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Antonio Canales: “Ningún tiempo fue mejor que mañana. No podemos poner de moda la pena”

Entrevista N&B a Antonio Canales, bailaor flamenco

Juan Velasco

21 de febrero de 2021 00:39 h

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Decía Lola Flores que el brillo de los ojos no se opera. Antonio Canales (Sevilla, 1961) podría añadir que el brillo de los ojos se puede perder y también recuperar. La vida de un maestro de la talla de Canales tiene, como es lógico, mucho de tío vivo. Aunque también está esa marca de frenazo, a partir de la cual el hombre detrás del avatar se descubre a sí mismo y lo que ve le resulta incómodo.

Nos contará Canales, en esta extensa charla, cómo el hombre que recibe cartas con el título de Su Eminencia se tuvo que recomponer, esconder las botas de baile, y luchar hasta recuperar el brillo en la mirada. Y lo hará, precisamente, clavando su mirada penetrante en el interlocutor. “Trátame bien, por favor”, le dirá al entrevistador, “me he abierto como si fueras mi hermano”.

Su equipo, gente joven y vivaracha, le estará esperando en la puerta del hotel, y lo recibirán entre bromas. El Maestro no esconde, desde el principio de la charla, que donde más aprende es con la gente joven. Y mientras más jóvenes, más aprende. “Los niños son los verdaderos maestros, porque te enseñan sin saber que ellos son maestros”, explicará el que fuera el bailaor flamenco más prestigioso de su época.

Del Madrid de finales de los 70 al Madrid de mediados de los 90, pasando por la Triana de principios de los 60. Todos los Antonio Canales son historia viva del flamenco en España. Y escucharlo hablar del arte jondo, del que está en riesgo y el que está de moda, tiene tanto de catarsis personal, como de catarsis colectiva.

PREGUNTA.¿A ti te gusta que te llamen maestro?

RESPUESTA. Bueno, vamos a ver, hay una moneda de doble cara. Ser maestro es una responsabilidad de un grado muy alto. Hoy día, hay gente jovencísima y los llaman maestros. Yo creo que la maestría viene con el poso de sobriedad que van dejando los años en ti. Además, uno sigue siempre aprendiendo también. Así que no se acaba nunca el oficio de maestro. Pero cuando te lo dicen muy jovenzuelo, como me pasó a mí, tú lo que dices es: “yo ya estoy viejo”. Es como cuando te llaman señor. ¿Yo señoooor? ¡Te quieh ir ya! ¡No te voy a decir la hora si me dices señor! (Se ríe) Entonces, tanto señor como maestro es como si te dan un galardón y a la vez una escarapela de pureta. Y luego, la maestría lleva también una responsabilidad, porque no es un galardón que está muerto, sino que sigue vivo. Uno no puede ser maestro y luego dejar de serlo. El que es maestro, lo es ya para siempre. 

P. ¿Qué es lo mejor de enseñar? 

R. Enseñar también te nace desde muy pronto. Pero no por enseñar eres un maestro. Puedes enseñar y no ser un maestro. Los niños son los verdaderos maestros, porque te enseñan sin saber que ellos son maestros. Entonces, enseñar tiene su encanto y a mí me gusta desde que era pequeñito. Porque ves los defectos o ves qué le puedes transmitir a alguien como evitarlos, o como llegar a un fin del baile. Para mí eso llena el alma. Yo en la escuela que tengo en Madrid con más de 250 niños, que ya llevamos 15 años, últimamente ya les digo que quiero solamente de los 7 a los 12 años. Nada más. No quiero más.

Uno no puede ser maestro y luego dejar de serlo. El que es maestro, lo es ya para siempre

P. ¿Y eso?

R. Pues me gusta enseñar a esos, fíjate. Me lo paso muy bien con los niños. Porque es que ya les tengo cogido el tranquillo y me encanta. Juego con ellos y hago que les guste el baile. Y eso me encanta, porque he enseñado a tanta gente, he hecho, no solo bailarines, sino primeras figuras, y me han dado tantos quebraderos de cabeza (y me los siguen dando, porque aún sigo dando clases en la compañía), que yo prefiero ahora enseñar antes de que empiecen a salir los pelitos y la testosterona. Porque con 15 o 16 entra ya otra psicología del profe. Cómo tienes que corregirles; cómo tienes, no que humillarles, pero sí bajarles la tensión; cómo lograr que le salga esa sensualidad; cómo tienen que manejar ese momento, la adolescencia, que es una explosión. Luego ya, cuando se dedican al magisterio de ser grandes, como Sara Baras, como Farruquito, como Pol Vaquero… Entonces es un trabajo mucho más de estudio y de vida. Tienes que incentivarles a que lean, a que vayan a los museos, enchufarle otro piloto dentro. Porque para ser grande tienes que saber de muchas cosas. Tienen que tener que tener cultura general, saber un poco de inglés, un poco de francés, un poco de italiano…

P. Todo eso otro que no se enseña en las escuelas.

R. Sí. Desde muy pequeñitos, con 17, antes de ser mayor de edad, a veces tienen que interpretar a un loco, o a una prostituta, como Carmen. Entonces, tienes que contarle a una niña que ella era puta, porque ella era puta, no otra cosa. Así que tienes que saber tener mucho tacto. Normalmente, cuando se interpretan esos papeles a veces son menores de edad. Entonces, llevártela a la casa campo para que, desde el coche, pueda yo decirle: “Mira cómo anda aquella. Mira cómo está pidiéndole al cliente esto. Observa con qué dignidad está puesta en el árbol”. Quiero decir, son muchos valores para que luego tú lo puedas expresar y transmitírselo al espectador. El enseñar ocupa todas estas cosas que te acabo de decir. Muchos cuartos, muchas esquinas.

