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Una andaluza mató al Rector

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Antonio Manuel Rodríguez

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Yo, una andaluza enana, asexuada, perezosa y analfabeta, maté al rector de la Universidad. Soy la andaluza moda, que no media. Una simple cuestión estadística. Andalucía terminó 2014 con 8.402.305 habitantes, de los cuales 4.148.701 son hombres y 4.253.604 mujeres. Así que soy mujer. Cierto que hay 1.566.791 andaluces más que viven en las otras 16 comunidades autónomas españolas, más los millones de emigrantes por Europa y el mundo (sólo 249.859 salieron de Andalucía en 2014). Vamos a dejarlo en que somos diez millones de andaluces, y algunos más porque últimamente los andaluces nacemos donde nos da la gana, y algunos menos porque hay andaluces que ni lo parecen ni lo son. Para no complicarnos la vida, dividimos por mitad la cifra de 8.402.305, lo que da 4.201.157 y medio. Ahora tomamos la tabla de población por municipios y sumamos de mayor a menor hasta encontrarme. Y así resulta que vivo en Linares, soy mujer y tengo 42 años. Tras consultar en los registros del INE el nombre y los apellidos más frecuentes en la provincia de Jaén en 1972, deduzco que me llamo Carmen García Martínez, estoy casada, tengo una niña de 5 años, y mi biografía carece de todo interés, comenzando porque soy ingeniera química.

En realidad, mi hija ya lee y escribe, pero es analfabeta como todos los niños andaluces (Ana Mato dixit) y cómo yo misma, que aunque sea ingeniera, lo que soy de verdad es  una flamenca, en el sentido de la RAE1, es decir de buenas carnes, cutis terso y bien coloreado. La palabra flamenca,  –no vayan a pensar ustedes mal–  no viene del árabe-morisco que hablaban los andaluces y gitanos que lo cantaban (Falah-mencub), sino del neerlandés flaming como la sabia y muy española Academia establece, dado que los holandeses se pasan el día vestidos de faralaes y cantando por soleares. El caso es que las flamencas andaluzas somos chulas e insolentes. Peor, yo en concreto soy una enana asexuada que gorgotea y baila (Gabriel Celaya2) mientras que “los vascos luchan con el hierro, con lo terco, con el cansancio y la rabia”.

Por cierto, hablando de enanos también soy incoherente y anárquica; una persona destruida, poco hecha. Vivo en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual. Soy una desarraigada, incapaz de tener un sentido un poco amplio de comunidad. De entrada, constituyo la muestra de menor valor social y espiritual de España. Y lo peor: si los andaluces, por la fuerza del número –a fuerza de reproducirnos, se entiende (¿no habíamos quedado en que éramos asexuados?)– llegásemos a dominar, sin haber superado nuestra propia perplejidad, destruiríamos Cataluña3.

Por otro lado, practico el jolgorio diario, me tumbo al sol, no trabajo y me encantan los toros, aunque no haya ido en mi vida a una corrida. Soy bandolera y contrabandista, cuando entro a un supermercado, las viejas agarran el bolso. Sobre todo las viejas castellanas porque como escribió el británico Richard Ford: “los castellanos más graves, hijos más verdaderos de los godos, desprecian a los andaluces como medio moros, o bien se ríen de ellos como meros payasos y bufones y cierto es que son algo holgazanes, insinceros, veleidosos y poco dignos (…). De todos los españoles los andaluces son los más dados a la jactancia, se jactan sobre todo de su valor y de su fortuna. El andaluz termina creyéndose su propia mentira y de aquí que siempre esté contento consigo mismo”.  Si buscas en google “funcionario andaluz 6 años”, se inunda de noticias de un empelado público gaditano que se pasó todo ese tiempo cobrando sin trabajar. No de los miles y miles de funcionarios andaluces que hacen justo lo contrario. Porque yo, Carmen García, también me levanto a las siete de la mañana a pesar de ser “una insincera, veleidosa y poco digna”. Ahora bien, como me creo mi propia mentira, siempre estoy contenta conmigo misma.

Me bautizaron, hice la primera comunión, me casé por la Iglesia y fui a ver al papa Juan Pablo II cuando estuvo en Granada, pero no se engañen conmigo que como dice Ford, soy medio mora. Pocas veces esto se dice sin rodeos. Pero hay excepciones muy notables. Como la del fascista español Onésimo Redondo (traductor de Hitler al castellano y teórico del exterminio según el historiador Paul Preston), que habló en 1933 de la “lozanía de primitivismo en las provincias del Sur, donde la sangre mora perdura en el subsuelo de la raza” (citado por Paul Preston, p. 86-87).

Aquí está el problema: Andalucía tiene demasiado de musulmana, judía y gitana, lo cual entraña un verdadero problema de encaje en España. Si tenemos en cuenta que la identidad española vino a ser definida como racial y religiosa, es decir, como castellana, antisemita y antimusulmana. Ser español es no ser ni moro ni judío, dice Américo Castro. Ni gitano o gitana, añadimos.

Soy incivilizada, porque no soy tan española como debiera. Y además hablo fatal, aunque digan los lingüistas que aquí hablamos el “castellano norma” de los quinientos millones de hispanoparlantes. Hasta el punto de que una tal Montse Nebreda viene a Córdoba y no nos entiende y eso que es españolista y de derechas, que si fuera de la ERC gerundense ni te cuento. Fíjaos si hablamos mal que cuando a Juan Ramón Jiménez le dieron el premio Nobel realizó un entrevista para la BBC y Franco mandó que lo doblaran. ¿Hablaba en inglés? No, mucho peor. Hablaba en andaluz. Como Lorca. ¿Y cómo va ser premio nobel un tipo que habla así de mal?

