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Plaza de las Tazas, 11: recuerdos en el antiguo picadero de la Magdalena

Patio de arquitectura moderna de la plaza de las Tazas, 11 | TONI BLANCO

Rafael Ávalos

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Un amplio pasillo conduce al espacio principal de la vivienda. A diferencia de muchas otras de la ciudad, el zaguán deja su lugar a ese acceso, que se adivina en la callada plaza de las Tazas. Ante el viejo convento de Regina Coeli, hoy edificio por recuperar, se abre de manera discreta una estrecha calle. Comparte el nombre del rincón al que lleva al viandante. Sólo Arenillas comparte trazado en un entorno de romanticismo, de los tantos que guarda Córdoba en su casco histórico. En el número 11 de la pequeña y empedrada plazuela surge esa casa-patio que otrora fuera lugar de cuidado para los caballos. Un conjunto de cuadras que después se convirtiera en tradicional residencia vecinal y que en la actualidad continúa en pie gracias a la acción de una madrileña con alma cordobesa y de su marido. Los dos mantienen vivos los recuerdos de aquella antigua comunidad, que hoy en día, desde hace unas décadas, es un paraíso secreto para los visitantes y sus propietarios.

“Calculo que durante toda la Edad Media en este espacio y en el colindante había, con total seguridad, tierra de cultivos. Luego fue un picadero de caballos”, explica Cristina Bendala, la amable dueña de la vivienda. En efecto, el extenso recinto acogió el viejo picadero de caballos de la Magdalena, iglesia que se levanta sólo unos metros más allá. “Creo que en el primer año del siglo XX fue cuando empezó a existir como casa de vecinos”, continúa su repaso al origen de la que ahora es su residencia y que tiene su resumen en el pasillo de acceso. Porque para Cristina, que el día en que comenzó el Festival de los Patios este año -2 de mayo- cumplía 71 años, la memoria es esencial para mirar al futuro. Ella es su voz desde tiempo atrás. “La casa tenía 19 habitaciones y envolvía todo el patio central. Me quedé con mucho material, porque además era muy difícil sacarlo, y proyecté una casa igual pero parcialmente. Quería que recordase a la anterior y siempre pienso cómo fue tan acertada esa decisión”, expone acerca del aspecto originario y de la renovación de la vivienda.

El acento de Cristina advierte de que su origen está en otra ciudad, si bien refuerza la idea de que uno es de donde quiere y no de donde nace. “Nací en Madrid pero viví en Sevilla desde que tenía meses y me vine a Córdoba en 1971, creo recordar. Estuve haciendo un inventario con un arquitecto (profesión que también es la suya) de aquí, Juan Serrano, porque en ese momento el casco histórico estaba en un agujero negro y había muchísimas casas que estaban cayendo. Antes de que desapareciera todo, como nosotros decíamos, nos pusimos a recoger toda la información posible de los edificios a los que podíamos entrar, que eran muchos pero semi habitados”, relata la propietaria de esta casa-patio, integrada en la ruta Regina – Realejo y en la modalidad de arquitectura moderna, antes de aseverar que se siente “absolutamente cordobesa”. “Cuando entramos aquí sólo vivían unos viejecitos y estaba prácticamente en ruinas, con todo comido por la vegetación. Era un espacio romántico y pensé que era el más bonito del mundo. En aquel momento nadie me pudo contar más que cosas generales”, añade antes de rememorar la palmera que viviera todo el proceso de transformación de la que hoy es su residencia. Aquel árbol murió hace tres años con el picudo rojo, lo cual “fue muy triste” para la dueña.

Fue años después cuando la voz de la memoria cobró protagonismo en la casa-patio gracias a la visita de viejos moradores. “Cuando ya vivía aquí, me jubilé y ya tenía tiempo dije que abría el patio y empezaron a aparecer antiguos vecinos. Para mí fue muy emocionante conocerles y conocer sus historias. Creo que todo tiene otro sentido sabiendo los nombres de los vecinos, poniéndoles cara”, expone Cristina Bendala con entrañable sutileza. Comenzó a rescatar, como aparece sintetizado en dos carteles a la entrada de la vivienda, los recuerdos del antiguo picadero de la Magdalena. Pero su pasión por el sabor costumbrista del lugar nació acto seguido de adquirirlo. “El trabajo de indagación me cambió muchos aspectos. Yo venía de estudiar Arquitectura y todo lo que veíamos era de vanguardia. De repente descubres que tienes que ser moderno pero saber muy bien de dónde vienes, conocer todas tus tradiciones”, señala. “Hubo un siglo de esplendor de los patios de Córdoba, entre el último cuarto del XIX y los tres últimos del XX, en el que un 80 por 100 de la gente de la Axerquía vivía en patios y eso es una huella importante. Es más bonito si piensas de dónde vienes y sabes que además en ese espacio discurría la vida en comunidad de mucha gente”, agrega la propietaria de este pequeño paraíso floral escondido como un tesoro en la plaza de las Tazas.

Con cariño, Cristina afirma que su casa-patio “es como un paraíso secreto, porque también tiene esa cosa de sorpresa, ya que vas por calles estrechas y de repente encuentras algo que no te parece posible que exista en una ciudad”. “A todo el mundo le transmite mucha sensación de bienestar, de armonía con la naturaleza. Cuando sale el sol por la mañana, más o menos de nueve a diez y media, tenemos arco iris servido, que cruza de lado a lado la casa”, indica la propietaria de una vivienda abierta a la actividad en diversos aspectos. Sobre todo cultural. “Me gusta hacer muchísimas cosas aquí, porque me dice la gente que transmite sentimientos positivos, como que la vida puede ser mejor. Siempre que alguien quiere hacer una cosa para disfrutar de algo interesante, se lo brindo, porque para mí el sentido que tiene el patio es abrirlo”, expresa. Entre su vegetación, con un pequeño invernadero en un segundo pasaje del patio, destacan las plantas de altura, como su ciprés o el bambú, que presenta una belleza diferencial al espacio. Pero también otras plantas como las espectaculares buganvillas o las aromáticas que este año son escogidas para decorar las paredes.

En el lugar en el que no hace mucho se levantara la vieja palmera, una cica y varias macetas en arriates aparecen a modo de homenaje. En ese idílico escenario, unas jóvenes vestidas de faralá regalan su arte con taconeo y movimientos a los visitantes en la primera jornada del Festival de Patios. La vida es intensa en una casa-patio en la todas las plantas “tratan de irse para arriba para buscar más luz” y que mantiene en secreto, más allá de una tímida escalera metálica, una terraza cuya techumbre es 100 por 100 natural. Una parra cubre ese desconocido recinto dentro de una vivienda en la que fluyen la paz, la inquietud cultural y las flores. Pero también los recuerdos del antiguo picadero de la Magdalena, o más bien de la residencia comunal que después acogió y de la que existe retrato con las imágenes y el cuadro que dan la bienvenida al visitante en su pasillo de acceso. Y, por supuesto, los retazos de otros tiempos que Cristina Bendala muestra a través de los relatos de antiguas vecinas.

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