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La demofagia

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Juan Velasco

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La pataleta de este jueves del portavoz de Vox, el abogado cordobés Alejandro Hernández, es un momento estelar en la historia del parlamentarismo andaluz. Esos gestos, su tono de voz, sus gritos, el golpe al micrófono, y su cierre final -“a la porra, coño. A tomar por culo, hombre”- son una fantasía trumpista, ejercitada, además, por la que hasta ayer suponíamos voz de la moderación en Vox Andalucía.

El arrebato de Hernández sorprendió a unos cuántos que no se imaginaban que los diputados de Vox, habituales insultadores profesionales, pudieran tener la piel tan fina. Claro que la sorpresa duró poco. Cuando le pusieron un micrófono delante, la legitimidad democrática que pedía para su partido, que yo le concedo totalmente, tardó un minuto en quitársela a otros. Y no lo hizo de cualquier manera. El hombre, herido en su orgullo, acusaba a Bildu de ser, cito literalmente, “una banda terrorista que tiene las manos manchadas de sangre”.

Nada de “los herederos de ETA”. Nada de “los amigos de los terroristas”. Nada de partido “filoterrorista”. No escogió ninguno de esos apelativos, a los que estamos acostumbrados y que los diputados de Bildu asumen sin levantar la voz. No. Para Hernández, la formación vasca, respaldada por 250.000 personas hace solo unos meses, es “una banda terrorista que tiene las manos manchadas de sangre”.

Al igual que Manuel Carmena, algunos tenemos amigos que votan o han votado a Vox. Y, por tanto, la actitud mostrada por su portavoz no nos sorprende en absoluto. Los grupos de Whatsapp que frecuentamos están llenos de ofendiditos que escupen inmundicia verbal. A veces, cuando se les exponen sus contradicciones, abandonan los grupos y rara vez se van pacíficamente. Lo habitual es que se vayan cargando contra todos, como Hernández.

Porque, a diferencia de algunos de mis compañeros de la prensa, yo no creo que el portavoz de Vox haya mandado a tomar por culo a la presidenta del Parlamento. Creo que ha mandado a tomar por culo al Parlamento entero. Más que machismo, lo que presenciamos este jueves fue un acto de demofagia. Una nueva demostración del hambre de Vox por tragarse la democracia y escupir el hueso.

Una nueva falta de respeto a las reglas de juego del mismo sistema que ampara que tengan voz (y voto) personas que han protagonizado campañas xenófobas contra menores de las que incluso han sacado pecho, defendiendo que tuvieron éxito electoral.

Y efectivamente, la democracia es tan imperfecta como para permitir opiniones xenófobas y homófobas en sede parlamentaria. Las hemos visto esta misma semana. Se consiente a pesar de que la xenofobia y la homofobia no son opiniones. Son delito. Delitos que crecieron un 20% en España el año pasado, por cierto.

Escribo todo esto con una sonrisa congelada. La semana pasada ya vimos que el relato de Vox se había impuesto como para retirar una campaña de concienciación sobre la violencia de género en dos horas y con el beneplácito de los partidos de izquierda, que cuando se dieron cuenta de su error, ya era demasiado tarde.

Así que creo que nos estamos acostumbrando tanto a la demofagia, que algunos le están dando de comer de su plato a los demófagos.

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