P. Y es curioso porque en tu caso todo ese aprendizaje fue intuitivo.

R. Al principio fue todo autodidacta. A mí me enseñaron las mujeres de mi casa en la cocina. Mi madre, mi tía… Luego mi tío Miguel, que bailaba muy bien. Pero luego ya, con 16 años, empecé a dar clases de ballet con María Luisa Rivas. Fue la primera vez que fuimos a Barcelona con un gran Joan Tena, cuando nos regalaron la primera vez los suspensores, que yo dije ¿cómo se pone esto? Por el culete (Se ríe). Era algo… Era la época en que estábamos saliendo de la democracia. Entonces sí, fue todo autodidacta hasta que llegué a Madrid con 17 y entré en el Ballet Nacional y ya, aunque tenía mucha intuición, pues también tuve buenos profesores.

P. ¿Y qué es lo mejor de aprender?

R. El aprender es diferente. Aprender requiere mucho esfuerzo, requiere mucha concentración, pero también menos carga. Porque tú también en ese momento te limitas a dejar que te esculpan, como si fueras el David de Miguel Ángel. Te dejas esculpir. Tú haces lo que te dice una maestra, lo que te dice otro profesor. Yo he llegado a tener hasta ocho profesores diariamente. He bailado hasta diez horas consecutivas cuando era joven. Y uno te sacaba la dulzura de tu cuerpo; el otro, por ejemplo el maestro Azorín, te sacaba todo el folclore de nuestra tierra, el macho; el otro te sacaba lo lírico. Entonces, todo esto hacía que tú al preocuparte en cada clase, fueras moldeando y fueras esculpiendo sin darte cuenta tu cuerpo. En ese momento eres, como decimos, carne de cañón. Tienes que salir, interpretar muy bien y ponerte al servicio de toda esa gente y tener mucha hambre aprendiendo. Hay que tener siempre hambre aprendiendo.

Ahora se está bailando mejor que nunca

P. Lo cual requiere un compromiso brutal.

R. Sí. Por ejemplo no puedes hacer cosas que hacen los chicos normales de tu edad, como montar a caballos, montar en bicicleta, patinar, esquiar, una moto… Todo eso olvídalo. Los chicos que van a hacer danza no pueden hacer nada de todo esto porque te deforma el cuerpo. Para montar a caballo tienes que apretar de una forma diferente los cuádriceps. Aparte de que te puedes romper algo, es que tu cuerpo ejercita otras cosas. Así que de eso olvídate.

P. ¿De qué te tuviste que olvidar tú?

R. A mí me gustaba mucho jugar al fútbol. Se me acabó jugar al fútbol. Porque al hacerlo utilizas mucho la izquierda o la derecha y tu cuerpo tiende a desequilibrarse. El que se dedica a ser un gran bailaor hace un voto, como un monje. Es un compromiso brutal. Porque luego ese chico quiere ir con los demás amigos a estas cosas tan simples. Y no. No puede ser. Ni bicicleta, ni moto. O el día que vas a la playa y no te puedes bañar. Muchas veces estábamos en el Ballet Nacional y esa noche bailábamos y tenías que ver a todo el mundo, a mis primos y a mi hermano bañándose en la playa y yo así (se cruza de brazos). Y eso duele mucho cuando se tienen 17 o 18 años. Pero es que si te metes ahí luego vas al teatro y se te puede subir el gemelo, y hacerte una lesión poderosísima. Entonces, o juegas a una cosa o juegas a otra. O quieres bailar o haces lo que hacen los niños normales.

P. Qué rápido te obliga la danza a elegir. Todo los bailarines con los que hablo cuentan lo mismo.

R. Hombre, maduras muy rápido. Yo recuerdo que estaba ya dando clases con la profesora y que a mi el fútbol me encantaba. Y como había jugado tanto, mi padre además fue futbolista, pues yo tenía los ganglios de los abductores como los huevos de una paloma. Entonces fuimos al médico y me dijo: “Vamos a ver Antonio, tú estás haciendo ballet, para abrir las piernas, y al mismo tiempo pegándole a una pelota con todas tus fuerzas”. Así que el médico me dijo: elige, o las botas de baile o la pelota. Tenía yo quince años. Y yo me dije, ¿pero cómo voy a dejar yo la pelota? ¿Y qué hago yo ahora con mis amigos y con mi equipo? Si yo tenía más amigos que en el fútbol que en el baile.

P. En el baile serías el único chico.

R. Otro había. Lo demás niñas. Así que a mi equipo pues me dediqué a verlos jugar ya desde el banquillo. A sufrirlo por dentro, porque lo que me gustaba a mí era el baile.

Los niños están más preparados que nunca pero también están más desorientados que nunca

P. ¿Qué ves tú ahora en las generaciones más jóvenes? Tú mejor que nadie has sido testigo de la evolución de la danza flamenca española.

R. Bueno, ahora se está bailando mejor que nunca. Ningún tiempo fue mejor que mañana. No podemos poner de moda la pena. Ahora está de moda y eso está muy mal. Aunque haya mucha pena, más de 50.000 muertos y todo lo que llevamos encima, no podemos poner de moda la pena. Ni podemos decir, como dicen muchos: “Es que antes se cantaba. Es que antes se bailaba”. ¿Cómo que antes? Y ahora. Ahora los chicos tienen mucha más información. No es como nosotros, que no teníamos Google ni redes sociales. Y esto tiene sus pros y sus contras. 

