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Mara de Miguel: “Para ser sumiller se bebe poco y se estudia mucho”

Entrevista N&B a Mara de Miguel, sumiller

Redacción Cordópolis

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En un localito de la calle Diario Córdoba, 14, Mara de Miguel (Montilla, 1982) se ha construido su pequeño oasis vinícola donde se refugia siempre que viene a Córdoba. Ahí muestra al mundo, turistas, amigos y vecinos de Córdoba una mínima parte de lo que sabe de vinos. Nombrada recientemente como la mejor sumiller de Andalucía, De Miguel nació con un boli y una botella de vino bajo el brazo. Desde pequeña le gustó eso de catar un caldo y supo apreciar la importancia de esta bebida, que no es amarilla, pero que también es oro líquido. Su amor a la escritura le llevó a ejercer como periodista y a escribir libros (Olor a tinaja y La catadora) pero, años más tarde, se dedicó íntegramente a hacer aquello que hacen quienes aman el vino y desean transmitirlo a la sociedad.

El galardón en el concurso andaluz le llegó en marzo y a finales de este mes espera alzarse como la mejor sumiller de España. En esa batallla estará también su compañero cordobés Manuel Fernández. Mientras tanto imparte catas de vino y aceite de oliva en su local de Diario Córdoba. Pero buena parte de su tiempo lo invierte estudiando. Hace tiempo creía que sabía de vinos pero la constancia y el esfuerzo le han enseñado que no, que nunca se sabe todo de esta “gastronomía líquida” nuestra como ella la llama a la que hay que defender a capa y espada.

P. Hablabas en el vídeo de tu familia, de cómo probaste el vino a una edad muy temprana. ¿Cómo se ha vivido este sector en tu casa?

R. Vengo de una familia que tiene campos, olivos y tuvimos un pequeño viñedo. Mi tío es enólogo y mi padre se ha dedicado siempre a tallar barriles. He crecido muy cerca del mundo de la tonelería, que tiene que ver mucho con nuestros vinos. En casa de mis padres siempre a mediodía se bebía una copita de vino, se comía siempre un primero, un segundo, postre de queso chorizo y postre final, muy al estilo francés. Siempre me gustó sacar el vino del barril y decía “quiero probar”, pero nunca decía “beber”. Me gusta mucho el campo y es que no entiendo la vida sin beber vino.

P. ¿El periodismo te llevó a la bebida y de ahí, al vino?

R. (Risas) Sí, con los sueldos que pagan. No conozco a ningún periodista que no se haya echado a la bebida (risas). Siempre quise contar historias, ya fuera en el periódico, en las redes sociales o a través de otros medios. (Coge un catavinos) Esto son historias líquidas. La gente las llama bebidas espirituosas pero detrás de cada uno de estos vinos siempre hay una historia, de unas personas, de una idiosincracia. Creo que la mejor manera de comunicarle al mundo es a través de emociones líquidas. 

No entiendo la vida sin beber vino

P. ¿Nacemos ya distinguiendo un mal vino de un buen vino?

R. Todos tenemos paladar, que se hace cuando eres pequeño. Según lo que hayas comido en tu casa, si te metías en la cocina, si olías cuando alguien traía los dulces, si te ha gustado la fruta... El paladar lo vamos creando y mejorando día a día. Seguro que si te pregunto que si hace 20 años comías sushi, dirías que no. Si hoy día le preguntas a cualquiera, te dice que sí. El paladar se educa día a día y creo que no hay buen o mal vino, hay historias mejor o peor contadas.

P. ¿Recuerdas tu primera cata?

R. Sí. Fue en la antigua Boca y fue una cata de vinos ecológicos espumosos y donde había un vino de Robles de aquí de Córdoba. Fue muy gratificante tener a personas que no me conocían de nada. Pensaba que en aquel momento sabía de vinos. Qué ironía. Fue muy bonito y siempre que paso por el local me trae muy buenos recuerdos.

