Ilusionados y conectados
Tanto mi colega José Antonio como yo vivimos estas horas y estos días con grandes dosis de ilusión. Se cerró una puerta y se puede abrir una ventana.
José Antonio y yo tenemos el teléfono abierto y con la batería cargada. Puede que el presidente electo del gobierno del Reino de España nos llame en cualquier momento para formar parte de su nuevo gabinete. Hasta el jueves -o así- estamos que no vivimos, como quien dice.
Sueño con que don Mariano se ponga en contacto con Jose y le diga: “he pensado que tú, amigo Nieto, serías un gran ministro de administraciones públicas”.
Yo, por mi parte, seré el mejor ministro de la Muerte posible. El presidente Rajoy me llamará y me dirá algo así como que “si existen concejales en la administración más cercana que se ocupan de los cementerios y tal, he pensado en crear un Ministerio de la Muerte y tú podrías llevarlo”.
“Es un honor”, le diré. “Tengo grandes ideas para ello: no habrá muertos de primera ni de segunda; me pondré en contacto con los herederos de Juan Rulfo, firmaremos un protocolo de hermanamiento con Comala, haremos que los muertos tengan voz en el Parlamento y, poco a poco, los ciudadanos querrán morir para, al fin, sentirse representados.
Sueño con ello. Sueño con un viaje en la cafetería del AVE todos los viernes, compartiendo un ging-tonic (cortito) con José Antonio Nieto después del consejo de ministros. Camino de Córdoba.
“Qué bien que el presidente mirase al Sur para nombrarnos”, diría Nieto. “Pues sí”, le diría yo. “Aunque vaya rollo lo de tu ministerio”. “Es verdad; es un coñazo, no como lo tuyo y los muertos”
“Ah, se siente”. Y nos reiríamos.
Al llegar a la estación de Córdoba, Jose me preguntaría: “Por cierto ¿a qué hora juega mañana el Barça?”
Porque somos colegas y culés (en secreto). Y bajamos juntos desde Madrid todos los viernes.
“A las seis y media en Bein Sports”.
“¿Quedamos?”
“No. No puedo.”
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