Y además de mal hablamos a voces, dicen que eso es para que quede claro que no le rezamos al dios equivocado, otra vez con lo del Islam y el judaísmo.  España hace bien en controlarnos aquí falta civilización. Vinieron los moros y ya se sabe lo que hicieron. Bueno, La Alhambra y la Mezquita, el sistema de regadío, la ciencia y yo que soy química, pues eso la química. Pero España hace bien en desconfiar. Es verdad que de viaje de novios fui a París y allí me di cuenta de que para todo el mundo España es Andalucía. Había una exposición sobre la generación del 27 –todos andaluces– pero allí decía que eran todos españoles, la edad de plata de la lengua española. Pero claro seguidores de Góngora que era judío y cordobés, cómo Maimónides. La oscura Córdoba -llena de burkas y yihadistas que destruyeron la basílica para alzar la mezquita. Es verdad que los cuatro grandes hijos de Córdoba rezaban a dioses distintos: Séneca, Osio,  Averroes y Maimónides.

El caso es que España se viste de Andalucía y a lo mejor,  sin nosotros, sin Picasso o García Lorca, tendría la importancia cultural de Lituania. Aunque ahí estaría siempre  Quevedo ¡Donde se ponga Quevedo! Porque claro Miguel de Cervantes igual era morisco y Santa Teresa de Ávila tan judía conversa, tan marrana o heredera del sufismo andalusí como San Juan de la Cruz.

Y me guardo lo más gordo para el final: yo estudié en la Universidad de Granada y allí me contaron esta historia: cuando los fascistas toman la ciudad en julio del 36 fusilan al rector que era un joven catedrático de griego y arrojan su cuerpo al barranco de Víznar. Cuando su amigo Unamuno supo de la noticia, maldijo a los andaluces por haber fusilado a su discípulo. Le salió del alma. Sin pensarlo. No maldijo a la guerra, ni al fascismo con el que colaboraba, los pistoleros que matan al rector eran sobre todo andaluces. Igual que yo. La lógica es aplastante. Andalucía mata a un rector, los vascos están luchando con bravura contra el fascismo (bueno, menos Unamuno y los requetés) y los andaluces estamos bailando y de jolgorio como enanos asexuados.

Por hablar sólo de muertes, se estima en más de 55.000 las personas desaparecidas en fosas comunes a manos del régimen franquista entre 1936 y 1951. Andalucía fue el territorio con más ejecuciones y asesinatos (casi un tercio de los muertos de España), sin ser el más ampliamente poblado durante la guerra civil. Fue una cosa meditada en la retaguardia, en los cuarteles de Franco y de terratenientes como Queipo de Llano.

La razón es sencilla: como escribió Carlos Castilla del Pino en 1974, “Andalucía no existe”. Así se explica que cuando hacen películas como ocho apellidos vascos o catalanes nos busquen como paradigma de buen español. Y precisamente por eso, desde Andalucía, vamos a salvar la igualdad y la unidad de España, inundando las calles con banderas rojigualdas como ya hicimos el cuatro de diciembre de 1977 y el 28 de febrero de 1980. Menos mal que sí existe la Junta de Andalucía y la virreina de la colonia para recordarnos que no lo hicimos para exigir justicia social y ser como las que más, como dicen los radicales de izquierda, sino que conseguimos la autonomía para pedir desde Sevilla que nuestros problemas nos los solucionen desde Madrid. Gracias por salvarnos.

[Este artículo es el comienzo de un texto común ideado por José Luis Serrano, Rubén Pérez y yo mismo)

La imagen está tomada de la siguiente web: https://www.pinterest.com/mjesusmojonzapa/julio-romero-de-torres/

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1 Voz flamenco, ca. (Del neerl. flaming). 1. adj. Natural de Flandes. U. t. c. s. 2. adj. Perteneciente o relativo a esta región histórica de Europa. 3. adj. Se dice de ciertas manifestaciones socioculturales asociadas generalmente al pueblo gitano, con especial arraigo en Andalucía. Cante, aire flamenco. 4. adj. coloq. Chulo, insolente. U. t. c. s. Ponerse flamenco. 5. adj. coloq. Dicho de una persona, especialmente de una mujer: De buenas carnes, cutis terso y bien coloreado. U. t. c. s. 6. adj. P. Rico. Delgado, flaco. 7. m. Idioma flamenco. 8. m. Cante y baile flamenco. 9. m. Ave de pico, cuello y patas muy largos, plumaje blanco en cuello, pecho y abdomen, y rojo intenso en cabeza, cola, dorso de las alas, pies y parte superior del pico.

2 Gabriel Celaya, el insigne poeta social de la España antifranquista, escribió un poema titulado “Andaluces, enanos asexuados” bastante significativo: “Nosotros, vascos, luchando/ con el hierro, con lo terco, con el cansancio y la rabia/ y allá en el Sur los flamencos, /los enanos asexuados que gorgotean y bailan (…)”

3 “El hombre andaluz no es un hombre coherente, es un hombre anárquico. Es un hombre destruido, es, generalmente, un hombre poco hecho, un hombre que vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual. Es un hombre desarraigado, incapaz de tener un sentido un poco amplio de comunidad. De entrada constituye la muestra de menor valor social y espiritual de España. Ya lo he dicho antes: es un hombre destruido y anárquico. Si por la fuerza del número llegase a dominar, sin haber superado su propia perplejidad, destruiría Cataluña”. Jordi Pujol  i Soley -- La immigració, problema i esperança de Catalunya -- 1976, Editorial Nova Terra

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