P. Debe ser una tarea compleja conectar en la vida real con chicos y chicas que están todo el día conectados, pero con el móvil.

R. Todo lo que son tecnologías y redes sociales hay que saber utilizarlas. Pero no sabemos. No nos han enseñado. Cada uno ha aprendido como puede. Hasta las personas como yo más mayores, o mi madre incluso, han aprendido como pueden. Y saben lo que saben. Pero todavía no se está enseñando en las escuelas cómo hay que utilizar las redes sociales, a utilizar Google, Facebook, Instagram… No, no, no. Es como una selva. Ahora mismo estamos todavía selváticos. No sabemos los efectos, ni tampoco sabemos utilizarlas. Mira, por ejemplo, en Japón no se puede hablar en los metros ni en los autobuses con el móvil. Son 200 dólares de multa. Así llevan casi diez años. O sea, tú no puedes montarte en el metro y otro que esté a tu lado tenga que aguantar que tú estés hablando con el móvil o que estés pi pi pi (hace el gesto de toquetear el teléfono). 

Otro ejemplo, el tabaco. El tabaco se puede fumar dentro de los lugares. Los tabancos, los cafés cantantes y los clubs se hicieron para eso, para charlar, para la tertulia, para ver el periódico y fumar. Pero no en la calle. Y en Japón hace ya 15 años que no se puede fumar por la calle. Hay lugares y espacios donde te puedes parar a fumar, pero no en la calle. Entonces, qué pasa con eso, que tú vas andando por la calle y no puedes molestar a nadie, ni quemarlo con el cigarro. ¿Por qué? Porque tenemos que tener ética y civismo. Por ejemplo, esto que tú llevas ahora (la mascarilla), eso lo llevan ellos desde hace 30 años. Cuando llegaban los inviernos y la gente se iba a poner con gripe o algo ellos ya llevaban sus mascarillas. Te estoy hablando hace 30 años. Y aquí si alguien la llevaba te pensabas que estaba enfermo o tenía la lepra o algo. Sin embargo ahora la llevamos todos. 

P. Y bien rápido que nos hemos acostumbrado.

R. Sin embargo en Japón para ellos no ha sido ningún estropicio. Están acostumbrados a tener mascarillas en casa y ponérselas. Igual que allí hay bares donde se toma oxígeno. Todas esas cosas cuando empiecen a llegar aquí pensaremos que nos están controlando, como pensamos ahora con esto. Es que llegan aquí mucho más tarde y en otros lugares más cívicos llegan mucho más pronto. Así que cuando nos empiecen a decir que no podemos hablar por el teléfono ni en un taxi, ni en un metro o en el autobús, a las nuevas generaciones, a mis niños, les sonará a chino. Bien dicho, a chino. Pero es que los chinos llevan ya 15 años haciéndolo. Y es una cosa cívica. 

España conmigo ha sido muy benevolente

P. Desde luego, para viajar al futuro solo hay que viajar a China o Japón. 

R. Lo que tendrían que hacer es transportarlo lo más pronto por aquí para que empezáramos a darnos cuenta. Y no llevar esto (el móvil) pegado al cuerpo. Porque es un apéndice más del cuerpo y lo inteligente es no ponerlo cerca de la habitación, apagarlo cuando entras en casa. Es como quitarte los zapatos. Ahora nos los quitamos todos en la puerta. Pero es que eso en Japón hace 500 años que se hace. Todas esas costumbres, no manías, costumbres, son buenas para la humanidad, y deberían empezar ya a venir y no tardar tanto. 

P. Desde luego estaríamos mucho más preparados de lo que estábamos hace un año. Supongo que eso lo notas mucho en tus clases. Debe ser duro ser joven con la que está cayendo en estos momentos.

R. Los niños están más preparados que nunca pero también están más desorientados que nunca. Una cosa es una fusión y otra es una confusión. Y hay mucha confusión. Y luego hay otra cosa: los chicos del siglo XXI todavía no han tenido tiempo para nada. Y más encima, que cuando más sanos estábamos todos, de repente hace un año justo, ha ocurrido esto. La pandemia nos ha parado en seco. Los chicos, como yo digo, cumplen como los perritos: un año son siete. La vida del bailarín es muy corta, de casi todos. No llegan a bailar tantos años como yo. Una chica que tiene 40 años y es cuerpo de baile no puede bailar con las de 18 porque canta mucho. Así que, si de repente, les cortan un año o dos de sus vidas, les están parando en seco demasiado tiempo. Y eso esperemos que se pueda solucionar pronto este año con las vacunas para que siga la salud y la normalidad en la vida de los bailaores y las bailaoras. Pero, volviendo un poco al principio, ahora se está bailando mejor que nunca. Muchísimo mejor. Y a los chicos hay que decirles que hay cosas que están en Google y en la Wikipedia, pero que hay otras que si no las trabajas oralmente no están escritas en ningún sitio. Porque el flamenco es una transmisión oral y esa transmisión no se puede perder. 

