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Sobre este blog

Cordobés como el pego, nací en plena Guerra Fría y crecí durante la Paz Caliente. En 1985 vine al mundo un día después de San Valentín. Fue un mal presagio pues el amor poco me ha querido. Quizá fue porque llegué tarde. De pequeño jugaba a ser periodista y de mayor sigo con la tontería. Ahora paso también el tiempo confundido: me consideran millennial y a la vez, viejuno. Me gusta todo lo que a cualquier individuo de un siglo anterior al XXI. Desde hace unos años me soportan en CORDÓPOLIS y a partir de este momento aparezco por aquí sin saber muy bien qué contar. Por cierto, me hago llamar Rafa Ávalos y mi única idea es escribir lo que me salga del… alma.

Paleto, vete al pueblo

Fotograma de la película 'La ciudad no es para mí'

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No me gusta la primera persona. Aunque sea en un artículo de opinión. Incluso menos en ese momento. La firma ya es suficiente. Y curiosamente la utilizo esta vez desde el inicio. El caso es que quiero compartir un momento de mi adolescencia, que pertenece al grupo de recuerdos sin sentido que todos tenemos en nuestras cabezas. Sucede, y si lo niegas, mientes. Puedes olvidar el desarrollo de una novela pero no un asunto en esencia insustancial. A lo que voy. Hace tantos años que no sé ni cuántos, el Córdoba juega en el Municipal de Pozoblanco -hablo de fútbol- ante no sé quién -ya se observa el descontrol neuronal causado por los años-. En un instante determinado, una taruga -y no es despectivo, es gentilicio popular- grita: “¡Cordobeses, gilipollas!”. Tan ancha se queda. Pregunto irónicamente a mi padre: “¿Ellos son de Valladolid?”.

Aquella mujer era una cateta de cinco jotas, como el jamón. Bueno, prefiero la palabra paleto. Es como si tuviera más sonoridad. No se puede ser más bruto en cualquiera de los casos. Pero el colmo es que insultara a los nacidos en la ciudad de las ciudades. Córdoba, la ciudad de los dos milenios; la de las tres culturas -hoy por hoy dejamos a deber, pero en Cultura-; la de los filósofos; la de los cinco sentidos... Ya es sabido que en el resto del mundo la gente no tiene olfato, gusto, tacto, oído o vista -que es lo que nos falta aquí precisamente-. Córdoba, la ciudad de Góngora; aunque no hayas leído un verso suyo en tu vida. Un estornudo de su espléndida nariz era más letrado que la sociedad actual. Córdoba, la ciudad de Manolete; aunque no te guste la tauromaquia, pero queda bonito. Córdoba, la ciudad del Gran Capitán; aunque no sea de Córdoba.

Córdoba, la ciudad de Julio Anguita, Antonio Gala y Vicente Amigo. Y si nos ponemos, hasta de Cleopatra y Marco Antonio. Porque otra cosa no, pero apropiarnos de ilustres nombres se nos da genial. El político nació en Fuengirola, el escritor en Ciudad Real -o más concretamente en Brazatortas- y el guitarrista, en Guadalcanal, en Sevilla. Ostras Pedrín, ¿sevillano? Ah, y Gonzalo Fernández de Córdoba -el Gran Capitán, coño- vio la luz en Montilla. ¿Dónde está eso? Seguramente los que hablan con la lengua estropajosa a principios de mayo de la grandeza de la Cata lo sepan, pero los demás no tenemos ni idea. A ver el mapa… Cojones, que está en Córdoba. Pero no, no en la ciudad que fue capital de la Bética Romana y después de Al Ándalus, el pequeño gran imperio de los omeyas. ¿A quién le importa? El Montilla Moriles es un motivo de orgullo y satisfacción -disoluta-, y punto. Por cierto, importa más de dónde se siente uno que de dónde viene.

Córdoba no es la capital independiente de ningún universo paralelo, es la vida que le otorga su provincia.