P. ¿Cuándo fue?

R. Um... En 2010.

P. ¿Seguías ejerciendo como periodista?

R. Sí. Yo nunca he abandonado el periodismo. Ha habido veces que he estado más activa y otras que menos, como ahora. No me da tiempo. No quiero sacar reportajes cortos porque no es lo que quiero hacer, pero una entrevista en profundidad o un reportaje con sustancia lleva tiempo. He dejado de escribir porque no puedo. O estudio o escribo. 

P. ¿Tu día a día viaja entre Córdoba y Londres?

R. Antes de la pandemia, sí. Ahora espero a partir de mayo volver mucho más a Londres y me empezaré a mover por Berlín e Italia. Pero Londres es el centro neurálgico del mundo del vino a nivel mundial. 

P. ¿Cómo se forma una persona para ser sumiller?

R. Esforzándose y estudiando mucho. Hoy, a las 5:00, tenía cinco libros abiertos con el atlas del mundo del vino... Se bebe poco y se estudia mucho. Google Maps es uno de los mejores aliados porque si estás estudiando, por ejemplo, Australia o Tazmania, te permite indagar y contrastar. Pero, sobre todo, entenderla, igual que entiendo que hoy en día Córdoba, entiendo otras zonas que no he pisado y que tengo muchas ganas.

Es muy divertido entrenar el paladar

P. ¿Y cómo se decide abandonar una redacción para dedicarte al mundo del vino?

R. No fue una decisión difícil. Siempre había escrito de gastronomía o de restauración. Además, mientras estaba en la carrera había trabajado en restaurantes, sitios de vino y bares de copas. Cuando llegué a Londres y empecé a hacer servicios para multimillonarios o para la gente de la realeza dentro del Big Ben, muchos compañeros me preguntaban en qué escuela de hostelería había estudiado y le decía que en la de mi casa. Decidí cambiar porque nos despidieron de 20 Minutos y con la indemnización busqué algún curso en la Cámara de Comercio de Madrid para decirle al mundo que sabía de vinos de verdad. Años después he descubierto que no, pero ese fue un punto de iniciación. 

P. ¿Cómo ha afectado la pandemia a tu trabajo? Porque hacer una cata con mascarilla...

R. Sí, sí. Los meses duros me dediqué a leer, a mirar muchos vídeos por Internet y cuando ya se abrió la veda empecé a dar catas a grupos muy pequeños y con mascarilla. Yo servía el vino y me iba a otro lado del local para que la gente se quitara la mascarilla. He estado dando catas para una persona y no importaba porque había que lanzar al mundo que Córdoba seguía abierta para recibir al turismo. Córdoba vive de él y de la cultura gastronómica. Prácticamente doy catas 29 días al mes. La broma de nunca pensé que tendría más alcohol en mis manos que en mi hígado es así y no pasa nada. He estado dando catas con la mascarilla, la pantalla protectora y para gente que eran amigos. También he dado muchas catas online. Cuando sé de dónde viven les busco en qué supermercado o vinoteca pueden comprar los vinos de los que vamos a hablar, yo busco lo mismo y se conectan. De aceite de oliva también hago catas online. No es lo mismo que las catas presenciales pero es lo que hemos hecho. Ha sido muy divertido porque eran videollamadas de Zoom, a veces de hasta diez personas, y las catas eran regalos de cumpleaños.

P. ¿Son los turistas los que más solicitan cata?

R. Para turistas ahora doy muchísimas catas de aceite de oliva y te diría que incluso más que de vino. La gente quiere saber y conocer. Luego hay amigos que me llaman y hacemos catas privadas. Pero la gente se ha vuelto loca con el aceite de oliva y eso es muy bonito. Es una manera de demostrar que somos uno de los mayores productores del mundo.

