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De la memoria el mañana escrito está

Rafael Ávalos

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La hermandad de Jesús Caído completa de manera brillante, y con la cálida compañía de una multitud de cofrades, su salida extraordinaria con motivo del 250 aniversario de su fundación

La imagen de la ciudad es otra. Donde antes hubiera murallas, ahora existen plazas o calles. Los restos de aquellas paredes en ocasiones son sólo eso y nada más. Quizá la fotografía en piedra de un pasado que es de todos, de los que en época pretérita vivieran y de los lo hacen hoy. También de todos cuantos hayan de venir después. El presente está escrito con esos días y permite iniciar el relato del futuro. Es distinto, como será mañana, pero nunca desaparece. El latido de Córdoba mantiene su fuerza. Por supuesto, igual continúa el de la hermandad torera, la que entre naranjos llena con la presencia de sus titulares el barrio de Santa Marina. Cada Jueves Santo ocurre. Un sábado cualquiera, que por motivo extraordinario deja de ser uno más, también puede suceder. La estampa es tan cordobesa como la que ofrece al de acá y el de allá la imagen de la Mezquita-Catedral. De repente, las dos se funden en una composición perfecta, de absoluta armonía y como reflejo de la grandeza de la historia. Es posible que cuando todo termine, aunque nunca sea el final, parezca todo un sueño. Pero no lo es y en el tiempo va a perdurar.

Cuando la oscuridad es total en el cielo, la luz tiene mayor potencia si cabe en la tierra. La que pisan fieles y costaleros, la que otros musicalizan con sus sones. Por sorpresa toma la madrugada del domingo a centenares de cofrades que en la Cuesta de San Cayetano atienden la subida de Nuestro Padre Jesús Caído. La llama ardiente así es más que nunca y como siempre. Dos siglos y medio de historia acompañan al Señor, así como a la Virgen del Mayor Dolor en su Soledad, que superada la una de la noche vuelve a estar en su hogar. Si bien éste es el corazón de una ciudad que paladea el especial sabor de lo que sus sentidos desconocen hasta este día. Puntualidad estricta existe en el instante en que la cofradía pone broche dorado a su emotiva jornada, que lo es también por cuantos faltan. Como su hermana Carmen Acosta Carmeluchi, cuyos “Vivas” suenan una vez más. No falta su presencia en el alma de su gente.

De brillante manera culmina la hermandad de Jesús Caído el que quizá sea principal acto de la conmemoración de su 250 aniversario fundacional. La salida extraordinaria de sus titulares es razón más que sobrada para que el Patio de los Naranjos, desde muchos minutos antes del inicio de la procesión, acoja a centenares de cofrades. No sólo de Córdoba, sino también de otros lugares. En la Mezquita-Catedral comienza un relato definido con tinta indeleble. Porque memorable es y en el tiempo permanecerá. Por vez primera, el paso de Nuestro Padre Jesús Caído camina a los sones de una banda de música. Es la Sociedad Filarmónica Nuestra Señora de la Oliva de Salteras, que obsequia a la multitud en el lugar congregada un instante inolvidable. Se escucha “Jesús Caído”, de Enrique Báez Centella. Tras el inicio en la Puerta de las Palmas, a la salida del primer templo de la Diócesis, la Banda de Cornetas y Tambores Nuestra Señora de la Victoria toma el relevo. La magia musical de Las Cigarreras toma una ciudad expectante, cuyas calles apenas tienen capacidad, en algunos momentos, para acoger a cuantos quieren vivir una tarde y noche para el recuerdo.

Es sencillo saber por dónde camina el cortejo que precede a Jesús Caído y a la Virgen del Mayor Dolor en su Soledad, pues sólo es necesario observar las señales, en forma de discos con el escudo de la hermandad, que lucen por distintos puntos del casco histórico de Córdoba. Es al grupo joven de la corporación de San Cayetano a quien se debe esa realidad. Engalanadas están muchas calles que van a recorrer las imágenes, que extraen la emoción de los cofrades a su paso por Deanes y Conde y Luque. Nadie quiere que acabe el momento, pero no cabe otra que continuar el trayecto, que tiene uno de sus puntos álgidos en Santa Marina. El barrio no se ausenta de la cita con su Señor, el de los toreros. Abarrotado, éste asiste al lance definitivo con el capote de la devoción por parte de las cuadrillas de costaleros. Abarrotado, éste atiende el último suspiro de una noche que ya es eterna. También cuando las puertas de la casa de hermandad de la cofradía se cierran, allá arriba junto a la iglesia conventual de San José. Abarrotado, éste sabe que lo vivido, vivido está y vivo continuará. Porque al igual que el ayer narra el presente, de la memoria el mañana escrito está.

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