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Cati Rojas: “Los actos de solidaridad nacen de un egoísmo racional”

Cati Rojas | ALEX GALLEGOS

Juan José Fernández Palomo

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Cati Rojas (Villanueva de Córdoba, 1952) es la secretaria de ACISGRU (Asociación Cordobesa para la Inserción Social de los Gitanos Rumanos), aunque ella admite que no le gusta mucho este nombre. Precisamente de cómo nombrar a las cosas, a las realidades, hablamos con ella. Que no es un tema menor para una mujer que cree en ciertas cosas y de otras descree porque así es la condición humana, tendente siempre a la contradicción.

Y más habiendo visto, como ella ha hecho, pasar por las aulas a distintas generaciones en las clases de filosofía que impartió en el Instituto Averroes y que, durante algunos años, compartió ejerciendo como letrada en el Turno de Oficio porque también se licenció en Derecho.

Podíamos decir que Cati sabe lo que es soplar y sorber, pero eso sería muy simplista; sin embargo nada es simple si compartes una conversación una mañana con Catalina a la sombra de los plataneros de este jardín urbano y con un zumo de naranja como excusa para sentarnos en la terraza del bar. Y quitarnos, por un rato, las mascarillas. En todos los sentidos.

PREGUNTA. Ha sido usted profesora ¿no?

RESPUESTA. Sí. He trabajado en la enseñanza, profesora de filosofía y también como letrada del turno de oficio cuatro años. He estado cuarenta y tantos años dando clase.

P. Es curioso lo de la Filosofía y el Derecho.

R. Bueno, estudié Filosofía en la juventud y, luego en la madurez, hice por la UNED Derecho y estuve sólo cuatro años compatibilizando las dos cosas. Después no pude seguir, me lo prohibieron porque no se ajustaban los horarios y entonces, lo dejé. En Derecho sólo estuve en el turno de oficio, no llegué a tener ningún caso propio.

En la enseñanza puedes ser un mal profesor, un mal docente; pero no puedes ser una mala persona

P. ¿Le dio tiempo a encontrar alguna relación entre la Filosofía y el Derecho?

R. No. Más bien intuí una relación antagónica, opuesta; fíjate qué cosa, resulta que, cuando yo me puse a hacer las prácticas del turno de oficio, descubrí el sentido de la enseñanza por oposición al derecho. Yo me di cuenta, por ejemplo, que en la enseñanza tú puedes ser un mal profesor, un mal docente; pero no puedes ser una mala persona, aunque lo pretendas, no puedes. Es un tipo de trabajo que te imposibilita ser un capullo, un canalla.

P. Tiene sentido…

R. Y, en cambio, en la práctica del derecho ocurre al revés, que la gente buena son malos abogados.

P. Qué cosas…

R. Pues, sí. Para ser un buen profesional, un buen abogado, tienes que ser mala gente.

P. “Tener colmillo”, que se suele decir.

R. Sí; si no, te comen, con independencia de la capacitación que tengas. De eso me di cuenta y me hizo acercarme a la docencia como con más proximidad… he escogido una profesión en la que no puedo ser mala gente, aunque yo lo quisiera. Es que las condiciones lo imposibilitan. Es curioso.

No tengo una vocación solidaria. Yo tengo arrebatos solidarios

P. ¿Y siempre ha impartido clases aquí, en la ciudad?

R. Aquí básicamente toda la vida. Hubo un tiempo que estuve en Segorbe, en Castellón, al principio; pero aprobamos las oposiciones y mi marido fue a La Rambla y yo al Averroes. He estado cuarenta años, hasta mi jubilación.

P. Vaya, le habrán dedicado una placa…

R. (ríe)… No, no. No hay placa. Se limitaron a organizarme una cena, como a cualquier mortal.

P. ¿Cuándo le nace, digamos, una “vocación solidaria”? No sé si dar clase tiene algo que ver con eso.

R. No. Yo de verdad que no tengo una vocación solidaria. Yo tengo arrebatos solidarios. Si por vocación se entiende tener un proyecto de vida con respecto a eso, yo no la he tenido.

Sí es verdad, pensando en la cuestión, que, desde siempre, desde que tengo recuerdos me he sentido muy próxima a la pobreza en el sentido en que he sido muy sensible al problema que supone ser pobre. Así como he tenido rechazo a la enfermedad y a otras formas de sufrimiento de las cuales nunca me he sentido próxima, la pobreza me ha impactado siempre. Pero de ninguna manera he llevado nunca un plan, digamos, así preparado.

