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El Valle

Carlos Puentes

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Dentro de los muchos recuerdos de la infancia, conservo con total claridad, las horas que perdí atontado frente a una edición de un libro de los Récord Guinness. Entre muchos y absurdos récords que hacían dudar sobre la condición inteligente de nuestra especie, salpicaba de vez en cuando alguna que otra curiosidad que estimulaba los centros del placer de mentes ansiosas por responder preguntas propias de un tierno infante de 8 o 9 años. Muchas de ellas, como no podían ser de otra forma, correspondían a los extremos planetarios en todas sus facetas. Así, supe que el Everest era el techo del Mundo o que la Sears Towers de Chicago, era en aquella fecha el homenaje fálico más grande que el hombre se había hecho nunca a sí mismo. Datos, útiles o inútiles según a quien se le pregunte, pero que me fueron sirviendo con el tiempo a convertirme en el ser pedante y despreciable que soy hoy.

De entre aquella marea de datos, recuerdo uno con total nitidez, que vino a agitar mis muy huecos conocimientos. Con extremo orgullo, pude comprobar como el nombre de mi ciudad, aparecía en aquel registro de hitos tontos y muy insustanciales de la Humanidad. Córdoba, se convertía en aquel momento, con toda la oficialidad que podía dar una marca de cerveza irlandesa, en el punto más extremadamente caluroso de toda Europa Occidental. Un hecho que años más tarde pude corroborar gracias a esta cosa de la internet.

Junto a aquel patriótico récord, un inquietante titular daba paso a un escueto reportaje sobre el que supuestamente era (y es) el lugar más caluroso del planeta, Death Valley o El Valle de la Muerte, entre los Estados de California, Nevada y Arizona, allá por los Estados Unidos de América. El breve reportaje hablaba sobre la experiencia viva de dos extremos aventureros que relataban lo vivido. Les hablo de memoria, pero los maromos relataban la necesidad de beber un litro de agua cada hora ante el peligro de caer al suelo deshidratados, cómo podían cocinar un huevo sobre el capó del coche o el inquietante hedor a muerte que cernía sobre sus cabezas por el mero hecho de pasar allí la tarde.

Pero de entre todo aquello, lo más importante y que quedó grabado a fuego en mi cabeza, los infernales sesentaitantos grados a los que se podían llegar fácilmente en el lugar. No es que por aquel entonces fuese una lumbrera, pero sabía ya que la lengua de fuego que caía entre julio y agosto por nuestras calles a media tarde apenas sobrepasaba los 40º C. Años más tarde, aún con el recuerdo del trauma térmico, pude comprobar que aquello no debió más que tratarse de una horrible traducción al español desde el sistema de medición térmica usado en los E.E.U.U..

Lo cierto es que Death Valley es, desde el año pasado, el lugar del planeta donde se ha alcanzado la mayor temperatura medida nunca en una estación meteorológica. La efeméride, reconocida por la Organización Meteorológica Mundial, data del 10 de julio de 1.913, hace casi exactamente 100 años, con la nada despreciable cifra de 56'7º C. Una absoluta barbaridad que puede explicarse por la orografía del lugar y su situación respecto a la influencia de los vientos húmedos del Pacífico y su interacción con el sistema montañoso de las Rocosas norteamericanas, que vienen a generar un anticiclón continental de cuya estabilidad atmosférica permite alcanzar estos días las extraordinarias temperaturas que caracterizan al lugar. Además, el hecho singular de que el Valle de la Muerte se sitúe por debajo del nivel del mar, hace que el efecto de estratificación superficial térmica, eleve el mercurio sustancialmente más allá de lo que en lógica le debería de corresponder.

Como ven, un páramo hermano del nuestro, de otro valle, el del Guadalquivir, que estos días comienza a vivir su particular viaje al infierno. Si bien ni siquiera los recalentados termómetros callejeros apenas llegan a rebasar la marca de los 50º C, lo cierto es que la temperatura máxima registrada en Córdoba no tiene nada que envidiar al de su hermano norteamericano, los míticos 46'6º C del 23 de julio de 1.995, la que posiblemente sea la temperatura más alta jamás registrada en el Viejo Continente. Una marca cuantitativamente inferior pero que cualitativamente, para mí, supera con creces a la registrada en el Desierto de Sonora, en cuanto que los índices de vida animal, vegetal y social a este lado del mundo, constituyen todo un ejemplo vivo de supervivencia en ambientes poco propicios.

Pues bien, anda estos días la meteorología mundial pendiente de lo que ocurre en aquel rincón del planeta, puesto que podría superarse, un siglo después, la histórica marca de los 56'7º C. Un extraño y extravagante fenómeno que está llevando a una ínfima parte del movimiento turístico mundial, a mudar sus teléfonos hasta el intransitable páramo por el afán de echarse la fotografía de turno. Una marca que muy probablemente no llegue a romperse, pero que da buena idea de la oportunidad de oro que estamos dejando pasar en esta ciudad con el turismo meteorológico. Una chorrada como un castillo pero que se demuestra funcional en cuanto que el ser humano es, en su inmensa mayoría, un ser movido por las inútiles chorradas.

¿Y podríamos nosotros superar nuestro particular techo y ofrecer al mundo nuevas oes de asombro? No lo pareciera a la vista de la tendencia modelística, que si bien promete regalarnos días de verdadero calor, aún quedarán lejos de las marcas que podrían ponernos en el punto de mira de la meteorología mundial. Eso sí, vayan preparándose que si bien los registros no serán extraordinarios, la persistencia del mercurio a soprepasar los 40º C parece no tener fin, habiéndose activado ya un aviso naranja por altas temperaturas para mañana, que estoy bien seguro, no se desactivará, mínimo, hasta pasado una semana. Lo siento mucho, pero es lo que (nos) toca.

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