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Rafael Ávalos

2 de abril de 2021 16:26 h

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Cada jornada tiene su propia identidad. Así es a nivel estilístico o artístico, también por la idiosincrasia de la corporación o por el significado del día en sí. En Córdoba destaca sobremanera el sello no sólo de las distintas hermandades sino de la tarde en las que éstas realizan estación de penitencia. Así, es posible pasar del imaginario celeste del Domingo de Ramos al lúgubre gris y casi negro del Viernes Santo. Si se citara al más reciente pregonero de Juventud, Manuel Santos, la luz clara se torna tenue, apagada en cierto modo, desde el inicio hasta esta fecha -variable como ya se sabe- dentro de la Semana Santa de la ciudad. Porque llega el momento, que son muchos realmente, del recogimiento e incluso del estremecimiento. Apenas un arrojo del aspecto festivo que en ocasiones se otorga a la celebración concede el Descendimiento. Lo cierto es que las circunstancias provocan que la sobriedad sea mayor si cabe este año.

Más solemne Viernes Santo que nunca. O quizá sólo sea así por el obligado cambio de hábito durante los días de Pasión. La pandemia de Covid-19 impide las salidas de las distintas cofradías por segundo año y obliga, sólo coloquialmente, a disfrutar de la Semana Santa en su plano más popular en los distintos templos. Así ocurre desde el Domingo de Ramos y sucede en esta jornada en que se produce, en el plano religioso, la Muerte antes de la Resurrección. En cualquier caso, hubo opción para los cofrades de la ciudad de contemplar de cerca, una vez más, y venerar a titulares como los de la servita corporación de los Dolores. Desde primera hora de la mañana permanecía con puertas abiertas la iglesia hospital de San Jacinto, en Capuchinos, para rendir culto al Santísimo Cristo de la Clemencia y Nuestra Señora de los Dolores, devoción elevada en la capital.

Las colas al comienzo fueron mucho menores que las registradas hace una semana, el Viernes de Dolores, y en cierto modo resultaba lógico. Sea como fuere, la cofradía concedió la fe en cercanía hasta el mediodía, como hizo también en horario ya vespertino y casi nocturno tras sus actos internos -esto fue de 19:00 a 21:30-. Pero el Viernes Santo era especial esta vez también por otros dos motivos. De un lado, por vez primera era posible tomar, a todos los efectos, como hermandad de la jornada a la Conversión. De otro, los cultos a María Santísima en su Soledad se desarrollaron, por vez primera también en este día -no en general-, en Santa María de Guadalupe. La parroquia llamada de Franciscanos, por ser su orden, acogió desde las 11:00 y hasta las 15:00 las visitas de fieles y cofrades en general a la dulce imagen de Luis Álvarez Duarte.

Tenía la corporación antes radicada en Santiago Apóstol la ilusión de cruzar por fin la puerta -tras reforma- de su nueva sede canónica este año y sin embargo ha de esperar. Lo mismo sucedía en esta ocasión a otra hermandad, ésta ubicada mucho más lejos del casco histórico pues también lo era del núcleo urbano. En zona de extrarradio existió la oportunidad de conocer de primer mano cómo va a ser el misterio de la Conversión cuando, al fin, pueda formar parte de Carrera Oficial. Fue en Electromecánicas donde la iglesia de Nuestra Señora del Rosario albergó la veneración pública al Santísimo Cristo de la Oración y Caridad y Nuestra Señora de Salud y Desconsuelo. La cofradía del popular barrio, que hubo de estrenarse en este día de Semana Santa el pasado año, dispuso a su Crucificado de la misma manera en que lo va a hacer sobre su paso. De esta forma, ubicó igualmente a los secundarios Buen y Mal Ladrón -esto es San Dimas y Gestas, respectivamente-.

Ya durante la tarde, la corporación de Electromecánicas celebró cultos internos. También se produjo dicha situación en la Real Iglesia de San Pablo, donde por la mañana sí fue posible la veneración pública al Santísimo Cristo de la Expiración y Nuestra Señora del Rosario. Para la ocasión, la hermandad conocida popularmente como de los Estudiantes, erigió un sencillo y acertado Stabat Mater con Calvario para el Crucificado. A sus pies, como siempre cada Viernes Santo en el paso, estuvo María Santísima del Silencio. Mientras, la Coronada Virgen tallada por Luis Álvarez Duarte se mantuvo en la capilla propia de la cofradía y de sus imágenes, que es precisamente la primera que se observa al acceder al céntrico templo. Si solemne era la jornada en todas las sedes referidas, mucho más si cabe debía ser y fue, desde las 11:00, en la parroquia de El Salvador y Santo Domingo de Silos (La Compañía). Allí, a sólo unos cuantos metros del anterior escenario, un altar efímero preparado para la cita resultó de los más atractivos pese a su fácil composición.

De manera serenamente bella aparecía Nuestra Señora del Desconsuelo, junto con María Magdalena y San Juan Evangelista, protagonistas del único palio con tres imágenes de Córdoba, tras la figura yacente de Nuestro Señor Jesucristo del Santo Sepulcro. La corporación desarrolló por la tarde sus sobrios actos y después volvió a abrir sus puertas a fieles y cofrades. Intensa fue toda la jornada, mientras, para la corporación que esperaba al otro lado del Puente Romano. Porque en el Campo de la Verdad era posible rendir culto al Santísimo Cristo del Descendimiento y Nuestra Señora del Buen Fin. Ocurrió, como es lógico, en la parroquia de San José y Espíritu Santo, donde volvieron a surgir colas que de igual modo estuvieron presentes en otros templos durante la segunda parte del día. Por cierto, que esta cofradía va a continuar el sábado con la disposición a todo aquel que quiera de sus titulares. En cuanto al primero de ellos, el Crucificado que deja de serlo, se presentó con la escena tradicional, y que es misterio de advocación, sobre su paso cada año.

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