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En busca de un optimista

Luis Medina

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Corren tiempos en los que el pesimismo está muy mal visto socialmente. No es “cool” no ser optimista. Y  uno no sabe qué pensar, con lo que está lloviendo (también literalmente, en este inicio de otoño).

Y vivimos en una ciudad desafortunadamente demasiado habituada a frustrarse con sus proyectos históricos. Ya saben: el aeropuerto, el palacio del sur, la capitalidad cultural... y, en su medida, el ascenso a primera. Me pregunto si sabemos extraer lecciones de todo esto. Por eso, cualquier crítica acaba en el debate del catastrofismo. Obviamente, esto desvirtúa el análisis, o lo desacredita para quien no quiere escucharlo. Así, cualquier análisis sin final feliz es hoy catalogado de catastrofista. Qué mal nos ha hecho el cine en nuestra infancia. Y así ocurre también en el fútbol, la espita por donde descargamos la presión de los noticiarios, el asidero de tantas pequeñas grandes ilusiones para tantas personas. ¿Hay razones para ello? ¿Es descabellado el proyecto de volver a pelear por el “play off” de ascenso?

Los que ven el vaso medio lleno observan un último partido en casa esperanzador y el más reciente en Villarreal con una mejor disposición general sobre el campo, creando no pocas dificultades al rival. Ven una temporada larguísima por delante. Ven un equipo que no es fácil de doblegar y que es poco goleado. También que el equipo no puede dar su mejor medida sin un Gaspar (ahora lesionado) regular y en forma, y una línea de centrales estable y firme. Pero que llegará. Ven en Rennella un Ibrahimovic ribereño y salvador. Ven la mala suerte como un limo denso que en algún momento conseguiremos desprender de la piel.

Los que lo ven medio vacío ven ocho puntos de veintiuno. Ven que no acabamos de dominar ningún partido (salvo contra el Girona). Ven un equipo que crea pocas ocasiones y que no tiene gol. Ven a Joselu irredento y a Patiño insuficiente. Leen la prensa nacional que califica al equipo de inocente y falto de suficiente ambición, sobre todo en los desplazamientos. Ven una plantilla mermada con las ausencias respecto a la temporada anterior. Ven diferencias entre Berges y un Paco que, sobre todo, derramaba convicción como una mancha de aceite, por supuesto de oliva. Ven un club que negocia eternamente para tener dónde entrenar y que se desayuna la imputación a todo el anterior consejo de administración por su gestión (con dolo, según el informe concursal).

Berges ya empieza a tomar sus primeras decisiones tras el shock de la herencia. Y pide tiempo y calma en cada declaración (“algunos quieren arreglar cuarenta años de historia en siete semanas”). Y no le falta razón. Pero los resultados no son tan buenos como para justificar el juego indeciso y dubitativo. Ni el juego es tan prometedor como para enmascarar resultados tan tibios.

Yo pondría el foco en el campo. La clave está en lo que realmente piensan los jugadores de sí mismos y del equipo. El vestuario, que fue un punto fundamental del buen curso anterior, parece más lánguido y distraído en el presente. Como una evasión sin victoria. Como un parche antes de la herida. La melancolía soterrada en la grada es un vaso comunicante de la que late bajo las camisetas. Hay empeño, hay trabajo, todos repiten el mismo mantra ante los medios, ante el entorno. ¿Pero qué piensan ellos de verdad?. ¿Creen de verdad en sus posibilidades? ¿Qué jugadores hay cerca de su mejor versión? Sólo los laterales han mostrado cierto desparpajo. Ningún otro está ni cerca de sus capacidades, no digamos de nuestras expectativas. Conste en el haber una mejoría paulatina desde hace dos partidos y medio, una disciplina por imponerse a lo que parece el destino escrito. Pero el miedo a no dar la talla ante sí mismos y los demás deja la interrogante de si piensan que lo del año pasado fue un espejismo. Y la convicción es muy difícil de impostar.

Puestas las interrogantes, permítanme una pregunta, créanme, nada retórica. Es casi un mensaje en una botella, a quien la pueda encontrar: ¿Hay algún optimista en la sala?

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