustrados. Demasiadas personas que sienten cómo la vida no les ha dado lo que se merecen sin reparar en que la vida no da nada, que la vida es un camino de obstáculos que nosotros debemos saltar cada día. En tiempos de pandemia la frustración ha sido un virus añadido y no digo que no haya habido quienes han sufrido y mucho por motivos realmente serios. La salud, la muerte, la pérdida del trabajo, o el cierre de tu negocio. Lo que digo es que casi siempre no son estos los frustrados.
La pandemia trajo no sólo esa mascarilla que nos hemos quitado más como un gesto de liberación, sino demasiado tiempo para reencontrarnos. Confinamiento, menos relaciones, imposibilidad de viajar o salir de copas, una vida mermada de ocio, de fiestas o de frenética actividad social. Sin espejismos nocturnos. Pasamos de “hacer” a cada momento, a tener que “ ser ” a tiempo completo y resulta que lo que nos quedó, o sea nosotros, no era lo que esperábamos. Y aterrizó la frustración.
Pero no es casualidad que mi amiga Rosa, psicóloga y yo, sentadas la otra tarde en una mesa de la Plaza de la Corredera, esa plaza única, cuadrangular y porticada, rodeadas ya de bulliciosa vida social, en un lugar que durante siglos aglutinó los festejos para el esparcimiento del pueblo y que inspiró a Pío Baroja mientras retrataba en “La Feria de los Discretos ” a una sociedad completamente decadente, coincidiéramos en afirmar que la frustración en las personas que tratamos cada día, lo es casi siempre por cosas ridículamente banales. Son todo lo contrario a los que tienen “grit”.
Angela Duckworth, gurú del estudio de la personalidad, ha acuñado este término en un best seller en el que habla sobre el poder de la perseverancia como la clave de las personas con éxito. La constancia, el esfuerzo y el trabajo dejan poco lugar a la frustración y todo al camino al éxito. La auténtica lacra actual es la falta de perseverancia, de esfuerzo y de aspiración personal a la excelencia.
Hay muy pocos frustrados en el grupo de los “ gritties”, los que se esfuerzan y apasionan por lo que hacen, productivos en su quehacer diario, altamente responsables, optimistas, constantes y que plantan cara - y buena cara - a la adversidad. No es lo que hacen sino como lo hacen, levantándose al caer, impasibles al desaliento, comprendiendo que la vida es esfuerzo y que sin obstáculos que vencer no hay personalidad que cincelar. Me fascina cómo Duckworth define el talento: “rapidez con que las habilidades mejoran con el esfuerzo”. Trabajo, esfuerzo, pasión, actitud positiva, gratitud... ¿ y llevamos siglos intentando esclarecer por qué unas personas triunfan y otras no ?.
Desde aquella mesa de esa plaza de nuevo repleta de jolgorio, mi querida Rosa me miró y dijo: “ Magda, ¿como vamos a sentirnos frustradas?… Jugar en el equipo de los que tienen problemas es una suerte. No estamos en el equipo de los que sufren desgracias.” Amén, porque como dicen en Melilla, como vamos a quejarnos de llorar con un ojo, si hay quien llora con los dos.
Soy cordobesa, del barrio de Ciudad Jardín y ciudadana del mundo, los ochenta fueron mi momento; hiperactiva y poliédrica, nieta, hija, hermana, madre y compañera de destino y desde que recuerdo soy y me siento Abogada.
Pipí Calzaslargas me enseñó que también nosotras podíamos ser libres, dueñas de nuestro destino, no estar sometidas y defender a los más débiles. Llevo muchos años demandando justicia y utilizando mi voz para elevar las palabras de otros. Palabras de reivindicación, de queja, de demanda o de contestación, palabras de súplica o allanamiento, y hasta palabras de amor o desamor. Ahora y aquí seré la única dueña de las palabras que les ofrezco en este azafate, la bandeja que tanto me recuerda a mi abuela y en la que espero servirles lo que mi retina femenina enfoque sobre el pasado, el presente y el futuro de una ciudad tan singular como esta.
¿ Mi vida ? … Carpe diem amigos, que antes de lo deseable, anochecerá.
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