P. Es verdad que hay ciertos cantes, por ejemplo, que ya apenas se hacen, ¿no? Corre el riesgo de perderse eso.

R. Bueno, perderse no se va a perder porque están ahí los documentos. Yo te hablo de la historia del flamenco en sí. Todo lo que se cuenta por ejemplo del Cojo Peroche, de Picoco, del Beni de Cádiz, de todos esos personajes que deambularon en los años 60 y 70, buscándose la vida… Todo eso no está escrito. Te lo van contando los mayores y lo sabemos los que nos lo han contado. Y ahora nosotros solo podemos contárselo a esta gente que está ahora. Porque, sino, eso sí que se acabará perdiendo en el tiempo. Si no se lo transmito, dirán ¿quién era el Cojo Peroche? 

P. Esa parte es, quizá una de las bases fundamentales que distinguen al flamenco. 

R. Mucho, la transmisión oral es muy importante en el flamenco.

Si quieres escuchar al Pele cantar, tienes que escucharlo en carne y hueso

P. En el flamenco vale más lo aprendido muchas veces que tener un disco. Es otra forma de hacer carrera.

R. Claro. Por ejemplo, si quieres escuchar al Pele cantar, tienes que escucharlo en carne y hueso. Por supuesto que hay muchas cosas grabadas por ahí. Pero, por ejemplo, hará unos cuatro años, cuando estuvimos en Francia, que le estuvimos haciendo un homenaje a Juan Habichuela, que había muerto, y salió El Pele con Pepe Habichuela, y tocó y cantó por seguiriyas que tembló la Torre Eiffel. Y todos los que estábamos allí -menos mal que había mucha gente, españoles, del flamenco-, nos quedamos sorprendidos. Dijimos: “Aunque lo registren, nunca podrán vivir lo que nosotros acabamos de vivir”. Nos hizo llorar. Entonces, todas estas cosas… El flamenco tiene que verse, tiene que sentirse. 

P. ¿Tu linaje te ha marcado?

R. Hombre un poco. Porque mi abuelo era fragüero y yo lo escuchaba cantar de pequeño. Me decía: “Venga Antonio”. Y yo le soplaba el fuelle. Recuerdo que hacía una escuela con Matilde Coral, Rafael El Negro, todos estos, que me decían: “venga, canta un fandango. Ahora cántalo tú”. Todo esto cuando era muy chico, y me daban una latilla y me daba una moneda y me decía: ve allí a por dos cincuenta de vino blanco. Claro que me ha marcado, porque cantaba muy bien. Mi abuelo y su compadre Machín, el de los Angelitos Negros, que de vez en cuando pasaba por allí. Yo he visto cosas maravillosas. He visto tocar las maracas sin maracas, con dos vasos llenos de arroz. Y cantar. Yo me acuerdo que metía los cuplés de los Angelitos Negros por bulerías. Mi abuelo era un crack para eso. Murió de tuberculosis. 

Y luego mi padre era alfarero. Y yo fui alfarero. Y recuerdo estar con el torno, tun tun, y cantar a compás. Que eso es complicadisimo, moviendo la pierna a otro ritmo. Tú vas en el 1, 2, 3, 4… Sin pensarlo. Y encima estás trabajando. Mi padre cantaba también por soleás. Mi madre bailaba muy bien, Pastora de los Reyes… Sí, mi familia me marca y es un sello indeleble que tendré mientras viva. Cuando bailo soy el linaje de los Canales. Y ha habido muy buenos artistas. Inéditos, pero muy buenos artistas en mi familia.

P. ¿A Madrid llegas aprendido tú?

R. Bueno, llego aprendido de bastantes cosas, pero de otras era un pardillo. Claro, llego aprendido porque para nosotros, los andaluces, nuestras fiestas son en la calle, igual que las flores, los patios, las macetas, las ferias… Todas nuestras diversiones son en la calle, no es como en León o en Valladolid, donde todo es en el interior. Entonces, nuestras fiestas son en la calle, y nuestras fiestas son vestirnos de flamencas y de flamencos, las casetas, las sevillanas, las rumbas… Ellos escuchan la gaita, nosotros no. Con lo cual cuando yo llego a Madrid iba aprendío, llevaba Andalucía entera. Como dijo Ignacio Sánchez Mejías, yo no me pongo un traje. Mi traje es que llevo Andalucía entera puesta en la corbata. Todo eso lo llevaba yo de adelanto, y de haber bailado yo en mi casa. Pero luego, en lo que era una clase verdadera, la técnica, la soledad, salir del huevo del cascarón de mi padre y mi madre… En todo eso andaba un poco perdido.

Yo no me pongo un traje. Mi traje es que llevo Andalucía entera puesta en la corbata

P. Todavía hay que irse a Madrid. 

R. Es curioso pero es cierto y es triste. Porque a Madrid tendría que irse uno si quiere estudiar en una universidad especial. O si quiere entrar en el Ballet Nacional porque está allí. Pero, ya en nuestra región tendría que haber muchas mejores madrazas. En la cultura que es nuestra, porque el flamenco es de nosotros, de Andalucía. Aunque es de España, pero nace aquí. Aquí es donde se funda y aquí es donde se forja. Y que tengamos que irnos a terminar nuestras carreras allí es una pena. Es una pena que Andalucía no blinde su cultura, aunque ésta sea patrimonio inmaterial de la humanidad. Yo me voy a morir con esa pena: que no hagamos un pacto de estado que blinde la cultura. Sería un milagro, algo maravilloso que hizo Francia hace unos años. Allí, un ministro dijo que para Cultura tiene que haber 3.000 millones de euros al año. Y ya puede venir el partido político que venga que eso es inamovible. Esos 3.000 millones van para la cultura. Entonces, si hubiéramos estado blindados ahora los de la cultura, pues los artistas podríamos soportar un año o diez de pandemia. 

