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Como los mosquitos

Miguel Ángel López

23 de mayo de 2019 21:48 h

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Justo frente a la ventana de mi habitación hay un farol de luz anaranjada. Al encenderse, todas las noches incontables insectos revolotean a su alrededor. Todos ellos sucumben a un instinto vital: la fototaxia, un fenómeno fatal. Resulta que algunos bichos presentan fototaxis positiva y sienten atracción por la luz natural de la luna o las estrellas porque les ayuda a orientarse. La luz lejana les pega leve y proporcionalmente en ambos ojos y posibilita el equilibrio de sus movimientos. Otros insectos, sin embargo, poseen fototaxis negativa y prefieren la intimidad de la penumbra, como las cucarachas.

El problema de los primeros empieza cuando oscurece y prenden los faroles. Acuden hacia la luz artificial seducidos por la potencia del haz sin intuir su intenso calor. Muchos acaban achicharrados. Los que no, corren peor suerte y agonizan más tiempo. Merced de la concentración focal, la luz incide más fuerte sobre uno de sus ojos compuestos, provocando una descoordinación del aleteo que se traduce en un continuo vuelo circular y aparatoso. De esta forma, deambulan sin parar, colisionando entre ellos y terminando exhaustos.

Una fototaxia semejante experimentamos los humanoides. Nos sumergimos en el fulgor de las pantallas día a día, minuto a minuto, cautivados por una hiperrealidad lumínica. Nos desorientamos entre millones de informaciones y somos absorbidos, comos los mosquitos, por un artefacto. Se nos difumina el horizonte estrellado y perdemos el camino de la luz natural. Es paradójico desconectar la mente al encender la pantalla. Una vez atrapados en la red, es complicado navegar contra marea. Los sentidos se sumergen y nos dejamos llevar por las corrientes. Nuestra visión, como la de los mosquitos, se encandila, no sabemos si mirar a un lado o al otro, si tirar para la izquierda o para la derecha, si seguir la estela de uno o pasar de su historia. Nuestra conciencia se ciega y la lucidez estremece. Admirados ante tal iluminación ferial, interiorizamos un espectáculo circense con más sombras que luces.

Es entonces cuando nos da por opinar, casi siempre irregularmente, como el ajetreo de los insectos voladores. Creemos aportar un punto de vista distinto, pero desde la ventana solo se avista una maraña de aleteos sin dirección; una colmena de valoraciones con el mismo fundamento que los mosquitos. Asistimos al espectáculo del troleo: que si el final de Juego de Tronos ha estado a la altura de Tyrion… Que si Arya se ha entrenado para ser Ragnar Lodbrok…  Que si los Inmaculados se reproducen por esporas… ¿Y el Dios de Muchos Rostros? ¿Y el Banco de Hierro? En fin, que si Drogon acaba siendo un tierno perrete…  que si al final Echenique es el elegido…  que si Daenerys pinta y colorea Desembarco del Rey… 

Opiniones que, lejos de favorecer un juicio sensato y certero, desmerecen el trabajo de la mejor serie de la historia hasta el presente. Ni The Wire ni leches. Solo el tiempo, o los libros –si George aguanta el tirón– decidirán si el desenlace propuesto ha sido coherente o necesitaba más temporadas para ser madurado. Hace ya varios años que los creadores de la serie cedieron, celéricamente, hacia el potente foco de una industria de éxito deslumbrante. Como los mosquitos.

@humbertlambertt

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