P. Has hecho también catas con niños.

R. Sí, sí, porque el paladar es algo que se educa. En Reino Unido he hecho muchas catas en colegios y ahora hago muchos talleres de salmorejo y con niños con distintas habilidades. En un vino, al final, hueles flores, frutas y especias. Me da igual tener un vino que un zumo de mango o de piña porque si te lo pongo a ciegas y no eres capaz de identificarlo, significa que tu cerebro no está preparado. Sin embargo, si estás muy acostumbrado a tomar zumo de uva, lo vas a identificar. Por ejemplo, es muy divertido porque la Coca Cola no sabe a lo que tu crees que sabe. Los niños se pegan unos rebotes porque quienes se creen que saben a lo que sabe, se encuentran con que no. Es muy divertido entrenar al paladar.

Hay que trabajar con las nuevas generaciones porque si se dedican a tomar bebidas edulcoradas, con 400 miligramos de azúcar residual -llámese Red Bull, Monster...-, no hay puente entre eso y un amontillado. Tú no puedes pasar de esa cantidad de azúcar a cero o a tres miligramos. Necesitas crear un puente y es a través de la educación. Hay mucha gente que critica estos vinos que se han puesto de moda, como los espumosos, los frizantes o los 5.5. y creo que son un punto maravilloso. La juventud se acostumbra a tomar burbujas con mucho azúcar, por lo que la conexión con nuestros vinos, nuestro patrimonio histórico líquido, es empezar por esos vinos. A medida que tu paladar se va haciendo, va a tener más conexión con aromas y sabores más secos y con otras emociones. Forma también parte del proceso de madurar. No es lo mismo el vino que queremos cuando salimos de Cruces que el vino de cuando estamos a gusto y queremos rock and roll pero de otra manera. 

P. ¿Nos engañan con los precios? ¿Un buen vino es sinónimo de vino caro?

R. (Risas) No nos engañan. El mundo es un producto y una industria, igual que la ropa o los colchones. Un vino bueno es el que tenga una estructura lo suficientemente apta si queremos que evolucione o si queremos tomarlo ahora. Son distintos niveles cognitivos. No es lo mismo un sábado noche y la conversación que tienes en un bar alternando, que la que tienes un domingo por la mañana con tu madre tomándote un café o la que tienes con tus amigas un jueves por la tarde noche. Hay distintos tipos de vino y cambian según el momento. El precio simplemente es ponerle valor a tu trabajo.

He estado dando catas con la mascarilla y con la pantalla protectora

P. ¿Y hay cultura general de vino para saber diferenciar uno u otro cuando vamos al supermercado?

R. Creo que no. ¿La gente cree que sabe de vino? Tampoco. La gente se asusta. Lo que siempre me dicen en las catas es que “como yo no sé de vinos”... No sabrá de vinos pero sí sabrá lo que le gusta y lo que no. Hay un gran error: la gente sabe más lo que le gusta de lo que no le gusta, pero no le quiere poner el sustantivo de “el vino” porque le da miedo tener esa responsabilidad. Creo que lo que hay que hacer es atreverse y salir de la zona de confort. Esto es ensayo y error. Tengo que decir que las redes sociales están haciendo mucho bien. Cada vez veo a más gente joven que se toma un vino, da igual cual, se hace una foto y la sube a 'Instagram'. Eso da mucha alegría. Veo a gente joven haciendo tik toks y vídeos divertidos con respecto al mundo del vino y creo que es lo que le hacía falta: quitarle la seriedad. No es una cuestión de precio, sino de saber entender qué bebemos. Hay veces que te apetece tomar algo más ligero porque estás de risa o porque has salido con ganas de juerga, y hay otras veces que te apetece algo más reposado y tranquilo. Tiene mucho que ver con los estados de ánimo. 

P. ¿Esto que comentas no puede caer en el llamado postureo?

R. Pero a mí eso me parece bien. Mucho mejor que alguien salga con una botella de vino postureando que salga con otra cosa. Eso significa que a resto de sus amigos le puede generar curiosidad. Es también una cuestión de visibilidad así que, viva el postureo. Siempre digo que es muy importante creerse lo que somos.

