Faroling
En el diccionario del buen meteofreak tenemos un bonito palabro, de dudoso cuño, que responde al grave trastorno psicológico que padecemos quienes nos entusiasmamos por ver pasar nubes, es el faroling. Dicha cosa, no es más que el gusto que le encontramos a mirar al trasluz de una farola cuando llueve y hace frío, con la vaga esperanza de ver caer, entre el caótico lloviznar, algún que otro copo suelto. Evidentemente, el placer que nos hace segregar adrenalina no responde tanto al apasionante mundo de las farolas como al cumplido deseo de ver nevar donde no suele hacerlo. El tiempo al fin y al cabo es como cualquier otro absurdo aspecto de nuestra vida, deseamos lo que otros tienen y nosotros no.
Nos metemos de lleno en la última semana de enero, la que tradicional, y no sé si estadísticamente, nos regala la mayor concentración de gentes mirando farolas al mismo tiempo, un caso digno de estudio, desde luego. Fue la madrugada de un 29 de enero, del 2006, cuando vi nevar por primera vez sobre Córdoba capital. Una madrugada de ensueño que los pocos amantes de la meteo que conozco por esta tierra tenemos grabado a fuego en nuestro recuerdo. Eran las 4 de la mañana cuando se cumplía el milagro que muchos añorábamos desde chicos, con nuestra mirada fija en el resplandor de la farola de turno frente a la ventana de casa, empezaba a nevar, y cuajaba. Noche en vela y madrugón para afotar correspondientemente unas bellas estampas que averigua tú cuando se iban a repetir. Aquel año, esa misma nevada vino precedida de otra muy suculenta que dejó un buen espesor el día de antes por encima de 450 metros en el norte de la provincia.
Un año después, el 27 de enero, una intensa nevada caía como trapos de cocina a las 10 de la mañana sobre la capital, la entrada de un frente activo que aprovechaba el aire frío de retención que había dejado la inversión térmica de la noche anterior, permitió que volviésemos a ver una imagen muy difícil de contemplar en una ciudad a 100 metros sobre el nivel del mar, con fuerte exposición a la influencia del Océano Atlántico. Una absoluta rareza estadística en el punto geográfico que posiblemente ostente el dudoso liderazgo de ser la ciudad más cálida de toda Europa.
Y hoy, mientras escribo estas líneas, me tienen aquí, como hace 7 años, ensimismado con la porción de espacio que ilumina una de las farolas que tengo al otro lado de la ventana, confiando en que el núcleo de precipitaciones que ahora mismo baja desde el norte de la provincia pueda acabar dejando algún que otro copo en plena capital. Puro ensueño, la lógica me dicta que únicamente veré una señora mierda y las sábanas que el vecino de enfrente insiste insensatamente en mantener tendidas esperando que se sequen, pero esa ilusión, que algún que otro médico diagnosticaría como enfermedad, sigue intacta.
Y es que habrán notado que estos días hace frío. No es para menos, una -2 a 850 hPa y una -33 a 500 hPa son palabras mayores. Ya, no entienden un mojón de lo que digo. Pues que en altura tenemos una masa de aire muy fría con clara componente noroeste, es decir, con aire polar. Gracias a Terranova, auténtico protagonista de este invierno, la Península Ibérica está muy expuesta a depresiones originadas en aquella región canadiense, las cuales, en su paso hasta Europa, arrastran aire frío como efecto de la succión que se hace en la vertiente occidental de las mismas. Es una dinámica que empezase la semana pasada, con el paso intermedio de aquella famosa baja llamada Gong y que llegó a dejar buenas rachas de viento en toda la Península, y que ya se despide de nosotros por un tiempo, no sin antes regalarnos algún que otro frente de cierta intensidad a lo largo de esta semana.
Y después, pues si nadie allí arriba lo remedia, vuelta a la zonalidad en nuestra zona, el mismo Terranova que nos da, luego nos quitará, por la acción de un gigantesco monstruo que ya está creciendo y que podría situar una presión de 930 hPa a nivel de superficie frente a las costas islandesas. Una auténtica barbaridad que a nosotros nos dejaría en situación de pantano anticiclónico, con nuestro viejo amigo, el Azoriano, de vuelta al redil del hogar ibérico, es decir, secarral por un tubo y nueva subida de temperaturas, el HORROR.
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