P. Y más en un país como España, que lo que vende fuera es su cultura. 

R. Claro, es que no tenemos otra cosa. No tenemos industria como los alemanes. Nosotros lo que vendemos es el sol, la comida, la cultura y el turismo. Pero si ellos no lo blindan, adolecemos de muchas cosas. Y ha habido mucha gente, muchos artistas, no solo flamencos, pidiendo en las colas de las iglesias. Entonces, si nos hubieran blindado, el arte seguiría funcionado, estaríamos cobrando. Habría un tejido, como ocurrió en Francia, donde cada teatro de cada pueblo -imagínate, Puente Genil, Montilla, todos-, cada teatro tiene que tener una compañía residente. Sea de teatro, música, grafiteros, lo que tú quieras… Pero tiene que haber una compañía, porque el Gobierno da dinero a ese teatro para mantenerla. De tal modo que todos los teatros de Francia tienen compañías residentes. Eso es una de las cosas que da blindar la cultura.

P. Ser capaz de generar una industria. Yo creo que el drama es ese: en España la cultura no se ve como una industria.

R. Claro, que termine el niño su carrera y pueda decir: “Me voy a Cuenca, porque lo mío son las casas colgantes”. Tener opciones. Porque ahora, ¿qué opciones tiene un chiquillo que termina la carrera de música o de baile? Muy pocas. Por no decir ninguna. 

P. Montárselo por su cuenta. Y ahí viene lo duro: tampoco se está enseñando toda la parte comercial de ser artista. Estoy seguro que a ti nadie te contó lo difícil que era llevar adelante una compañía.

R. Eso es muy difícil. Eso es otro tema. Si quieres tener tu propia compañía, ármate de valor.

Sigo temiendo a las lesiones, pero más le temo a las lesiones del alma

P. ¿Te has arruinado alguna vez?

R. Una no. Muchas (Se ríe). Con mis tres hijos y mi mujer y to palante. Y empeñar casas, y empeñar cosas. Yo para montar los espectáculos más emblemáticos como Gitano o Torero, que nos han dado tanto, hemos tenido que empeñar casas, llegar hasta la máxima ruina. Porque, como decía mi mujer, hay gente que se pedía los reyes; yo me pedía coreografías que costaban 20, 30 y 40 millones de las antiguas pesetas. Que me pegaba luego cinco años pagándolas con las rentas que daba la compañía. En las galas dejábamos un apartado para pagar a la SGAE, a los bancos a los que le habíamos pedido préstamos… 

P. Yo siempre digo que el flamenco será patrimonio de la humanidad, pero no es, desde luego, patrimonio de la comercialidad.

R. Hombre, y más si tienes una compañía. Para tener una compañía tienes que tener un nombre. Tienes que ser parte del Star System para poder entrar en los hogares y que la gente por la calle te conozca y vaya al teatro y lo llene. Si no eres del Star System, te comes unas papas aliñás. Para qué montar una compañía si la gente no va a ir a verte. Y ademas, grandes ciudades como Barcelona, Madrid -no voy a meter más porque ni Sevilla ni Valencia tampoco-, donde hay teatros, donde hay teatros de ópera, teatros musicales, pues no hay teatros flamencos. Un turista quiere ver flamenco y tiene que ir a un tablao. Porque no hay teatros que mantengan programación estable de flamenco.  

P. Y peor aún, que parece que los flamencos de tablao son de segunda.

R. Bueno, ahora ya no tanto. Desde hace una década el tablao ha vuelto a florecer y van todos los grandes artistas a bailar. Los que no lo consumimos somos nosotros. Lo consumen los turistas. El español… Los chicos jóvenes no van a ir a un tablao. Se aburren. Para ellos eso es la prehistoria. 

P. ¿Por qué le cuesta tanto a los jóvenes entrar en el flamenco?

R. Pues porque el flamenco no entra en las escuelas desde que son pequeños. Entonces, parece que el flamenco es cosa de sus padres o sus abuelos. Ellos prefieren divertirse. Ellos prefieren hacer botellón, o bailar trap, o irse a una obra de teatro de comedia. Les gusta Rosalía.

Yo no soy famoso. Yo soy del pueblo. Soy popular

P. Y visto así, puede ser que Rosalía sea muy positiva para el flamenco, aunque le pese a muchos flamencos.

R. Claro, por supuesto. Todo es positivo mientras sea sumar. Porque, por ahí, puede entrar alguien y acabar comprando un disco de Camarón. Pero si no le damos a la juventud su forma de vestir, su forma de catar… pues tenemos un lío. Lo que no vale es que por cojones tengan que escuchar a La Niña de los Peines. Que claro, a mí sí me gusta, pero a mi hija le suena a chino. Dirá: ¿Pero esa mujer quién era? 

P. Decía Rocío Márquez que estaría muy bien que el flamenco entrara en las escuelas, siempre que se haga con un lenguaje distinto. A ver si va a ser como el día de Andalucía que es poner a los niños a comer pan con aceite y ya y a tocar el himno con la flauta… 

R. Claro. Por supuesto, con el lenguaje de los niños. Yo con los niños me pongo y los hago que cuenten -7, 8, 9, 10, 1, 2 o la seguiriya-, pero jugando. Con colores, buscando otras canciones. 

P. Te escucho y lo veo tan claro que me sorprende que nunca se haya planteado seriamente. ¿Nunca te han llamado para idear algo así?