P. ¿El formato de la Cata del Vino también lleva a esto o cambiarías algo?

R. Creo que es un formato único, me encanta y creo que tiene más de divulgación de lo que la gente piensa. El resto del año ya estamos el resto de profesionales haciendo formación o acudiendo a una bodega. Por encima de todo, la Cata del Vino no es profesional, sino lúdica, y para celebrar el mayo festivo. Creo que desde hace algunos años hay una parte técnica. No digo que la cata no tenga cosas que mejorar, pero se le ha criticado mucho. Aún así creo que el imaginario colectivo de una zona vitivinícola sea eso, la Cata del Vino. Es un momento único del año donde todos somos cicerones de nuestro vino. Eso no lo cambiaba por ninguna de las ferias profesionales que pueda haber a lo largo del año porque la Cata es cultura gastronómica, independientemente de otras cuestiones. Estoy muy a favor del formato y ojalá siga muchos años así porque es un buen momento para invitar a mucha gente que viene a Córdoba a beberse un vino y a escuchar. Es muy importante quitarle la seriedad al mundo del vino; es algo lúdico y de diversión y muchas veces la gente o los profesionales del vino pecan de que sea un mundo muy elitista y es todo lo contrario.

P. Ese carácter elitista es lo que ha hecho que la población se haya alejado de él?

R. Sí, y es un gran error. Creo que en este mundo globalizado puedo decidir tomarme 25 cervezas o dos copas de vino. Es el bolsillo que tengo. Es una cuestión de elección. Afortunadamente hoy en día tenemos muchos productos para elegir. El mundo del vino no es elitista, sino apasionante, y eso es lo que inyecta la Cata en toda la gente que asiste a ese gran evento. Ahora estamos en un momento muy bueno en la Asociación de Sumilleres de Córdoba y tenemos asociados y mucha gente joven que se ha animado. La Cata visibiliza eso para que haya mucha gente en Córdoba que después se plantee que el mundo del vino es una buena opción a nivel profesional. Si no hubiera esa visibilización, que llega a todas las masas, sería más difícil. Esto es como salir a ligar: ¿en qué aplicación te metes? ¿En Tinder, que te vas a encontrar de todo? Pero aún así puedes hacer un sesgo. Pero si te vas a algo muy específico, como estás cerrando, no es posible. Creo que hay mucha gente con ganas de apostar por el mundo del vino.

P. ¿Está cambiando el perfil de los asociados?

R. Últimamente hay mucha gente que trabaja en sala, gente joven y muchas personas que están tirando en la junta directiva y que esta luchando por hacer un montón de eventos y de catas. Casi todos los lunes hay catas de grandes vinos de España y en menos de media hora se han llenado. Eso significa que hay mucha gente apostando por el vino cuando no venía de este mundo. Estamos en un buen momento.

Es muy importante quitarle la seriedad al mundo del vino

P. ¿Y se divulga bien?

R. No. Creo que se hacen muchas más cosas de lo que se publica o de lo que llega a los medios generalistas. En Córdoba siempre se habla mucho de la gastronomía pero no tanto de la gastronomía líquida. En Córdoba se habla mucho de chefs y de restaurantes, pero también son los productores, que somos de aceite de oliva, queso, de ibéricos... de una cantidad de productos y de vinagres... Eso es lo que estamos reivindicando en la asociación de Sabores de Córdoba a través de catas gratuitas y de presentación de productos y en la última había 80 personas. La gente está loca por participar y por conocer qué productos tenemos en la provincia. Es un buen momento de visibilizar más aún nuestra gastronomía líquida. Somos un pack. La gente va a restaurantes porque se come bien y ya, si eso, a ver qué me dan de beber. Para mí, lo ideal es que hubiera un balance: voy a tal sitio porque se bebe bien y me van a dar de comer.

