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Leo Brouwer, el creador infinito: de la Nueva Trova al Gran Teatro

Leo Brouwer, a la derecha, junto a Silvio Rodríguez y la flautista Niurka González.

Rafael Ávalos

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Arranca 1992 con la resaca de uno de los principales acontecimientos de la historia del mundo actual. Desde meses antes, la Unión Soviética ya no existe; abre la puerta a la Federación de Rusia. El 3 de enero, Estados Unidos inicia relaciones diplomáticas con su, hasta hace poco, íntimo enemigo. Termina definitivamente la Guerra Fría. Éste es el año de España, que acoge tres grandes eventos internacionales. Madrid es Ciudad Europea de la Cultura, Sevilla se adentra en su enorme Expo (Exposición Universal) y Barcelona vibra con sus Juegos Olímpicos. En este escenario, Córdoba crea su propia efeméride. Es mucho más humilde, pero igualmente significativa para la ciudad y, en especial, para su vida cultural. Nace la Orquesta con el impulso y bajo la batuta de un tal Leo Brouwer, un nombre fundamental para la capital en su período más reciente.

Córdoba observa con cierta melancolía, a punto de subir al AVE, cómo se escapa el tren de la Ciudad Europea de la Cultura. Desde 1988, y hasta los días presentes, se cree que la designación de Madrid responde a razones políticas: la capital de España debe estar en el mapa del desarrollo junto a Sevilla y Barcelona y además hay que evitar la especulación de favoritismo con Andalucía -Granada también se queda con las ganas-. Pero es este 1992 cuando la ciudad comienza una nueva etapa en el plano cultural. En la sombra, se gesta una creación fundamental. Aparece la Orquesta, fundada por ese tal Leo Brouwer, que además va a ser su director durante nueve años. Hasta que la salud le da un inoportuno empujón. Su presencia por estos lares es casi casual, pero no. Ante sí tiene una ocasión de oro para bucear en la música, de transmitir su genial inquietud. “Pues me atrajo todo. En primer lugar, era la posibilidad de hacer cosas nuevas en un país con cultura vieja y maravillosa. Eso no es común”, va a afirmar casi tres décadas después [N&B, CORDÓPOLIS, 15-07-2018].

Pero el relato no comienza entonces sino mucho tiempo antes. El inicio está en 1969 -medio siglo hace ahora de aquello-. Al otro lado del charco, como se suele decir, crece la Nueva Canción Latinoamericana, que tiene a sus primeros arquitectos en la chilena Violeta Parra y el argentino Atahualpa Yupanqui. Suena Canción con todos, de Armando Tejada y César Isella, en la voz de Mercedes Sosa. España continúa bajo el yugo de la dictadura. Paco Ibáñez -su primer poema musicado, en 1956, es de Luis de Góngora: Las más bella niña-, Chicho Sánchez Ferlosio o Raimon se rebelan con guitarra y garganta. Ellos son los precursores de la canción protesta, que después va a contar con la Nova Canço en Catalunya -con Els Setze Jutges como sus referentes- o el Manifiesto Canción del Sur en Andalucía -Carlos Cano es su principal activo-. La revolución se hace desde la música, pero la música también necesita su revolución. Lo sabe el mencionado Leo Brouwer, que tiene 30 años.

En 1969, Cuba sigue su proceso socialista. Es cuna de grandes artistas, pero requiere un paso al frente en su carácter creador. Unos cuantos jóvenes hacen lo que saben -y lo que pueden- sin que nadie se percate. Son Silvio Rodríguez, Pablo Milanés o Noel Nicola, que con el tiempo van a conformar, junto a otros, la Nueva Trova. Necesitan un punto de apoyo, que hallan casi en los setenta. “En aquel momento no formaban parte del quehacer musical cubano. Conversando con don Alfredo Guevara, llegamos, indudablemente, a la conclusión: hay que juntar a estos monstruos de la creación y fabricar una carretera, una vía o varias”, explica quien acto seguido va a guiar a los futuros autores de Ojalá, Yo pisaré las calles nuevamente o Dame mi voz, entre otros. Surge, como un soplo de aire fresco, el Grupo de Experimentación Sonora (GES) del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC), que reúne al mayor talento del instante en la isla y que todavía está por conocer a gran escala.

