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Matrimonios

Juan José Fernández Palomo

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Al parecer el origen está en Murcia y alguna que otra zona del levante peninsular. Al menos por ahí reivindican el invento, con ese típico ataque de autoría localista con la que muchos se acercan al hecho culinario que, como todo invento, suele tener que ver, las más veces, con la casualidad.

Según el purista murciano, el “matrimonio” es un pincho o una tapa que consiste en combinar una anchoa en salmuera con un boquerón en vinagre. Normalmente ensartados por un palillo mondadientes, aunque se acepta sin palillo y relajadas ambas piezas sobre un trozo de pan. No hay excesivo rigor en decidir si es la anchoa o el boquerón la que se pone arriba o el que se queda debajo. Yo pondría a la primera arriba; será porque me estoy haciendo viejo y vago.

Al hablar de boquerón y anchoa estoy utilizando los géneros masculino y femenino, respectivamente, más que nada por cuestiones de uso del idioma porque, prácticamente, anchoa y boquerón son lo mismo.

Sin embargo yo probé mi primer matrimonio en Madrid, que para eso es el rompeolas de todas las españas, y es allí donde, por regla general, vamos los de provincias con más asiduidad que a Murcia.

Tomé un vermú en una de esas tascas que aún quedan sin que les añadan el prefijo “gastro” o la terminación “teca” y me ofrecieron un pincho de boquerón con anchoa (en salazón). Cosa buena.

Madrid, bien lo saben, es la capital del Estado -está escrito en la Constitución- y está ahora gobernada por una señora alcaldesa que está muy bien casada. Y mejor cardada, me atrevería a decir.

Es la misma señora que, no hace mucho tiempo, dijo algo así como que “si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son componentes distintos”, y luego siguió hablando nosequé de hombres y mujeres.

Seguramente, a esa señora un bol repleto de trozos de pera, manzana, melocotón, piña y pepitas de granada le parecerá una orgía inaceptable en vez de una suculenta macedonia.

Los matrimonios tienen mucha aceptación y causan deleite a quienes los prueban. Bueno, a otros no, claro está. Dicen incluso -yo no puedo afirmarlo- que el propio Rouco Varela es muy aficionado a ellos y los suele pedir junto a una caña bien tirada en un bareto cercano a la sede de la Conferencia Episcopal, cuando acaba sus duras jornadas de pastoreo.

Por último, una sugerencia: a la anchoa y al boquerón súmenle, por ejemplo, una guindilla o una cebollita encurtida. Obtendrán un “trío”. Y eso sí que está bien rico.

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