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La obra ‘pródiga’ y perdida de Ricardo Molina

Imagen de Ricardo Molina en la exposición 'Dulce es Vivir' / TONI BLANCO

Juan Velasco

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Tenía sólo 26 años. En aquella época, Ricardo Molina (1917-1968) ni siquiera había firmado su obra poética en el primer número de Cántico, que vio la luz en 1947. Era 1943 y un joven de Puente Genil ya había escrito un auto sacramental heredero directo del teatro del Siglo de Oro. Aquella obra sólo se representó una vez, el 17 de agosto de 1946, en la Puerta del Perdón del Patio de los Naranjos de la Mezquita-Catedral.

Fue un triunfo absoluto, según revelan los diarios de la época, que hablan de la representación de El Hijo Pródigo como “el maravilloso espectáculo que constituyó un resonante éxito para el poeta Ricardo Molina y los intérpretes de la obra”. Y ya está. Brilló una noche de verano, en plena celebración de la verbena de la Virgen de los Faroles, y se guardó en un cajón, donde ha permanecido durante 71 años, hasta que una serie de azares y empeños han acabado con una nueva visión teatral de la misma, que podrá verse los próximos 13 y 14 de diciembre en el Teatro Góngora bajo la dirección de Juan Carlos Villanueva, del grupo Trápala Teatro.

Villanueva anda estos días ultimando los detalles de la representación, pero tiene tiempo para reflexionar sobre la pieza original, un trabajo “claro y diáfano” que cuenta con “una estructura perfectamente diseñada, con tres actos, cada uno de ellos con su propio objetivo final”. “Evidentemente no deja de ser un auto sacramental, que es una catequesis pública hecho a la medida del Siglo de Oro para atraer las almas un poco descarriadas. Aunque su visión es absolutamente contemporánea”, especifica el director teatral, quien asegura que piensa respetar parte de ese espíritu cuando lo lleve a escena en diciembre.

Una obra en parte religiosa y en parte pagana

Y es que, desde una perspectiva actual, quizá cueste imaginar a un joven como Molina, un artista homosexual con una visión humanista muy amplia, lanzarse a escribir una “eucaristía pública” para gusto del recién elegido Obispo Fray Albino. Pero así ocurrió. Ésta es una obra que revela la dualidad de Molina, puesto que tiene un sentido religioso y también un sentido pagano. “Es la dialéctica que sufrió en vida, puesto que era llamado por la tradición judeocristiana pero, al mismo tiempo, le atraía la tradición de Roma y Grecia. En esa antítesis destaca El Hijo Pródigo en la obra de Molina”, explica José María de la Torre, un estudioso del poeta de Puente Genil y, probablemente, una de las personas que mejor conoce esta obra.

De la Torre dio por primera vez con ella mientras preparaba una tesis. Ese primer encuentro sólo encontró 16 cuartillas incompletas, a excepción del preámbulo. Seis años después, volvió a ella en el archivo personal del autor, en Ibiza, donde halló el texto que sirvió de base en la única representación de la obra. El tercer acercamiento ocurrió hace tres años. Tras descubrir que existía otra copia en el Archivo del Cabildo Catedralicio. Ahora, a partir de la minuciosa reconstrucción de de la Torre, los tres textos han servido para construir la base que servirá para la nueva representación.

“Es una obra de 1.500 versos, con todo uso del metro clásico, salvo en el preámbulo y el final, que tira de verso libre”, especifica de la Torre, que la sitúa como una continuación del teatro del siglo XVIII, con influencia de Calderón de la Barca y Sor Juana Inés de la Cruz. Esa tradición del siglo de Oro estaba bien destacada en la prensa de la época.

El papel que no pudo representar Pablo García Baena

“El público selecto, que tan largamente aplaudió la obra, demuestra que todavía nuestro pueblo puede alcanzar y entender las más sutiles verdades teológicas y puede vibrar con la misma fe y el mismo escalofrío que inundaba el corazón de los espectadores del siglo XVII”, decía la Hoja del Lunes del Diario Córdoba del 19 de agosto de 1942, que también tenía bellas palabras para el diseño del escenario “obra de ese espíritu finamente artístico que se llama Juan Bernier”.

Y es que, además de Bernier, aquella única representación de El Hijo Pródigo contó con un elenco artístico y técnico de enorme categoría, con una decena de actores y actrices, cantantes e intelectuales de la Córdoba de la época, y con una selección musical en la que había obras de Bach, Wagner, Beethoven y Berioz.

“Fue un éxito por las características del propio texto y por lo que representaba”, asegura Juan Carlos Villanueva, que añade que hubo una gran ausencia aquel día. “Pablo García Baena iba a ser el único personaje de la obra que tiene nombre, pero, como en aquella época murió su madre, no la pudo representar. En sustitución entró Miguel Salcedo Hierro”, detalla.

García Baena, eterno rostro del grupo en el que Molina militó, llevaba años pidiendo que se recuperara esta obra. Este miércoles lo volvía a hacer con motivo de una exposición sobre el poeta pontanés. “Yo tenía mucho interés en que se representara El Hijo Pródigo, que se va a ver en el mes de diciembre. Quizá es lo más desconocido de Ricardo, su teatro”, decía el maestro al respecto.

“Muchas veces uno se pregunta qué hubiese hecho esta persona si la vida le hubiese dejado”, se cuestiona el director teatral Juan Carlos Villanueva. La vida, como en la parábola bíblica de El Hijo Pródigo, a veces da una segunda oportunidad. El teatro de aquel joven Ricardo Molina tendrá la suya 71 años después.

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