21 km
Cuatro mil participantes. Y muchos interesados que se quedaron sin dorsal. Ver la salida de la carrera es vivir una crecida calle arriba. Multitud de cabezas, sonrisas, rictus de decisión. Complicidades dispuestas a ser compañeras de viaje durante casi dos horas en muchos de los casos. Una masiva respuesta a una prueba consolidada tras veintinueve ediciones, y que vive uno de sus mejores momentos merced a la actualmente muy extendida práctica de salir a correr.
Puede que una sociedad sin demasiados horizontes haya encontrado una espita en los retos personales. Un reto realizable, pero complicado y sacrificado. Correr 21 km. Algo que no muchos deciden intentar. Y ver la llegada de la carrera es vivir un rosario de propósitos cumplidos. Una experiencia gratificante. Más allá de un ganador infatigable, el manchego Pablo López, con un ritmo muy cercano a los 3 minutos por kilómetro, o la primera mujer, en menos de una hora y veinte minutos, o el esforzado corredor en silla de ruedas que a golpe de brazos llega entre los veinte primeros, es reconfortante ver los cientos de pequeñas victorias que se suceden en meta. Un invidente llega con su liebre al lado. Demostraciones de satisfacción, gestos triunfantes, corredores que recorren la última recta junto a sus hijos pequeños, grupos que llegan cogidos de la mano, el lesionado que llega andando, el exigente que arriba mirando su reloj, atletas que saludan a sus amigos en la grada diciendo “¡he llegado, lo conseguí!”. Una pareja llega empujando el carrito de su hijo. Otro corredor llega descalzo con las zapatillas en las manos. Como un río que ha encontrado su camino, se suceden corredores preparados, estilos infames, corredoras pizpiretas, otras sufridas, atletas esporádicos, zancudos flacos, algunos fondones, participantes que esprintan para llegar el mil dosicentos treinta y cinco, compañeros ocasionales que se dan una palmada antes de atravesar la línea de llegada. Mientras abrían el tráfico y se recogían los conos, el coche escoba acompañaba el último kilómetro de la última corredora entre aplausos de los que se la cruzaban. La sensación de que no hay derrotados. Los anónimos que quedan por el camino, sólo posponen su éxito.
En un año, conseguir un dorsal será aún más complicado. El poco ponderado poder de una voluntad firme. Una metáfora muy real de todo lo que, colectivamente, podríamos conseguir. Cuatro mil personas ya saben que es posible.
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