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Proselitismo festivo

Luis Medina

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No voy a hablarles del Córdoba. No hay nada que decir en este largo fin de algo que no llega a ciclo. Espero que estén trabajando en algo parecido a un ciclo que viene. Sería lo suyo.

Hoy voy a detenerme en un deporte nacional realmente bien desarrollado a escala local. El proselitismo festivo. En eso somos campeones. A sabiendas de que este tipo de consideraciones me ponen bajo sospecha de aguafiestas, aburrido, o simplemente “sieso”, debo decir que mi punto de partida es que las cruces siempre me gustaron. Que esta época del año me fascina. Que disfruto con que la gente lo pase bien, porque eso, además, siginifica que lo más normal es que también yo lo estoy pasando bien. Pero la insistencia e intensidad por tomar la calle para cada manisfestación de alegría, euforia o esparcimiento sin ningún tipo de consideración hacia quien no participa de ese momento merece una reflexión colectiva que ya doy por sentado que no habrá. Lo que originalmente puede ser en distintas ocasiones o por distintas causas un excepcional y espontáneo acontencimiento para celebrar algo se ha convertido en una obligada manera de desarrollar las tradiciones. Si su equipo gana, métase en una fuente pública y cabalgue a las estatuas. ¿Cómo es posible que los demás no entiendan que la excepción merece la pena? Si llega la Semana Santa, usted debe entender que poder llegar a su casa o aparcar su automóvil en su cochera durante toda una semana es un lujo imperdonable. Si estamos en mayo, beba colectivamente y vomite sin medida. Puede luego desahogarse en el acerado público, que la cerveza es muy diurética...

Yo vivo en una calle estrecha. Las calles estrechas son mejores como miccionario, ya saben. Ayer los regueros llegaban hasta una calle algo mayor, desde una papelera. Algún día alguien me explicará por qué orinar junto a una papelera hace más higiénica la desvergüenza. Ayer mi calle estrecha olía como jamás la había sentido. Y no era a azahar. La megafonía de cantos populares y cada año más nostálgicos (“si me enamoro algún día me desenamoraré... sueñan las margaritas con ser romero... por la bahía, yo quiero ser marinero por la bahía...” y otras novedades discográficas) acompañan mi encamado descanso hasta bien entrada la noche, para luego despertarme a tempranas horas (para ser un domingo) con los cohetes y cantos de fondo de la romería de la Virgen de Linares, cuyos romeros también quieren compartir su alegría...

Si usted está pensando que esta alegría colectiva fomenta el negocio turístico y hostelero, y que hoy hay que facilitar todo lo que genere dinero le diré que lleva usted razón. Si yo le digo que mi descanso y el de muchas personas favorece la productividad en el trabajo y consolida un derecho inalienable, usted también debería dármela a mí. El regocijo colectivo es hoy un grito coral. Y yo me encuentro cansado. Y ronco. Y en mi calle huele realmente mal.

Jonathan Franzen tituló “Libertad” uno de sus últimos y extraordinarios libros. ¿Libertad individual versus libertad colectiva? He ahí la cuestión sin solución de nuestro tiempo.

Bueno, dejo de escribir que he quedado en una cruz que hay pegada a una residencia de ancianos. Pero tengo derecho a divertirme, ¿no?

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