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Los patios en la mirada de Julio Romero de Torres

Cuadros de patios de Julio Romero de Torres

Rafael Ávalos

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Quizá existan diferencias en formato, tamaño o decoración pero todos cuentan con un mismo rasgo. Porque cada cual, dentro de sus propias características, mantiene aún a día de hoy ese especial significado en la vida de la ciudad. No sólo en lo que se refiere al estilo habitacional sino a la calma que posibilita, incluso para quienes intervienen tan sólo como visitantes, en medio del mundanal ruido, como se suele decir. De hecho es habitual considerar a cada uno de ellos, de forma poética o romántica, un oasis entre el cemento, los grandes edificios y el bullicio. Tampoco deja de ser cierto, tal y como lo demuestra el hecho de que los patios de Córdoba fueran fuente de inspiración para no pocos artistas locales y foráneos. Magnífico ejemplo de ello se halla en la amplia obra de Julio Romero de Torres, probablemente el pintor más destacado de la capital de todos los tiempos. Hombre conocedor de la esencia de estos recintos, de forma que resulta sencillo comprender que la reflejara en sus lienzos.

El patio no sólo es un espacio dentro de una vivienda. Guarda entre sus paredes las costumbres de la ciudad, cambiantes según el momento histórico. La excepción se da con un aspecto completamente invariable a lo largo del tiempo: el cuidado de plantas. De igual modo poco se modifica el rango aperturista de las viviendas, de lo que nace precisamente el Concurso que protagonizan estos recintos y que cumple su centenario en estas semanas. Lógicamente, era imposible que cada una de las circunstancias ya mencionadas pasara desapercibida para Julio Romero de Torres, quien retrató en sus cuadros el tipismo de la Córdoba finales del siglo XIX y principios del XX. Genio de la corriente simbolista, con aire modernista pero sin perder de vista la raigambre, el pintor tenía la musa primera en su propia casa.

Porque la vivienda familiar del artista gozaba de uno de tantos patios como entonces se repartían por la capital -por fortuna son muchísimos todavía-. Lo cierto es que no reflejó directamente ningún espacio concreto de Córdoba con sus pinceles. Utilizó los mismos, en plural, como manantial del que beber a la hora de crear. Así, son también diversas las maneras y no sólo los lienzos en que presentó los patios, siempre como el escenario de imágenes cotidianas de su época. Como punto de partida puede tenerse en esta ocasión Mujer asomada a la puerta del jardín, más que nada porque en 2005 llegó a venderse por 480.000 euros mediante puja. Fue en una subasta realizada por la casa británica Christie’s en el Hotel Palace de Madrid. En dicho lienzo, como bien indica su nombre, una mujer aparece en lo que se intuye es un zaguán con la vista en la zona exterior de un inmueble.

Se adivina, por ejemplo, un helecho entre las plantas del cuadro referido. Dormida se encuentra otra mujer en un lienzo que presenta más claramente si cabe la existencia de un patio en la escena. Ocurre en La siesta, de que disfruta la protagonista de esta obra en una mecedora situada en el umbral de la puerta que da al recinto. Éste surge al fondo con gran contenido floral, en una postal aún perfectamente reconocible en la ciudad. De hecho, el Concurso de Patios gira en gran media en torno al cuidado de las plantas durante todo un año para ofrecerlas al visitante -y al jurado de turno-. Parecido en el panorama se produce entre este retrato del tipismo cordobés con otro: Pereza andaluza. Los títulos incluso parecen jugar entre sí en una conjunción de ideas con los años convertidas en tópicos o prejuicios sobre el sur de España.

Cabe señalar que Pereza andaluza es el segundo título que se otorga a dicho lienzo, conocido como Un patio andaluz. En este caso, la mujer está sentada en una silla de madera, de medio lado y con el respaldo del asiento a primera vista del espectador. Sus ojos se dirigen de nuevo al patio, que en esta ocasión resulta más reconocible en lo acostumbrado ante los visitantes, propios y extraños. Pared blanca de cal con una numerosa disposición de macetas en todo el entorno. A todo esto, quizá corresponde una precisión llegado este punto. Como puede comprobarse, la figura femenina vuelve a ser esencial para Julio Romero de Torres, que siempre fijó sus ojos en ella. Lo que dio para la posteridad otro tópico, que no es falso por otro lado: es “pintor de la musa gitana”, lo que traslada a la belleza morena -y moruna- de la mujer cordobesa.

A modo de salvedad, el artista sí presentó de manera concreta el patio de su casa en Mal de amores. Más exactamente muestra en el lienzo la entrada a la vivienda, con el recinto exterior de fondo y en una escena en que se encuentran tres mujeres. Se da el retrato del proceso generacional desde la niña a la anciana con las tres protagonistas de la obra. Diferente a todos los anteriores es Mira qué bonita eres. Pero no tanto por la falta de la sencillez y cotidianidad de la vida a través de los espacios de las casas tradicionales de la ciudad. En este caso se representa un velatorio en el salón, donde se reúnen bastantes personas, y esta vez no sólo mujeres, en torno al féretro. El dolor es perceptible en el llanto de una mujer que cubre sus ojos con una de sus prendas o el taciturno estado de un hombre sentado. En esta ocasión, el espacio al aire libre es sólo el fondo tras una ventana abierta, tras la cual hay también un pequeño.

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