Pablo García-López sopla 25 velas como tenor en Córdoba: “Nunca he dejado de ser un niño”
Yo creo que tenemos que hacer una revolución y renovación
Veinticinco años después de subirse por primera vez al escenario del Gran Teatro de Córdoba, el tenor Pablo García-López vuelve a su ciudad con Trompicávalas Amor, un proyecto que siente como un cierre de ciclo. Aquella primera vez fue el inicio de una carrera que lo ha llevado por teatros de Europa, de Madrid a Berlín, de Salzburgo a Estambul. Ahora, con la madurez de quien ha aprendido a mirar el escenario con otros ojos, volvía el viernes a la ciudad que lo vio nacer para celebrar que mantiene su ilusión intacta.
Unos días antes, pasea con un periodista y un fotógrafo por las bambalinas del Gran Teatro. Allí le paran varios de los técnicos que lo han visto crecer. Pablo era apenas un niño cuando se subió por primera vez a ese escenario. El mismo que había visto desde la platea tantas veces. Bajo la lámpara de araña, se sitúa en el centro del teatro y posa para las fotos. “Sácame guapo, por favor”, le pide al fotógrafo. Luego se sube a un palco y mira al teatro.
“A mí este sitio me sigue poniendo nervioso como el primer día”. Su voz y su mirada están mucho más serenas, evidentemente. Lo curioso es que, aunque el poso crítico se cuele a lo largo de la charla, aún conserve ese brillo de quien todavía se asombra. “Eso es lo más importante. De hecho, yo no he dejado de ser un niño nunca”, dice sonriendo.
Pablo cuenta que ese niño cantor que un día fue en Córdoba sigue siendo el motor de todo. “La gente aquí me decía siempre: ‘¡Qué ilusión, qué afición tienes!’”, recuerda. “Eso es muy flamenco. Porque yo tenía una afición increíble, pero esa afición, con los años, se convirtió en un conocimiento muy grande de las cosas que hago”.
La ciudad y la raíz
Podemos ser un centro de creación de algo nuevo
La ilusión recuperada deja paso al tono crítico. A pesar de haber construido una carrera internacional, Pablo siente la necesidad de mantener un ancla con su ciudad. Habla de Córdoba no solo como lugar de origen, sino como una posibilidad creativa. “Yo creo que con los medios que tenemos, tanto en la parte de la orquesta como del IMAE, sabemos dónde estamos, pero podemos ser un centro de creación de algo nuevo”, afirma. “Aunque no sean superproducciones, pueden ser más pequeñas, pero hay que tener esa línea. Y no solo para la gente de la ciudad, sino para la de fuera”.
Lo dice con un tono que mezcla el amor y, por qué no decirlo, un punto de frustración. O de ansia por mejorar. “A mí no me cabe en la cabeza que me proponga un proyecto innovador alguien del norte, o que yo grabe un disco con música de Asturias o Galicia, y aquí nadie nunca me haya propuesto recuperar obras de artistas cordobeses. Es muy curioso, ¿no crees?”. Pablo plantea la cuestión más como oportunidad que como reproche. Y añade que él vive nombrando a Córdoba en entrevistas y conciertos, pese a que siente que a veces el reconocimiento que recibe desde aquí es más silencioso.
“Yo no me quejo para nada, pero es cierto que he ganado premios y que creo que mucha gente no lo sabe, ni tienen la medida de la carrera que yo hago, viniendo además de donde vengo”, razona. De nuevo no hay rastro de molestia, sino más bien una invitación al desahogo de alguien que precisamente vive de alzar la voz.
El niño que escucha
Rosalía va a poner la música clásica de moda
Cuenta Pablo que lleva todoa la semana escuchando Berghain de Rosalía en modo repeat. La canción, por tanto, le ha acompañado durante los días de ensayo en Córdoba. Le gusta por su estética, por su riesgo, pero también por algo más íntimo: le recuerda a su etapa en Berlín. Allí, entre los grandes templos de la ópera y la oscuridad de los clubes de techno, aprendió que la música puede ser solemne o salvaje, pero que la emoción es la misma.
“Yo creo que va a poner lo clásico de moda”, dice, refiriéndose a Rosalía. “Osea, a mi me gusta mucho la fusión, ahí suena Réquiem de Verdi, Gluck, Stravinsky... Y la London Symphony Orchestra ahí tocando a muerte con ella. A mí la verdad que me ha impactado. Pero, en realidad, creo que es porque yo lo que veo es mi Berlín: cuando después de una ópera nos íbamos con los de orquesta y algún día acabamos allí o en otros lugares”.
Esa conexión entre lo popular y lo culto, entre lo académico y lo experimental, está cada vez más presente en los proyectos que protagoniza o impulsa el tenor cordobés. También hay parte de ello en Trompicávalas Amor, que combina repertorio barroco con una puesta escénica contemporánea. Es un buen ejemplo de cómo Pablo concibe su trabajo: un puente entre tiempos y lenguajes.