R. Bueno, yo he hecho muchas cosas en este ámbito. Por ejemplo con inclusión social. Yo hace unos diez años me dieron el premio de la Once, cuando tuvimos una gira por toda España con chicos ciegos, mudos y con síndrome de down. Vinimos a Córdoba también. Yo llevaba tres monitores. Transportamos toda la inclusión social para los más desfavorecidos. Para llevarlo a las escuelas hay que llevarlo con unas fórmulas que ya llevamos trabajando mucho tiempo y que están muy claras. Lo que pasa es que al Gobierno no le interesa. Ya te he dicho que la educación está obsoleta. Aquí y en el mundo. No solamente en España, pero aquí igualmente la concepción que tienen del magisterio se ha quedado obsoleta. Igualmente, también hay dos o tres colegios, algunos de ellos en Madrid, en los que los chicos no estudian como los demás, ni están cuatro o cinco horas diarias, ni van todos los días. No se examinan de matemáticas, lengua y todo… Ni comen igual. Lo que pasa es que estos colegios son (se frota el pulgar y el índice)… Ese colegio lo puede pagar Pedro Sánchez y Pablo Casado. Son colegios de padres millonarios. Valen una barbaridad.

Y mira, mis hijos estudiaron en el SEK, en el San Estanislao de Kotska, y pagaba una matrícula yo de tres millones por cada uno. Ahí es donde estudiaban los hijos del rey, los hijos de los ministros… Yo le decía a mi mujer: mira el Pepe. Y el Pepe me decía: “No me lleves, Opá. Dame los tres millones para comprarme una moto”. Claro (se ríe). Los otros dos sí se han sacado carreras. Mi Antonio es periodista, maravilloso, cum laude. Y mi hija Sara es diplomática y ha estado hasta hace poquísimo en Bruselas, en la embajada. Pero mi Pepe es hostelero, mi Pepe es una belleza. ¿Tú de qué vives?, le pregunto. “De follar”, me dice. Tiene los 31 años más bonitos del mundo. Pero bueno, en el fondo, este Estanislao de Kotska sigue los mismos métodos que todos. Pero hay otros, como el Doña Blanca, donde es todo… Tú los ves, y qué personalidad tienen los niños. Tiene un nombre ese método, que ahora mismo no me sale. 

Es una pena que Andalucía no blinde su cultura, aunque ésta sea patrimonio de la humanidad

P. Antes hablábamos de pactos. También conviene hacer un pacto por la educación

R. Esto es un cachondeo. A mí es que me parece insoportable que los niños tengan que aprenderse tantas cosas hoy en día. No sirve para nada. Les están quemando el cerebro. Aprenderse cosas de memoria solo sirve para sacarse el carnet de conducir. Es que ya no hace falta porque está todo en Google. Para qué le hace falta a un chiquillo aprenderse todo eso.

P. Antonio, tú premios te has llevado unos cuantos. Pero, ¿en qué se han traducido esos premios?

R. Pues es que depende del momento en que te los dan. Por ejemplo, yo tengo tres Premios Max. Pero no es lo mismo el segundo que me dan, por Bernarda, que es maravilloso, a Mejor coreografía de Danza, con Lluís Pasqual, que el primero que me dan dos años antes que es al Mejor Intérprete de Danza. No es lo mismo porque en el primero yo tengo 31 añitos. Y los que estábamos nominados éramos Antonio Gades, Cristina Hoyos y yo. Entonces, estar nominado yo con esos dos faraones… Pues yo me fui a Venezuela a una gira pensando que no me lo iban a dar. Y me llamó mi manager y me dice: Te han dado el premio. Fue a recogerlo Sara Baras con un hijo mío, Antoñito, pequeñito. Con unas palabritas que tuve que decir por teléfono. ¿Por qué? Porque yo no me podía imaginar que me lo iban a dar con esa terna. ¿Qué pasó? Pues que de repente me colocaron. Salí en todas las noticias y era de los primeros Premios Max. Así que ese premio es el que mejor tengo colocado. Está en el bar de mi pueblo.

P. ¿Dónde? ¿Está en el bar? 

R. Sí. Porque yo estoy más en el bar que en mi casa. Y veo el premio más veces. Está allí entre las botellas y lo tiene el tío limpísimo. El Whisky de Cardhu, el Jameson y mi premio allí. Tengo los tres repartidos. Tengo otro en Sevilla en un sitio donde voy a jugar al ping pong y al billar. Allí está el segundo. En cada sitio que yo frecuento tengo uno (Se ríe). Para qué lo quiero en casa. Bueno, en mi casa hay vitrinas y están llenas. Pero no los tengo en el salón porque me cansan.

Hay que tener siempre hambre aprendiendo

P. Eso es como la casa con muchos espejos, que es síntoma de narcisismo.

R. Sí, a lo mejor los tengo en el cuarto. Pues como todo el mundo tiene sus recuerditos. Y bueno, quién los va a ver ahí. No los tengo ni en mi despacho. Antes los tenía, pero ahora no. Porque sino me quedó embobado: el Giraldillo del baile, el Oso y el Madroño, el Cordobán que me dieron aquí… Me marean. Y luego a cada manager que tengo le voy regalando uno. Los premios, como te decía, es cómo te los dan y en qué momento. El Premio Nacional me lo dan en el 94. Es que soy muy joven en esa época. Tengo 33 años. Soy el segundo flamenco al que le dan un premio nacional. Entonces, todo eso… No sé (Se para a pensar). Hay otros premios que te dan y le tienes mucho cariño. Yo tengo el premio de Andalucía. Y es como que rompe eso de que nadie es profeta en su tierra. Y yo recuerdo la cara de mi padre y es que creo que a él le hizo mucha más ilusión que a mí. Se fue al club de pesca y tos sus colegas de Triana con el “Hay que ver tu niño” (Se frena). Pobrecito en paz descanse. Yo estaba ahí con el Chaves en el Palacio de San Telmo y a mi padre que se le caían dos peazo de lágrimas. ¡Coño! Que la Medalla de Andalucía no me deja mi madre sacarla de mi casa. Me dice: Sales tú, pero la medalla no. 

