El Triunfo
Siempre tuvo voluntad de triunfar. En todos los órdenes de la vida –signifique eso lo que signifique-, en todo punto, en cada lugar, en todo afán.
Quiso triunfar en su vida pública y en la más cercana, más privada. Triunfar en las misiones autoimpuestas y en las encargadas, triunfar en casa haciendo la cama o unas lentejas.
Triunfar en el amor, en formar una familia, en educar a los hijos, en comportarse en un velatorio, en cuidar en la butaca junto a la cama de hospital.
Quiso triunfar en el supermercado y en la barra del bar. Triunfar viendo el partido, triunfar invitando a una copa, triunfar llevándose a esa chica al hotel en aquel viaje de empresa.
Veía los triunfos ajenos y los hacía suyos. Los que quería entender como triunfos. Los deseados.
Ah, el deseo: ese espacio vacío.
Quería que alguien le compusiera un pasodoble, lo que él creía que era el epítome del triunfo. Un pasodoble que dijera que era el más grande, que sonase en cada una de sus faenas, en cada uno de sus afanes, que le pusiera banda
sonora a todas sus hazañas…
Nadie compuso una nota, ni un verso.
No suenan los pasodobles en los fracasos.
Esa cara B.
Citaré: “fuese y no hubo nada”.
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