Me di cuenta de que para recomponerme yo necesitaba actividades completamente distintas, cambiar de vida

P. Algo dispararía esa chispa…

R. Sí. Pasó algo, digamos, muy sencillo. Hubo un momento en mi vida en que yo tuve un problema personal muy grande. El fallecimiento de mi hija. Y eso me hizo darle la vuelta a todo. Me di cuenta de que para recomponerme yo necesitaba actividades completamente distintas, cambiar de vida. Tenía dos opciones: hundirme o recomponerme de otra manera. Hice una especie, en el lenguaje escatológico digamos, de conversión religiosa, vamos a llamarlo así, sin analizarlo demasiado. Eso me llevó a implicarme en el lado humanista del cristianismo.

P. ¿Con todas las consecuencias?

R. Bueno, no del rito o de la práctica convencional, sino otro tipo de cristianismo, el de la fraternidad o como le queramos llamar. Y por aquí, por estos jardines (estamos en los Jardines de la Avenida Vallellano) había muchas mujeres gitanas rumanas, que todavía están, pidiendo, buscándose la vida como podían, y esa sensibilidad que yo siempre he tenido hacia la pobreza la encaucé en esa dirección. Y pensé, si yo tuviera que hacer algo con esta gente… empezamos a pensar varias personas qué se podía hacer con estas familias gitanas rumanas. Y así empezó. Todavía no éramos la asociación, era una actividad un poco espontánea, esporádica, poco que ver con lo que ahora es Acisgru.

P. ¿Y cómo son los inicios?

R. Haciendo talleres. Aquí cerca, en la parroquia de la Virgen de la Paz. Venían diez o doce mujeres, todas de por aquí; pero nos echaron los parroquianos porque molestaban mucho las gitanas, según sus parámetros, claro, y tuvimos que buscarnos otro lugar. Lo hicimos en el Centro Cívico Sebastián Cuevas, en el Parque Cruz Conde. Ahí estuvimos un año más de actividades y entonces nos constituimos como asociación.

P. Que sería un paso natural…

R. Sí. Porque veíamos la necesidad de conseguir recursos. Al principio todos los recursos procedían de los voluntarios, pero nos dimos cuenta de las necesidades y buscar esos recursos en otros sitios, para eso tuvimos que constituirnos en 2014 como Acisgru, y empezamos a hacer lo que hacen las asociaciones: hacer proyectos, que, bueno, no nos los aprobaban pero los hacíamos (sonríe). Hasta que ya tuvimos la suerte de que en el Ayuntamiento cambiaron un poco las cosas con la llegada de la izquierda y conseguimos una subvención para los talleres. Así hemos estado unos años.

Yo creo que el concepto cristiano evangélico de la caridad es horizontal también

P. Alguien podría pensar que esa actitud suya personal para dedicarse a actividades solidarias nace de una actitud egoísta, como para salvarse usted ¿entiende que le haga esta pregunta?

R. Claro. Eso siempre. Los actos de solidaridad, desde mi punto de vista, nacen del egoísmo racional. Uno se embarca en proyectos para salvarse a sí mismo. Y si con eso salvas a otros, mejor. Cuando no te salvas y destruyes al que tienes al lado, eso es mala cosa. Te salvas y al mismo tiempo encauzas las energías de una manera constructiva. Es lo que hay que hacer. Soy plenamente consciente de eso. O sea, el altruismo completamente desinteresado, tal vez funcione con otras personas; en mi caso, desde luego, no.

P. ¿Y desde su formación humanista cristiana sabe distinguir caridad y solidaridad?. Recuerdo en este punto aquella definición del escritor Eduardo Galeano en la que dice que la caridad es vertical y la solidaridad es horizontal.

R. Sí, yo lo que pasa es que yo creo que el concepto cristiano evangélico de la caridad es horizontal también. Es cierto que el concepto de la caridad que se ha ejercido desde la iglesia católica ha sido siempre jerárquico, vertical; pero el cristianismo es una religión de fraternidad horizontal y la fraternidad cristiana es dar un paso más en el camino de la solidaridad. Como te comentaba antes, la solidaridad es puntual: ahora me vuelco, luego me voy a mi casa y descanso. El concepto evangélico de la caridad es un concepto permanente, es un ideal. Desde mi punto de vista es un paso más.