P. Al final lo que tienen es otro tipo de valor. Pero, de nuevo, no es nada comercial. 

R. Sí. Esas medallas son muy sentimentales. No te van a dar más trabajo porque seas un personaje ilustre. Eso sí, te mueres siendo su ilustrísima. Pasas de un trato normal a ser vuecencia. Como diría mi gran amigo Antonio Gala. O como han sido algunos, como Paco Rabal o Fernando Fernán-Gómez. O Camilo José Cela, que se tiraba un pedo en cualquier lugar. Y son gente que tiene un Nobel. No te hablo de un cualquiera. Así que las medallas y los premios hacen mucho, pero cuando más hacen que te sirva para tu currículum es cuando es algo anormal. Porque ejemplo, ahora ya no es vuecencia. Ahora, al darme la Medalla al Mérito, me hace Su eminencia. Y si me hacen Hijo Predilecto, pues eso es para toda la vida.

P. Es como si te nombran Sir.

R. Eso es. Ahora, cuando me escribe el Ministerio de Cultura se dirige a mí lo hace con un Eminentísimo Señor Antonio Canales. Y fíjate tú la de papas aliñás que te puedes comer siendo Su Eminencia. To las que haya por el mundo. 

P. Con las vitrinas llenas de premios y los títulos estos, te pregunto: ¿puede la prensa rosa que ha habido sobre ti haber ensombrecido un poco tu trayectoria?

R. Yo nunca he sido rosa. La verdad. Yo nunca he sido porque nunca me ha gustado, ni a mis niños. No hemos vendido nunca una exclusiva. 

El médico me dijo: elige, o las botas de baile o la pelota. Tenía yo quince años

P. Y más teniendo como tienes un niño periodista.

R. No. Y cuando eran pequeños. Yo iba siempre con mi guardaespaldas. Pero no por la prensa rosa. Es que en aquellos tiempos era un escándalo. Mira al Cordobés lo que le pasó, que se le montaron las admiradoras se cayó un ascensor y se rompió una pierna. Es decir, teníamos que ir escoltados porque era una época en la que estábamos en los hogares, entre Joaquín Cortés, yo, Sara Baras… Aquello era… A Qué Jugamos, el Pasapalabra. ¡Otra vez, el del lunar! Era como un futbolista. Era guapo. Me vestía Toni Miró, Hungaro, Armani… Yo estrenaba todos los días ropa. Era un escándalo. Cuando salieron los Calvin Klein, yo, que tenía unas manías, decía: Yo me pongo na más que una vez un calzoncillo. Así que, conforme me lo quitaba lo tiraba a la papelera. Si iba a cualquier lado, me compraba la equipación del equipo de fútbol de la ciudad. Las tengo todas. La oficial.

Pero eso eran los momentos en los que facturamos durante cuatro años más de mil millones de pesetas. Mi compañía llegó a facturar más de mil millones de pesetas durante cuatro años. Estábamos en el Guinness. He sido el bailaor que más dinero ha ganado de la historia, más que Antonio Gades. Yo he llegado a tener un patrimonio de más de tres mil millones de pesetas. Pero claro, eso era en aquel momento. Yo me dormía. Tenía tres gestores y yo iba a una reunión y lo único que quería saber es “cuánto dinero tengo”. Así he vivido muchos años. No me hacía falta a mí jugar a la prensa rosa. Porque todos los que van a la prensa rosa están tiesos. Si eso es un juego. 

P. Es verdad que aquella era otra época.

R. Era otra época. Pero, cuando ya baja, la hostia es tremenda. Y menos mal que mi padre fue muy listo y fueron cogiendo cosas y apalancándolas para que yo no me las gastara. Porque yo, en menos de dos años, lo fulminé con las drogas, en los casinos, con las putas, en las fiestas… Yo hacía unas fiestas… Iluminé una vez mi casa entera y me gasté casi diez millones de pesetas en iluminarla, como si fuera Walt Disney. Yo llegué a tener más de un kilo de oro. Me colgaba tanto oro que mi padre me decía: ¿Por qué no te cuelgas la cadena del vater, también? Era peor que El Cigala con el oro. Y casi todo acabó en el Cash Converter. Era un caprichoso. Por eso era normal que hiciera (hace el gesto de la ola al romper con la orilla). Yo llegué a un enganche de drogas que me quedé en 50 kilos. Que me tuvieron que ingresar en Girona. Vamos a ver, fue por amor. Por amor y por mi desidia y por muchas cosas que son innombrables“.  

