A veces puede entenderse como una minusvaloración del resto de colectivos. Pero no es ésta la intención. No lo es al menos desde la comprensión de la diferencia entre un día y otro. Sobre todo en el apartado litúrgico, por mucho que todas las jornadas sean de relevancia. También, sin embargo, en lo que se refiere a la grandilocuencia en las calles. El caso es que el Jueves Santo es en Córdoba la primera de las denominadas o consideradas jornadas grandes de Semana Santa. Como razón, entre otras, está el hecho de que realizan estación de penitencia las hermandades señeras de la ciudad. O la circunstancia de que los cortejos estén protagonizados por algunas de las tallas más antiguas y veneradas. Fácil es la mención, por ejemplo, al conjunto escultórico de Nuestra Señora de las Angustias, obra magna y póstuma de Juan de Mesa. Lo cierto es que el Jueves Santo transcurre esta vez con más sosiego del habitual. Es la consecuencia, una de las muchísimas, de la pandemia de Covid-19. Mínimo es en esta ocasión el gentío en la capital en relación con los años en que sí podían realizar estación de penitencia las cofradías, y esto es todas en general y no las de esta jornada. De la muchedumbre y el ruido, bien entendido esto último, pasa Córdoba a una intensidad serena. Sucedía así, por ejemplo, desde primera hora de la mañana en la parroquia de Santa María de Gracia y San Eulogio (Trinitarios). En dicho templo, antes convento, era posible rendir culto al Santísimo Cristo de Gracia. Se trata de una de las devociones más añejas y especiales, con el espigado Esparraguero, Crucificado venido de México hace más de cuatro siglos, como titular. Se encontraba la talla de Cristo en un altar sencillo pero con disposición similar a la que tradicionalmente muestra su paso en las calles cada Jueves Santo. Al ser festivo, por cierto, era previsible que las colas de los primeros días de Pasión siguieran y, de hecho, se incrementaran. Aun así, las distintas corporaciones mantuvieron sus estrictos protocolos en relación a la Covid-19. Igualmente fue señalada la visita en esta ocasión, en que por la crisis sanitaria se hacen imposibles las procesiones, a otros templos como lo pueden ser San Francisco y San Eulogio o San Agustín. En dichas iglesias se produjo la veneración pública, respectivamente, al Señor de la Caridad y la bella Dolorosa que le acompaña cada año y a Nuestra Señora de las Angustias. La exposición de los primeros titulares se desarrolló de manera pública hasta las 13:00 pues por la tarde su hermandad iba a efectuar actos internos. Mientras, la Madre con el Hijo yacente en su regazo, quizá la obra de más valor de la escultura religiosa de Córdoba, se encontraba dispuesta a la observancia y oración de fieles y cofrades en general también en horario vespertino -de 19:00 a 21:00- después de días de exposición en uno de los fernandinos templos de la ciudad. El recorrido esta vez llevó a imágenes con entre cuatro y cinco siglos de hechura, como ocurría no sólo con la magna y póstuma obra del vecino de San Pedro, Juan de Mesa sino al acudir a la iglesia conventual de San José (San Cayetano), en cuyo cocherón anexo aguardaban la concurrencia de devotos Nuestro Padre Jesús Caído y Nuestra Señora del Mayor Dolor en su Soledad. En la popular Cuesta de San Cayetano se vio, al igual que en San Agustín, una amplia fila de personas que esperaban venerar, dispuestos en sus pasos, al Señor de los Toreros y la Dolorosa bajo palio, en este caso. Por la mañana se desarrollaron también los actos públicos en la hermandad más joven del Jueves Santo, que recoge a la perfección la lección del legado de la historia de sus compañeras de día. Ésta no es otra que la de Sagrada Cena, cuyos cultos, también internos como suele suceder durante esta atípica pero igualmente emotiva Semana Santa, tuvieron lugar en Beato Álvaro de Córdoba. Porque el templo de Poniente radica la corporación y se encuentran Nuestro Padre Jesús de la Fe y María Santísima de la Esperanza del Valle, que por cierto aún espera su primer desfile procesional por las calles de la ciudad. La calma no desapareció por la tarde, si bien entonces creció el número de personas que decidieron acudir a las distintas sedes canónicas. Por ejemplo, extensa fue la cola que se conformó en la calle Jesús Nazareno, en la que se erige, ante la plaza del Padre Cristóbal, la iglesia hospital homónima. Todo por la advocación de Nuestro Padre Jesús Nazareno y también María Santísima Nazarena. La hermandad de silencio transmitió su particular sello en una jornada que por lo general es bulliciosa aunque elegante. Con sobriedad fueron dispuestos por tanto los titulares de la corporación de Jesús Nazareno y el respeto mayor si cabe, en cuanto a mudez, por parte de fieles y cofrades. Lo mismo sucedió en el séptimo templo que esta vez abría sus puertas de manera excepcional. Porque la Real Colegiata de San Hipólito es el punto central, junto con la Mezquita Catedral, de la solemne y casi tenue Madrugada de la Semana Santa de Córdoba. A partir de las 18:00 hubo lugar a la veneración pública en este escenario al Santísimo Cristo de la Buena Muerte, que permaneció donde siempre está, en el ábside. También a Nuestra Señora Reina de los Mártires, que de igual modo continuó en su capilla y con sencillez. En cierto modo, la presencia de las imágenes de Antonio Castillo Lastrucci sirvió para rememorar la larga noche hasta el Viernes Santo y su sobrecogedora quietud.