P. La experiencia gastronómica es todo.

R. Sí. Desde que uno entra por la puerta de un establecimiento. Cuando la gente sale a comer, el 70% y el 30% en bebida. No debería ser así. Estamos lejos aún, pero esto no solo pasa en Córdoba, sino a nivel internacional. Por eso, todas las experiencias que son maridadas, que dan la posibilidad de tomar uno o dos dedos de vino con lo que estás comiendo, son las que más potencia tienen porque la gente se da cuenta de que le gusta.

P. ¿Cuál es la Mara de Miguel que más te gusta: la del estudio o la de la cata?

R. La Mara de Miguel que tiene que dar una cata significa que antes se ha pasado un mínimo de seis o siete horas preparándola, independientemente del conocimiento que ya tengo. Esas dos Maras están unidas. Dar una cata es dirigir o mostrar un camino para que entiendas lo que sientes cuando tomas un pack de comida y bebida. Si yo no me he preparado, no te puedo dirigir. Es una parte espiritual. También he evolucionado mucho en cómo doy las catas. Antes las daba más técnicas, que creo que son importantes, pero considero que hay que hablar de la parte de los sentimientos y de las percepciones que tenemos como humanos. Si te doy este vino, las emociones que tú tienes no son las mismas que las mías. Ahora se habla mucho del ser consciente y creo que es todavía más interesante el beber y el comer de manera consciente. Me hablabas antes de ese postureo y de publicar fotos una tras otra. Eso no es consciente, sino algo repetitivo. Eso no me vale. Lo que sí me vale es que hoy me he tomado este vino contigo y me da qué pensar, aunque el vino valga un euro y medio. A eso están evolucionando mis catas, donde también hay un nivel técnico muy importante, pero está enmascarado con emociones y acciones de la gente. Normalmente, las catas son por la tarde noche y la gente viene de trabajar, cansada, y quiere relajarse. No quieres que te examinen. Creo que es muy importante hacer balance y considero que se peca de dar catas muy profesionales en aspectos químicos que al gran público no le interesa o en contarte un peliculón muy comercial. Las mías son un triángulo entre técnica, el storytelling de la zona de la bodega y las sensaciones y las emociones que te reporta a ti. 

P. ¿Cómo has vivido ser elegida la mejor sumiller de Andalucía?

R. Con mucha emoción. Es una manera de reconocer el esfuerzo que hay detrás y la gente solo ve el momento en que pongo una copa y nos la bebemos. Hay muchas horas de trabajo, de quitarme de ver a mis amigos, a mi familia, a mis compañeros y de no ir a catas de la asociación. Te focalizas en que hay que estudiar. Ahora estoy jugando en otra liga que implica mucho esfuerzo que no se ve y que no llega al postureo de Instagram. La verdad que muy emocionada y muy contenta. Vamos a intentar llegar, tanto mi compañero Manu Fernández como yo, a la final de España. Somos un equipo. Vamos a ir a muerte porque pensamos que es un momento muy bueno para la sumillería cordobesa y queremos demostrarlo. Esto visibiliza el esfuerzo pero muchas veces, los concursos no lo visibilizan. No son sólo los diez minutos que sales ahí a contar, sino decirle al mundo que sé de vinos. 

P. ¿Cómo se desarrolla el concurso?

R. Hay un examen teórico de 100 preguntas de respuesta corta: te lo sabes o no. Está muy limitado de tiempo, apenas 45 minutos. Te pueden poner una zona del mundo, Australia por ejemplo, y que digas dónde se encuentran cinco zonas vitivinícolas con preguntas, además, de marketing, mundo del business, marcas, denominaciones de vinos, aceites, productos gourmet, servicio, temperatura y escandallos. Después hay una cata a ciegas en inglés donde te ponen dos productos y tienes que decir qué son, argumentar la temperatura del servicio, con qué maridaría, qué uva es y qué zona del mundo es. Luego tienes una pregunta de desarrollo de un tema. Quien saca la mejor puntuación de todo esto va a un escenario donde hay una prueba de cinco productos del mundo y en dos minutos tienes que hacer una cata. Después tienes una prueba de maridaje con cuatro personas, seguida de la prueba de la decantación de vino durante cinco minutos. El concurso es muy completo porque no sólo hablamos de vino. Ser sumiller es algo muy completo y ojalá hubiera más gente que se animara a serlo.