P. Pues alguien tendrá que aplicarse el cuento…

R. Lo que pasa es que cuando se piensa en la caridad se está pensando en la “otra” caridad. Y en ese caso sí, son cosas diametralmente diferentes.

P. Oiga ¿y por qué se fijo en los rumanos y en su situación?

R. Por la cercanía, porque estaban aquí (mueve el brazo y señala los jardines de Vallellano). Y haciendo una confidencia más personal, porque de algún modo estaban vinculados a mi hija. Mi hija también tenía cierta sensibilidad hacia los gitanos rumanos y, en ese sentido, se combinaban las dos cosas.

P. Me habla de que el origen es meramente humanista y humanista-cristiano, por resumir.

R. Ahora ya Acisgru no es tan así. Está formada por personas de distintos orígenes, de diferentes sensibilidades. Al principio eran de los grupos cristianos, ahora hay agnósticos, ateos, ecologistas… Con objetivos más amplios.

Integración es una palabra muy grande y las palabras demasiado grandes no suelen ser operativas

P. Y ustedes siguen considerando los talleres como una herramienta importante…

R. Sí; aunque hacemos otras actividades, los talleres los seguimos haciendo. Con mucha gente. El año último participaron 140 personas distribuidos en grupos. Surgen como una manera de conocerlos y de que nos conozcan. Saber cuáles son sus necesidades. La práctica nos va diciendo el contenido. Al principio los talleres tenían un contenido, digamos, mas “light” ,por ejemplo de cocina. Que era cualquier cosa menos un taller de cocina pero así le llamamos.

Luego fuimos profundizando. Y acabamos con talleres para que ellos tomaran concienciación , se organizaran y buscaran de salir de los diferentes aprietos por sí mismos. Buscar que se implicaran, que participaran en actividades generales. Incitar a que formaran parte de los “círculos del silencio” dirigidos a extranjeros. Los talleres han ido evolucionando desde lo más sencillo y concreto a buscar su propia transformación. Estoy hablando como un ideal, como objetivo; pero no digo que se haya conseguido.

P. Y siempre buscando la integración…

R. Sí; si le damos a la palabra integración un sentido, digamos, ligero. Integración es una palabra muy grande y las palabras demasiado grandes no suelen ser operativas. Que entiendan que están aquí que forman parte de Córdoba, que están compartiendo problemas con otra gente. Con otros extranjeros, con los del asentamiento de al lado… Las comunidades romaníes practican el aislamiento de los demás. Los de mi grupo, los de mi familia, los de mi pueblo, son los míos. A los de otro grupo a veces los consideran tan extraños como a los extranjeros o los payos.

P. No parece un trabajo sencillo…

R. Esa cerrazón de la red en la que están inmersos forma parte de la cultura romaní. Hay que abrirla. Había que abrirla, que entraran en contacto. Los grupos de los talleres eran grupos de distintos asentamientos. No querían juntarse. Después empezaron a juntarse de distintos. Buscábamos que entre ellos interactuaran. En definitiva, la experiencia de los talleres creo que ha sido muy beneficiosa. No sé exactamente para ellos, pero sí para nosotros. Procuramos que hablaran mucho de sí mismos. Que nos explicaran distintos aspectos de su realidad. Y a pesar de las dificultades del diferente lenguaje nos han contado muchas cosas y ya sabemos mucho. Tal vez parezca que es una actitud un poco presuntuosa por mi parte, pero es lo que creo sinceramente.

P. Tenemos la sensación de que existe un problema de lenguaje, de que es difícil hasta nombrarlos. Podemos decir “gitanos”, “gitanos rumanos”, “gitanos romaníes”, ·comunidades romaníes“…

R. Sí. Eso es un gran tema: la autoidentificación, como se ven ellos y la heteroidentificación, como los ven los demás. Para identificarse, en el caso de las comunidades romaníes, es diferente. Porque además de lo que ellos digan, los demás les atribuyen otro término. Si tu le preguntas a una familia del asentamiento del Camino de Carbonell, que son de un pueblo del sur de Rumanía, de Dobreni, la mayoría te dirán que son spoitiori. Es decir, no son gitanos, son spotiori. Lo que pasa es que en España y en Rumanía, todos son gitanos.

