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ROCÍO MÁRQUEZ Y BRONQUIO
CRÓNICA
'Tercer Cielo': el suelo sobre Berlín

Rocio Márquez y Bronquio

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Hay varios hilos que conectan el flamenco y la música electrónica, pero sobre todo hay un anhelo común que está en el espíritu mismo con el que se los etiqueta si se aspira a la enmienda a la totalidad: el flamenco tiene que ser jondo; el techno o el house tienen que ser deep

Esa profundidad está en la médula espinal de cualquier artista del mundo que de verdad quiera atender con seriedad lo que significan realmente estos dos géneros, dos herramientas de comunicación esencialmente bastardas, que han ido mutando con el paso de los tiempos, absorbiendo otras materias como agujeros negros en los que uno sabe cómo entra pero no cómo se sale. Dos visiones del arte que se nutren, en directo al menos, de ambientes oscuros y la cercanía de los cuerpos.

Del suelo mismo por el que viajan las vibraciones y donde el metrónomo son las suelas de los zapatos.

De la tierra. De ahí es de donde parte la cantaora Rocío Márquez cuando arranca el espectáculo escénico de Tercer cielo, con el que ella y el productor jerezano Bronquio han trasladado a escena su exitoso disco homónimo. Repta como una serpiente en los primeros compases de un concierto que se abre con su voz recitando y cantando Paraíso, cuantos cuerpos por venir (“Cuanto más denso más negro, si es sentimiento”).

Lo hace sobre un escenario neutro (“Cuanto más denso más blanco”), que arranca en una penumbra sobre la que va entrando la luz, y sobre el que se arrastra Márquez hasta pisar cielo firme. Junto a ella, Bronquio, solo, de pie en la negrura, oculto tras unas gafas de sol (“I wear my sunglasses at night”, que cantaba Tiga), sin más artificio escénico que una mesa, una controladora y un ordenador.

A partir de ahí: loops, compás, efectos, delays, respiraciones, cante, palmas, ayeos, 4x4, 12x8, algún olé, y hasta un Viva Jerez. Con menos sonido del que algunos esperaban, la parte concertística de esta traslación escénica de Tercer cielo discurre de manera fiel a lo que Bronquio y Márquez registraron en el disco, que es como si Modeselektor hubieran pasado una noche de juerga en Casa Patas (o en El Almíbar, por contextualizar la fiesta flamenca en Córdoba), mientras Apparat y Enrique Morente observan desde una mirilla.

Escénicamente, sin embargo, esto es otra cosa. Hablamos de un cuarto cielo. La dirección artística de Emilio Rodríguez Cascajosa y Juan Diego Martín Cabeza, la iluminación de Benito Jiménez, y la coreografía y movimientos diseñados por el cordobés Antonio Ruz, acaban por disparar la propuesta hacia el infinito. Si ha habido pocas dudas sobre la importancia y el impacto que ha tenido el disco (un clásico instantáneo para quien esto escribe), menos creo que hay en cuanto a la calidad de la propuesta escénica.

Para cuando suena El corte más limpio, el tema más techno Berghain del disco, con letra de Antonio Manuel, Márquez y Bronquio ya tenían al público en el bolsillo. Su propuesta consiste, en buena medida, en poner el suelo (el flamenco) sobre Berlín (cuna de la música electrónica y fuente del sonido del disco). 

Estoy seguro de que la cantaora y el productor se hicieron preguntas mientras trabajaban en el estudio: ¿Cómo decir algo nuevo cuando está todo dicho? ¿Cómo conquistar una historia propia?

La respuesta la cantó a viva voz, sin artificio ninguno y como bis, la propia Rocío Márquez, ante el público del teatro Góngora en pie: “Aquel que se va, va diciendo en el silencio: ¡Qué grande es la libertad!”

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