La Cata del Vino es un momento único del año donde todos somos cicerones

P. ¿Es la primera vez que te presentas?

R. No, no. Hace diez años me presenté dos veces y me dejé de presentar porque los concursos frustran mucho porque piensas que vas preparado, pero muchas veces te quedas con cara de póker. También es un espejo que te pone enfrente para decirte dónde no estás. Durante muchos años no he querido concursar y he preferido formarme y hacer exámenes. En el concurso tienes que demostrar que eres el mejor; en el examen, que te lo sabes. 

P. ¿En el concurso es donde ha vivido la mayor presión?

R. Bueno, en los exámenes, porque sientes que vas a pasar al siguiente nivel o no. Jugar en una liga internacional genera mucha presión y frustraciones. El concurso ha supuesto para mí un poquito de aire fresco para decir que voy por el buen camino. Cuanto más estudias te das cuenta de que te falta mucho más por saber o que todo está más interconectado. El año que decidí que no me iba a presentar más preguntaron qué es el pachayín y dónde se elabora. Es una bebida que se elabora en un monasterio de La Rioja y es una mezcla de pacharán y ginebra que se lleva haciendo 200 años. 

P. No se te ha olvidado la respuesta.

R. Me la tuve que mirar después porque no la sabía. En los concursos siempre hay cuatro o cinco preguntas muy rebuscadas que no tienen nada que ver con el conocimiento general que tienes. 

P. ¿Hay buena competencia?

R. Creo que sí y el nivel de la sumillería española está subiendo. Hay mucha gente que se ha ido fuera, como yo, pero que que ha vuelto y eso se nota. Gente que se ha ido fuera y ha trabajado en restaurantes de Reino Unido o Alemania. Es un colectivo en el que todos nos conocemos y nos apoyamos. En mi caso, estudiando mucho de manera conjunta con mi compañero Manu Fernández, hacemos equipo. Cuando subamos al concurso de España, lo hará todo el equipo de Andalucía. Después haces muchas relaciones personales, que es muy bonito. Tengo algunos recuerdos de frustración pero creo que hace diez años no estaba preparada para ganar. No sé si voy a ganar este año o espero que gane Manu, pero lo vamos a intentar para que la gente se sienta muy orgullosa de que en Córdoba se preocupa del vino.

