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Oda a la esencia de Córdoba: los patios para Grupo Cántico

Pablo García Baena en el patio Parras, 6 donde nació

Rafael Ávalos

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Muchas son las musas, como se suele decir, para el artista. Sobre todo cuando tiene una especial sensibilidad para con su entorno. También si guarda una fuerte relación con la propia tierra. Gran muestra de ello la ofrece el magnífico Retrato que realizara de sí mismo Antonio Machado: “Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, / y un huerto claro donde madura el limonero”. El poeta transmite a través de sus versos la ligazón con los escenarios que le hicieran, en cierto modo, tal y como fuera. Quizá sea un buen ejemplo de lo que en Córdoba también sucede por medio de algunos de sus más destacados artistas en tiempo reciente. Se trata de los componentes del admirado Grupo Cántico, que durante su vida bebieran también para sus obras -así como para sus existencias- de los patios de la ciudad. De ellos surge otra oda a la esencia de la capital, de su historia y del Mayo Festivo.

Bien vale como punto de partida el poema Elegía IX de Ricardo Molina. “El patio oye el suspiro de otros días en sus arcos. / En las paredes húmedas se estremecen las yedras. / Lilas, jazmines y celindas / tiemblan gozosos en el aire tibio / bajo el beso fugaz de las abejas, / pero celindas, lilas y jazmines, / yedras de oro y arcos ruinosos / no saben cómo un día nos amamos”, escribió el literato. Demostrado queda en estas letras, que continúan con otra estrofa, que los tradicionales recintos fueron fuente de inspiración del insigne colectivo, al que pertenece también el centenario Ginés Liébana y del que formaron parte otros, además del mencionado al inicio, Julio Aumente, Juan Bernier o Mario López. Por supuesto, entre ellos se cuenta quien es una de las figuras más destacadas de la cultura cordobesa en época contemporánea. No es otro que Pablo García Baena.

El escritor que, entre otros muchos reconocimientos, recogió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1984, hablaba de hecho de la relación entre los patios con la acción de Grupo Cántico. A los espacios les llamaba “foro y ágora, asamblea reducida y pública, consejo de vecinos imantado de humanidad y participante de la historia urbana” de Córdoba. Realmente, los poetas y pintores del colectivo encuadrado sólo en cierto modo en el período entre la primera generación de posguerra y la del 50, loaban en general la belleza de sus lugares natales, que no siempre fue la capital y en especial a ésta última. Al fin y al cabo, crecieron en su sello al amparo, por decirlo de alguna forma, de integrantes de la magnífica Generación del 27, a la que, por si no lo recuerda alguien, perteneció el mismísimo Federico García Lorca.

Sobre este último detalle, la relación entre unos y otros artistas se ejemplifica en la correspondencia que mantuvo durante años el propio Ricardo Molina con sus autores, sobremanera con Vicente Aleixandre, premio Nobel y padrino de Cántico. Lo cierto es que el colectivo alumbrado en los momentos más difíciles del siglo XX en Córdoba no quiso perder la visión romántica y sentimental de Córdoba, que también se dio a través de tabernas o callejas. Otro extracto tiene cabida en este punto, y corresponde otra vez al propio Molina. Aunque nacido en Puente Genil, el poeta se desarrolló en nexo firme con la capital, como reflejó en su obra Elegías de Sandua, publicado en 1948. En dicho libro se incluye Elegía XVII -y la comentada al inicio-, poema en que escribió… “Todo era igual. Diríase que no ha cambiado nada. / En San Francisco tocan las campanas a misa. / La Posada del Potro ha abierto ya sus puertas / y hay en el suelo paja que cayó de los carros, / y labriegos, y mulos que beben en la fuente”.

Curiosamente, la Posada del Potro vino mucho tiempo después a recoger un merecido reconocimiento a otro insigne artista de Puente Genil. Porque desde hace más de una década, y camino ya de las dos, el recinto es sede del Centro Flamenco Fosforito, por el propio Antonio Fernández. Pero si una relación es indiscutible con los patios de la ciudad ésta es la que tuvo el también nombrado con anterioridad Pablo García Baena. Porque el autor nació y vivió sus primeros años en una de las tradicionales casas que se reparten ampliamente por toda Córdoba. Concretamente vino al mundo y tuvo su particular sitio de recreo en el número 6 de la calle Parras, muy cerca de esa plaza de las Beatillas donde un día, antes de su nacimiento, Federico García Lorca contempló el paso de Nuestra Señora de las Angustias y conoció la realidad de los rincones que desde 2012 son Patrimonio Inmaterial de la Humanidad gracias a sus moradores.

Aunque en realidad, la declaración de la Unesco es propiamente para los cuidadores y las cuidadoras, y en definitiva para una tradición que este año celebra una centenaria fiesta como es su Concurso. De vuelta al número 6 de la calle Parras, se trata de una vivienda que siglos atrás fue la misma que el anexo 8. Un inmueble que tuvo no pocas funcionalidades antes de convertirse en doble casa vecinal. “Mi abuela, que en paz descanse, y las demás personas de entonces eran las que estaban con él por aquí. Era como un patio de vecinos y jugaban todos con él, como se hacía antiguamente”, recordaba Javier Lucena Cantillo hace unos años a este periódico. Él forma parte de una generación más de su familia, irremediablemente ligada a un lugar que hoy por hoy, desde hace unos años, rememora la presencia de Pablo García Baena, como Antonio Machado en Sevilla, en este patio.

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