Dos voces que huyen del integrismo: “El dictador conoce el poder de la literatura, por eso encierra a los escritores”
La sección de diálogos Las afueras de Cosmopoética se inaugura esta noche con una conversación marcada por la sombra del desarraigo y la luz y fortaleza de la palabra. Frente a frente estarán el escritor argelino y reciente Premio Goncourt, Kamel Daoud, y la poeta iraní-estadounidense Sholeh Wolpé. Y ambos han aprovechado la mañana para charlar con la prensa y trazar un mapa de la creación contemporánea en el que literatura, política y actualidad resultan inseparables.
Unidos por la condición del exilio (sobre él pesa una amenaza de muerte por los islamistas de Argelia, mientras que ella salió de su país siendo casi una niña), ambos han ofrecido una mirada dolorosa pero reveladora sobre la verdad (o las verdades), la resistencia y el peso de las palabras en un mundo acosado por la violencia, las dictaduras y la censura.
Para Kamel Daoud, el exilio es una herida abierta: “El exilio para mí es un dolor”, ha disparado a bocajarro antes de confesar que, cada noche sueña con regresar a Argelia, y cada mañana despierta para recordar que el regreso le está prohibido. “No puedo volver porque me arriesgo a que me metan en la cárcel”, ha añadido un escritor cuya última obra Huríes narra la trágica guerra civil argelina a través de la voz de una mujer superviviente que busca respuestas.
Daoud dice vivir su exilio como un castigo en lo personal. Aunque su valoración cambia al aplicarle la lupa de la literatura. En toda literatura, aseguró, late siempre un sentimiento de exilio: la necesidad de mirar el mundo desde fuera para poder narrarlo. “Si no estás lejos de los tuyos, lejos de tu tiempo, si no te sientes diferente, no puedes escribir”, reflexionó.
Sholeh Wolpé comparte con Daoud una experiencia similar de marcha forzosa, aunque marcada por la pérdida de voluntad. “Soy una iraní en el exilio desde los trece años”, recordaba este sábado en Córdoba la poeta y traductora, que añadía que no tuvo elección: “Yo no tenía capacidad de decisión; fue mi padre quien me envió”. Desde entonces, la política mantiene abierta esa herida. “No importa dónde vayas, nunca puedes escapar de tu propia sombra”, apelaba esta autora que ha definido el exilio como nacer en un idioma y en una tierra a los que ya no se puede volver.
Letras contra las balas
Al reflexionar sobre la función de la literatura frente al poder, Daoud ha sido tajante: no hay que atribuirle un poder absoluto. “Escribimos novelas, no libros sagrados, no manifiestos políticos, no constituciones”, señaló. Pero reconoció que la literatura se convierte en refugio de la verdad en sociedades donde todo es falso: estadísticas, discursos, medios. “Cuando la verdad no tiene dónde ir, se refugia en la literatura”, ha cavilado, al tiempo que ha defendido que leer es atravesar fronteras: “Nos libera de nuestra pertenencia, de nuestra nacionalidad, de nuestro cuerpo, de nuestro encierro. Nos enseña tolerancia, diferencia, viaje, cultura”.
Aunque la mejor analogía la ha dado cuando ha puesto la mira en quienes hacen de la censura un arma de guerre cultural. “Quien mejor puede responder a por qué la literatura es importante no soy yo, es el dictador. Él lo sabe: es quien encarcela escritores, expulsa editores y cierra librerías”.
Por su parte, Wolpé ha coincidido en que la literatura sirve para decir la verdad, aunque ha insistido en que esa verdad no es única, sino plural. En su caso, ha escogido otra metáfora distinta para hablar del poder de la palabra: “La poesía es como la lluvia. Puedes abrir una paraguas de censura, pero ¿puedes detenerla? La lluvia llega, alimenta las semillas, y las semillas rompen la tierra”, ha dicho, en un enunciado que rima con el lema de este año en Cosmopoética (“Una flor abrió el asfalto”).
Asimismo, ha remarcado que su resistencia activa también se manifiesta a través de su labor como traductora. Desde su “lenguaje bilingüe y bicultural” ha llevado al inglés a poetas místicos persas como Attar, maestro del sufismo medieval cuya filosofía aún sacude conciencias. Para Wolpé, traducir es tender un puente hacia lo humano, ese territorio que los dictadores nunca logran comprender.
“Todos somos viajeros en la vida”, concluyó la poeta. Frente a los regímenes que insisten en que solo hay un camino correcto, recordó que el verdadero poder no está en ellos: “Ellos no tienen poder. No, el poder lo tenemos nosotros”, ha insistido la autora de Ábaco de pérdida.
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