Los vinos de Córdoba se beben y se paga más fuera que aquí

P. ¿Qué imagen se tiene de los vinos de Córdoba fuera de nuestras fronteras?

R. Vinos con mucho respeto y que son muy apreciados por quienes realmente entienden del sector. Se bebe y se paga más fuera que aquí. En la zona del norte de España se paga mucho por los amontillados. En Madrid también se venden como churros y, aquí, con los dedos contados. El cordobés no está dispuesto a pagar. Tenemos un tesoro de más de 50 años y la gente quiere pagar como un medio de vino. Se llama desconocimiento y falta de divulgación porque a mí me frustra ir a muchos bares de Córdoba y pedir un vino de Córdoba y me digan que tienen fino. Pregunto si tienen amontillado u oloroso y me dice que no, que fino, que es de Córdoba, pero es que yo le estoy pidiendo el de la categoría amontillado. Hace falta mucha más divulgación. No entiendo qué hacen los bares de Córdoba vendiendo vinos Rioja o Ribera cuando tenemos una zona de producción fantástica. Hay unos vinos rosados y tintos magníficos. Se están haciendo muchos vinos tranquilos, el típico vino blanco, y son espectaculares. ¿Por qué quiere usted pagar por otra denominación? No tiene sentido. En el mundo del maridaje hay una regla que es una especie de cola de cerdo en espiral: se supone que, dependiendo de donde estás, tienes que maridar con productos de esa zona y, después, ir abriendo la gama de productos y lugares. Lo que para mí es contranatura es que siempre se ofrezca Rioja o Ribera. Si no tuviéramos productos, lo entendería, pero es que los tenemos y vinos a buen precio. Lo que me parece una locura es que vinos como Dula, Lagar de la Salud, Primogénito o Los Insensatos en Sevilla estén en todas las cartas de los restaurantes y aquí los cuentas con los dedos de la mano. Tenemos grandes vinos y el prescriptor es el camarero que está en el bar o el dueño, que es el que compra, pero hay querer arrimar un poco el hombro.

La bebida más vendida en el mundo es la Coca Cola porque nos han metido tanta información en el coco que cuando llegas a un sitio y no sabes qué tomar, pides una Coca Cola. Con el mundo del vino pasa lo mismo. Yo no digo que en Córdoba, en todos los bares, pase esto. De hecho hay tabernas de toda la vida que e dicen que tienen un amontillado y no te lo esperas. Si es que puedes abrir una botella, la tapas, la metes en el frigo y te va a durar seis meses bien. Si en ese tiempo usted no ha sido capaz de vender más copas, usted no tiene un buen prescriptor. No hace falta mucha formación para esto, sino algo estándar. ¿A que a nadie se le ocurre decir pruebe usted un aceite de oliva estupendo de Montes de Toledo? A nadie. En Córdoba se saca mucho pecho por el aceite de oliva y no por el mundo del vino. Lo mismo ocurre con el jamón. Se busca de Los Pedroches. Nos están ganando mucho terreno porque si no vendemos lo nuestro, la gente quita la viña y planta olivos o almendros. Ahí hay un intríngulis muy grande porque son derechos de plantación que se pierden. Es decir, ahora mismo creo que tenemos 4.600 hectáreas de viñedo en toda la zona de Montilla Moriles. Gente de bodegas que quieren volver a plantar viña no puede porque se han sacado en los últimos años casi 10.000 hectáreas porque la gente quitó la viña y plantó otras cosas, pero esos derechos de plantación lo puedes vender. ¿Qué ha pasado? Que la gente de La Rioja los ha comprado y ahora es muy difícil volver a tener viñedos. Bodegas que lo han hecho muy bien, como El Monte, La Inglesa o Dula, no pueden comprar esas parcelas. Tiene que pasar por un proceso muy largo. Se nos olvida que esto es dinero, I+D, producción y al final es PIB para una provincia como Córdoba, que vive de la agricultura. Es un flaco favor vender vinos que no son de aquí, aunque yo soy súper fan de vinos internacionales y de denominaciones de origen del resto de España, pero sí digo que los propietarios de los restaurantes deberían entender que si hay una alternativa y es de aquí, ¿por qué no comprarla? No nos olvidemos: la gente de Córdoba vive del turismo y los turistas vienen porque quieren probar productos de aquí. Es que para tomarse un vino de La Rioja se van allí. Señores, pensemos qué es lo que tenemos. Con el aceite de oliva o con el jamón no pasa eso. ¿Nadie saca pecho por nuestros vinos? Creo que es porque no se han entendido. Llevamos muchas generaciones tomándolos por castigos en lugar de por placer y ahí creo que reside la importancia. Hay que tomar nuestros vinos por placer y no porque es lo que te ponen y lo barato.

P. No sentirlos como un acompañamiento.

R. Exacto.

No sé por qué muchos bares de Córdoba venden Rioja o Ribera cuando tenemos una zona de producción fantástica

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