Como desde siempre he sido reacio a levantar pesos o manipular herramientas, pero sé leer, escribir y hablar, he acabado trabajando (es un decir) en medios de comunicación escritos y radiofónicos. Creo que la comunicación y la cocina tienen muchas cosas en común: por ejemplo ambas necesitan emisores y receptores, y tienen una metodología parecida, una suerte de sintaxis y de morfología que deben ser aplicadas. Cocino habitualmente en casa y mi último descubrimiento ha sido comprobar que recoger y limpiar utensilios mientras preparo la comida es muy bueno: ha cambiado mi vida, de hecho. Buen provecho a todos.
Veraneos 27. Espetos
“Señor, Tú has venido a la orilla
No has buscado a sabios, ni a ricos
Tan solo quieres que yo te siga
Señor, me has mirado a las ojos
Sonriendo
Has dicho mi nombre
En la arena, he dejado mi barca
Junto a ti
Buscare otro mar“.
Estos versos de una canción religiosa hablan de un “pescador de hombres”, unos versos que se entonan en las reuniones evangelistas de payos y gitanos, de la que la más grande, Rocío Jurado, hizo una versión (bueno, ahora creo que no, que la Jurado cantó otra más sexy, también con barca varada en su arena y tal...). Bueno, en fin, que suenan ahora en mi cabeza.
En mi cabeza de no creyente. En mi cabeza y en mi corazón no tocado por la fe donde siempre resuenan cosas sin ton ni son. Sobre todo si estoy distraído o relajado.
Estoy en un chiringuito malagueño frente a la playa y, en la arena, han dejado una barca. La barca del espetero. Ya no volverá a hacerse a la mar.
Ahora está varada, casi confundida con el entorno arenoso si no fuera porque en su cubierta crepitan brasas de leña y, al sol, la ligera humareda que desprenden se asemeja a la mirada velada de un miope. Mi mirada.
Sobre esas brasas se clavan pequeñas lanzas que se engarzan con peces que los hombres han llevado del mar a la orilla. Del azul al amarillo solar. Del piélago oscuro a la luz. Sí: es religiosa la cosa.
En la barca se espeta la plata de la sardina y del boquerón, el cobre de cuatros salmonetes medianos, un pargo abierto como un libro a medio leer, los tentáculos del pulpo o sus parientes la sepia o el calamar a los que el calor les va variando el tono de piel, como a usted, como a mí.
El espetero del chiringuito en el que estoy es rumano, me dicen. Uno de los más cotizados del lugar (los empresarios de la zona disputan y pujan por fichar a estos especialistas como si fueran presidentes de clubes de fútbol contratando estrellas). No me extraña. Estamos en pleno mercado de fichajes.
Este espetero es grande y ancho, lleva rodilleras y un pañuelo en la cabeza. Es firme y sutil. E incansable, disciplinado. Es olímpico, pienso. Va a llegar el fruto de su trabajo a mi mesa: “Sonriendo has dicho mi nombre; en la arena, he dejado mi barca”, parece decirme cuando deja la bandeja. Otra vez la puñetera canción.
Si, como yo, no crees en Dios; cree al menos en el espetero. Él cree por nosotros dos, supongo. Si no, estaríamos jodidos
Sobre este blog
Como desde siempre he sido reacio a levantar pesos o manipular herramientas, pero sé leer, escribir y hablar, he acabado trabajando (es un decir) en medios de comunicación escritos y radiofónicos. Creo que la comunicación y la cocina tienen muchas cosas en común: por ejemplo ambas necesitan emisores y receptores, y tienen una metodología parecida, una suerte de sintaxis y de morfología que deben ser aplicadas. Cocino habitualmente en casa y mi último descubrimiento ha sido comprobar que recoger y limpiar utensilios mientras preparo la comida es muy bueno: ha cambiado mi vida, de hecho. Buen provecho a todos.
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