El refugio
De niño me refugiaba en la música, era mi salvavidas
También entre el niño que encontró su refugio en la música y el tenor que viaja cantando por todo el mundo. En su casa, sin embargo, no había tradición musical: “No se escuchaba música. En mi casa se oía flamenco, pero no se oía esta música”, especifica. Sin embargo, algo en él buscaba un lugar donde encajar, una voz propia, un bálsamo cuyo nombre no sabía ni cómo se pronunciaba.
El primer destello llegó en el coro. “Mi hermano tocaba el piano y yo quise estudiar violín, pero con el violín nunca noté esa conexión. No era mi voz”, confiesa. Todo cambió cuando entró a cantar y un profesor le dijo que tenía cualidades. “Vine a este teatro a hacer la ópera Carmen. No se me olvidan esos días. Yo era un niño y cuando vi aquello, al coro, a los solistas… me fascinaba”. Esa fascinación fue la chispa que encendió una vocación.
Aquel debut en el Gran Teatro de Córdoba, hace veinticinco años, cuando aún soñaba con ser un profesional, marcó el inicio de una carrera que hoy lo ha llevado por Europa y América, de los escenarios barrocos a los auditorios contemporáneos. “Cuando me enteré de que de eso se podía vivir, fue como descubrir otro mundo”, dice. No había referentes cercanos, ningún músico en su familia, pero eso no lo detuvo. “He sido uno de los que rompió un poco el techo de cristal y demostró que se podía hacer una carrera sin tener a nadie detrás”.
Desde entonces, la música ha sido más que una profesión: una forma de mirar el mundo. “Yo miro el mundo a través de la música, de los proyectos que me apetece hacer, de lo que puedo aportar”, explica. Lo que empezó como refugio se convirtió en una manera de entender la vida: un filtro a través del cual todo suena de otra manera.
El oficio y la búsqueda
El divo o la diva de la ópera se ha quedado un poco fuera de onda
No obstante, Pablo repite una idea: que su carrera no es fruto de la inercia, sino del estudio y la constancia. “Tenía mucha cosa con el repertorio barroco. Es un repertorio especial, que en España hasta hace poco no se hacía tanto, pero se ha abierto para mí de una manera bestial”, cuenta. “Estoy haciendo música y discos con los mejores grupos, y estoy muy orgulloso, porque ha sido un trabajo de años preparándolo en la sombra”.
Su curiosidad lo lleva a territorios nuevos. “Voy a estrenar ahora una canción, mucha música de compositores vivos, de gente joven. En mí ven a alguien versátil”, explica. “Yo creo que el divo o la diva de la ópera se ha quedado un poco fuera de onda. Hay que hacer algo con otra visión. Ya hemos visto muchas Traviatas, muchas cosas de cartón piedra. Podríamos hacer algo distinto”, fabula.
Por eso, cuenta, dejó de hacer ópera en Córdoba durante un tiempo. No ha sido porque el teléfono no suene -“Luis, el gerente del IMAE, me ha escrito”, apostilla-. “Necesito un proyecto que me motive. Ya no me motiva hacer lo mismo. Me motiva hacer proyectos distintos, que me pidan mucho, que sean una música especial, difícil”.
La revolución pendiente
Tenemos que hacer una revolución y renovación
Pablo comienza entonces a dejar caer que esta nueva etapa de su carrera va a ir más allá del escenario y comienza a hablar casi como un agitador cultural. “Tenemos que hacer una revolución y renovación”, repite. “Con la música que se programa con la orquesta, con la que se programa en el IMAE, con la que se programa en la ciudad. Tenemos que hacerlo todos: los que estamos fuera, los que estamos dentro, el público, la gente del conservatorio… somos todos parte implicada”.
Defiende la necesidad de crear comunidad. “Tenemos una orquesta profesional, coros, danza, flamenco, músicos increíbles. Pero no encontramos cómo conectarnos. Si las instituciones no procuran una conciliación, es muy difícil que nos conciliemos. Cada uno tiene su carrera. ¿Cómo lo hacemos?”, se pregunta.
Y lanza una llamada a la acción. “No somos Nueva York ni Viena. Esto es Córdoba. Aquí todo se queda en el mismo público. Trabajamos todos para hacer felices a los mismos. Hay que llevarse bien, relacionarse, unir coros, unir fuerzas. Tenemos que ir a buscar al público joven. Yo hice un concierto en Estambul, lleno de gente joven. Aquí falta eso: que llegue la información, que llegue la música.”
Sonríe cuando el periodista le dice que se le ve crecido. “Que va, soy el mismo de siempre”, repite, antes de perderse con los auriculares puestos por las callejuelas que desembocan en el río Guadalquivir.
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