El lenguaje crea la animadversión al grupo y la animadversión crea las prácticas discriminatorias

P. Pues vaya lío ¿no?

R. Así los siguen considerando por su forma de vida. La calificación que hacen los otros es más importante que la que ellos se hacen de sí mismos. Eso se ve reflejado también, por ejemplo, en los censos. En Rumanía y en otros países del este, en el censo te piden también tu identidad étnica. Heteroidentificación: qué dicen los demás de ti. Dices que eres búlgaro rumano y eres romaní. Ese tema es muy amplio muy complejo.

P. Y luego está el asunto del estereotipo. Aquí decimos “rumanos” y asimilamos inmediatamente “mendicidad”, “chatarra”, “buscar en los contenedores”… ¿Cómo se vence al estereotipo?

R. Aquí el rumano es gitano y eso los propios rumanos payos, rumanos no gitanos, lo viven muy dramáticamente. Les molesta mucho. Cómo se vence eso. Yo no lo sé. Llevamos muchos siglos operando mentalmente esto y parece un combate imposible. Porque no es solo el lenguaje, si fuera sólo eso sería más fácil. Es que detrás del lenguaje está el desprecio colectivo. El rechazo. Y detrás del rechazo al colectivo están las prácticas excluyentes.

P. Es como si llevaran un estigma, como aquí decimos: “un sambenito”.

R. El lenguaje crea la animadversión al grupo y la animadversión crea las prácticas discriminatorias , a nivel general, de la población. Y de las instituciones, claro, porque la instituciones operan igual, los políticos ven lo mismo. No mueven un dedo por las comunidades romaníes porque saben que eso no es rentable, es contraproducente, eso no da votos, los quita. Son prácticas generadoras de desigualdades que no se consigue acabar con ellas. Lo que hay en las comunidades romaníes es una exclusión estructural. Es un círculo vicioso: no tienen oportunidad de trabajar, su vivienda no es adecuada, como no viven en condiciones adecuadas los niños fracasan en la escuela, al fracasar no tienen cualificación profesional , luego no tienen acceso al trabajo y así todo el conjunto, un círculo inamovible, además ancestral llevan así desde el siglo XIII.

Aquí el rumano es gitano y eso los propios rumanos payos lo viven muy dramáticamente

P. ¿Y qué se puede hacer?

R. No lo sé. Desde luego en el modelo liberal en el que estamos, nada. Se puede hacer lo que hacemos nosotros: poner paños calientes, tiritas cuando la herida está sangrando, no somos más que eso, portadores de tiritas, acompañantes de esas comunidades. Pero los grandes cambios deberían ser estructurales y eso ahora, menos que nunca, se van a poder hacer.

P. Aunque se hayan hecho intentos

R. Sí, en 2016 participamos en la mesa para la mejora de los asentamientos. Con la delegación municipal de bienestar social cuyo responsable era Rafael del Castillo. Estuvimos dos años trabajando para ver actuaciones que podrían llevarse a cabo como experiencia piloto en el asentamiento del Cordel de Écija para después generalizarse, en la medida que fuera posible, a los demás. Pero te contaré un caso que sirve de ejemplo: arquitectos voluntarios de nuestra asociación contactaron con Santiago Cirugeda, que es una figura de la autoconstrucción mundial. Vino a Córdoba, conoció los asentamientos, se mostró dispuesto a apoyar y a trabajar en esa dirección.

Lo escandaloso es que esta personalidad no fue recibida ni por un arquitecto municipal ni por la Gerencia Municipal de Urbanismo ¿Quién lo recibe entonces?: dos arquitectos voluntarios nuestros y una funcionaria de los servicios sociales, ni siquiera el concejal delegado. Yo creo que eso es lamentable. ¿Qué significa eso, qué sensación nos queda? Pues que somos unos pardillos, un grupo de ancianos pirados. Que venga Santiago Cirugeda, que se estudia en los libros de la historia de la arquitectura, ni lo reciba un ayuntamiento, además gobernado por la izquierda… ya qué más vas a decir.

A las familias romaníes se les dan mantas en invierno y se les apagan los incendios cuando se queman

P. No pinta bien, la verdad.

R. Eso demuestra que no hay voluntad por parte de las instituciones para atajar mínimamente el problema de las comunidades romaníes. Lo decía Rafael del Castillo, el que fuera concejal, admitiéndolo: “a las familias romaníes se les dan mantas en invierno y se les apagan los incendios cuando se queman”. Se acabó.

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