P. Y cómo se sale de ahí…

R. Lo difícil es no preocuparte, sino ocuparte. Una cosa es preocuparte, pero otra es ocuparte. Decir: “No, mira, me estoy ocupando. No estoy preocupado, sino que me estoy ocupando de mí”. Porque yo había dejado de ocuparme de mí. Eso es vox populi. Lo sabéis. Entonces, ¿qué es lo que pasa? Que cuando esto ocurre yo me doy cuenta de que soy dos: Yo soy Antonio Gómez de los Reyes, que es lo que pone en el carnet. Y luego soy el otro, que el otro no tiene edad. El otro es un canalla, el Canales es un inocente. El Canales no es de este mundo. Así que lo que ocurrió fue que me olvidé y me fui con mi novio a una playa. Y era en Sitges, que era una playa de gais. Yo soy bisexual, todo el mundo lo sabe también y nunca he tenido problemas con eso. Pero, como me dijo mi padre, a mí me da igual a quién se la chupes, pero que no te vea todo el mundo chupársela, Antoñito. Y pasó lo que pasó. Y yo me quise tirar desde la suite.

Mi familia es un sello indeleble que tendré mientras viva. Cuando bailo soy el linaje de los Canales

P. ¿Ese es el momento en el que tocas fondo?

R. Ese ha sido uno de los momentos más duros donde he tocado fondo. Pero sin embargo, España conmigo ha sido muy benevolente. Ha sido y sigue siendo muy benevolente. Yo fui una vez a defenderme y me pagaron un dineral. Pero, como me dijo mi padre: “Antonio, cuchará y paso atrás. No vayas a ser como los otros y empieces a ir de plató en plató, que ahora viene un taxista y ya te ha perdido el respeto”. Así que yo fui y me defendí. Y ya está. Luego me han llamado y me han ofrecido el doble. Pero yo dije que no. Yo siempre consulto con mi familia. Con los niños, mi mujer, que seguimos siendo grandes amigos, con mi madre: “No Antonio, yo prefiero comerme un tomate pero tener mi conciencia tranquila”. 

P. Es más fácil empezar de cero con la conciencia tranquila.

R. Yo tuve que volver a rehacer mi mundo. Tuve que empezar de cero. Empecé otra vez con mi escuela, con mi sueldecito de 1.200 euros, a ganarme a los niños… He tardado siete u ocho años. Porque se te cierran todas las puertas. Pero todas. Nadie quiere. Te ven como un hereje. Pero, yo tengo un arte, como decía Lola Flores. Yo voy por el pueblo y pasa el del butano, o el de la basura, y empieza: “Hombre, Canales, monstruo” o “machote”. Machote, fíate tú. Que le digo a mi hijo: “Mira lo que me ha llamado el del butano, Machote”.

P. A ti te quiere España. 

R. Yo no soy famoso. Yo soy del pueblo. Soy popular. Claro, porque eso que me pasó, si yo llego a estar con mis cinco sentidos no me pasa. Pero es que yo estaba enfermo.

Cuando yo caigo en la droga, lo primero que hago es no bailar

P. Y creo que has llevado la enfermedad de una manera muy digna, dadas las circunstancias.

R. Porque cuando yo caigo en las drogas lo primero que hago es no bailar. Yo me dormía con las botas cogidas. Me quedaba llorando y durmiendo con mis botas. Es la única vez que he estado un año y medio sin bailar. Pero fue como: “Antonio Canales no se merece esto”. Así que lo dejé aparcado. Porque en mi dignidad, el que está enfermo es Antonio Gómez de los Reyes. Pero el Canales lo que está es paradito y con sus botas quietas. Porque es indigno, y de una persona que no es honesta, tener que hacer tragar al público un espectáculo conmigo medio drogado. Por eso no hay apenas imágenes de ese tipo. Y eso que yo tardé en pedir ayuda. Pero pedí ayuda. Y mi padre estuvo ahí como un león, porque era muy flamenco. Hizo que me denunciara a mí mismo en los casinos para que no me dejaran pasar. 

P. Se nota un orgullo brutal cuando dices que ese Antonio Gómez de los Reyes no pisó los escenarios. ¿Es ese, quizá, el Gran Premio de tu carrera? 

R. Mira, yo pienso que es una de las cosas más grandes. Porque eso sí que era difícil. Porque eso sí que era un vicio. Yo era un vicioso de las botas, más que de las drogas. Más que de la cocaína, de la heroína… Pero es que yo decía: ¿Qué hago yo con las botas? Yo ya era Premio Nacional, ya era Medalla de Andalucía, ya era Eminencia. Su Eminencia no puede ir dando esa nota. A mí no me pueden ver los niños de los conservatorios dando la nota en la televisión. Así que me detuve y estuve parado hasta que volví a sanar. Y me volví a poner las botas cuando empecé a estar bien, cuando empecé a coger peso, cuando empecé a sentir la vida otra vez. Cuando ya me sentí sano y tuve otra vez a mis niños a mi lado, sentí como si me las hubiera puesto por primera vez. Y no me avergüenzo de nada, aunque haya muchas cosas que no volvería hacer. Ahora, cuando pienso que por amor me quería morir, pienso ¡un jamón! ¡Por jamón si me moriría, pero por amor no! 

P. ¿A qué le tienes más respeto: a una mala cabeza o a una mala lesión?

R. Bueno, es que una mala cabeza también es una mala lesión. Te tienes que cuidar tanto las lesiones mentales como las lesiones corporales. Ayer (por el jueves) di muchísimas clases de hora y media. Y ya en la tercera y la cuarta estaban muy preocupados todos los que me rodean. Porque son muchas horas, para ellos y para un hombre de mi edad. Así que sigo temiendo a las lesiones, pero más le temo a las lesiones del alma.

Un turista quiere ver flamenco y tiene que ir a un tablao. No hay teatros con programación estable de flamenco

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