Paleto, vete al pueblo. ¿Me desprecias y quieres que te reconozca como paisano? Vas listo. Curiosa expresión pues en este caso refleja la estupidez supina de quien no es nadie y se cree todo. Nací en Córdoba capital. Nací en Córdoba provincia también, ya que media parte de mi familia es de Pozoblanco… y la otra media viene a ser mezcla de Espiel, Belmez o Peñarroya. Nací en una ciudad que hoy día se comporta como si fuera un niño de dos años y no un Matusalén de 2.000; que menosprecia la utopía de la convivencia porque, por no tener, no tiene ni Cultura; que para encontrar un filósofo o sólo un pensador necesita remover cielo y tierra; que quizá huela, saboree, palpe, escuche -y esto lo pongo en tela de juicio- o vea, pero no tiene sentido común. Quizá aquella señora del recuerdo de mi adolescencia tenía sus razones.

Nací en una ciudad de cuya riqueza histórica y patrimonial me enorgullezco, pero también en una provincia inmensa. Enorme en lo que nos legaron, y lo lamento, pero Juego de Tronos se rodó en Almodóvar del Río -por citar un ejemplo-. Tremenda en su extensión y diversidad natural, de la Subbética a Los Pedroches. Magnífica en su esfuerzo, y de esto saben más que nadie quienes varean los olivos en Baena, recolectan melones en Montalbán o recogen el fruto de las vides en Aguilar de la Frontera. Aunque por encima de todo es descomunal por su gente, que es también la nuestra. Su historia y sus costumbres son las nuestras, y sus logros y fracasos, y sus ilusiones, y sus problemas… y su sudor sobre todas las cosas. Porque fueron no pocas de sus manos, desde el norte hasta el sur y viceversa, las que mantuvieron con vida esta exquisita capital de imperio muerto. Las que todavía lo hacen, de hecho. Y si la fortuna nos sonríe a los capitalinos, las que no dejarán de hacerlo jamás. A ver si los palurdos vamos a ser nosotros, tan ensimismados en relatos de otro tiempo que apenas somos capaces de entender que sin pasos no hay camino.

Córdoba, principalmente, es la ciudad del chovinismo insustancial. Vivimos en un sucio narcisismo, como si allende nuestras teóricas fronteras todo fuera inmundicia. Córdoba es la ciudad en hibernación sempiterna: queremos todo y no hacemos nada. Córdoba es la ciudad tópica del tipismo y la indolencia, a partes iguales. Presumimos de lo que un día llegaron a ser otros y permanecemos quietos y en silencio para evitar recordar lo que realmente somos… y lo que quienes nos siguen pueden ser. Córdoba no es la capital independiente de ningún universo paralelo, es la vida que le otorga su provincia por mucho que a algunos les duela. Y si no, reflexionemos sobre la actividad económica por estos lares más allá del turismo… ¿Quién es el paleto, el paleto costumbrista o el que considera a los suyos unos paletos? A lo mejor, aquella señora de Pozoblanco y quienes en los demás municipios tienen cierta tirria cuentan con argumentos de sobra -todos en uno, el desprecio de la capital-.

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Cordobés como el pego, nací en plena Guerra Fría y crecí durante la Paz Caliente. En 1985 vine al mundo un día después de San Valentín. Fue un mal presagio pues el amor poco me ha querido. Quizá fue porque llegué tarde. De pequeño jugaba a ser periodista y de mayor sigo con la tontería. Ahora paso también el tiempo confundido: me consideran millennial y a la vez, viejuno. Me gusta todo lo que a cualquier individuo de un siglo anterior al XXI. Desde hace unos años me soportan en CORDÓPOLIS y a partir de este momento aparezco por aquí sin saber muy bien qué contar. Por cierto, me hago llamar Rafa Ávalos y mi única idea es escribir lo que me salga del… alma.

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