https://www.youtube.com/watch?v=cykXwmErwrU

Precisamente es Leo Brouwer quien impulsa la formación del centro de trabajo. Lo hace con la esencial ayuda del citado por él años después Alfredo Guevara, director del ICAIC. Comienza un período brillante de inquietud artística y creatividad en una Cuba marcada aún, en el plano musical, por la Vieja Trova. El hombre que legara a Córdoba uno de sus más importantes tesoros actuales está detrás del sonido que va a exportar durante décadas la isla al resto del mundo. Todo esto, como otras muchas circunstancias, lo recoge el documental Leo Brouwer: Homo Ludens, de Ángel Alderete. Es ya 2005 y la película muestra la fase de grabación del disco homónimo del ideólogo del GES, que engloba composiciones propias de un período de 42 años. Algunas de ellas, con sello de dos grandes: el propio Silvio Rodríguez y Chucho Valdés. Son días en los que se pone en valor la capacidad casi sobrenatural de un músico hecho a sí mismo.

“Para mí, es el músico más grande que ha tenido Cuba en todos los tiempos”, afirma Chucho Valdés en un momento dado. Habla sobre Juan Leovigildo Brouwer Mezquida (La Habana, 1 de marzo de 1939), el maestro de sí mismo y de varias generaciones. Es el chico que con cinco años escucha el piano en casa de su abuela oculto bajo el mismo. Es el adolescente que con doce años descubre, para después redescubrir, la guitarra sin más ayuda que sus oídos -y la motivación de su padre-. “Ese instrumento me hechizó, no sé por qué. Era el sonido de la dulzura, pegado al cuerpo. Es un instrumento sensorial por excelencia”, explica décadas después Leo Brouwer. Va a nacer en 1951 el músico total: intérprete, compositor, director orquestal, investigador, promotor cultural… Es el guitarrista indomable, el autor de la partitura inabarcable. Aunque toca muchos otros instrumentos, él confiesa su pasión. “La guitarra se convirtió en una obsesión: tocarla, tocarla, tocarla”, indica en 2005 para Homo Ludens.

https://www.youtube.com/watch?v=LvzGcnWpqKU

De vuelta a 1992, el 29 de octubre se levanta especialmente el telón del Gran Teatro. Este día ofrece su primer concierto la Orquesta de Córdoba, fundada y dirigida por Leo Brouwer. El cubano establece entonces una conexión mágica entre la Nueva Trova y la música clásica junto a la Mezquita Catedral. El pianista Rafael Orozco, insigne cordobés, interpreta el Concierto Emperador de Beethoven y el dramaturgo Adolfo Marsillach, nada más y nada menos, pone voz a la Guía de Orquesta para Jóvenes de Britten. Es una jornada para los anales. El creador infinito, capaz de traducir a su antojo conceptos tan dispares como la obra de compositores eternos o el rock de The Beatles, concede una oportunidad a la ciudad, que la reconoce y aprovecha. Arranca en este instante una época distinta para Córdoba, alejada de las pomposas citas que acogen Madrid, Sevilla y Barcelona -sobre todo las dos últimas-.

Es el punto de partida de una formación plenamente respetada, a pulso de excelencia interpretativa, que hoy por hoy prosigue con su andadura. Y no sólo en tierra propia sino en otros lugares. El Monasterio de San Lorenzo de El Escorial (Madrid), el Teatro Falla de Cádiz, el Maestranza de Sevilla, el National House de Praga (República Checa) o la Sala Dorada de la Musikverein de Viena (Austria) son sólo algunos de los escenarios pisados por la formación. De vuelta a los días actuales, 2019 es a la vez el año en que el maestro de La Habana cumple 80 y se conmemora el medio siglo del celebrado por siempre GES. El primero de los hechos es el motivo del Concierto Homenaje que el viernes acoge el Gran Teatro dentro de la trigésimo novena edición del Festival Internacional de la Guitarra, ese instrumento que hechizara al experimentador y pedagogo incansable -casi insaciable-. El 12 de julio es el del aplauso con acordes de la que es otra casa del constructor de la Nueva Trova.

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