Mariana Enríquez: “Es una enfermedad mirar todo el rato el presente como una corrección del pasado”
La escritora argentina Mariana Enríquez, una de las voces más singulares de la narrativa contemporánea en español, participa este domingo en el festival Cosmopoética de Córdoba. A título previo, en un encuentro con la prensa, esta especie de rock star literaria ha compartido algunas reflexiones sobre su obra, el lugar de la literatura de género, la precarización del periodismo cultural y el complejo momento político que atraviesa su país.
“Yo no soy poeta, pero me parece bien que en un festival como este se invite no solo a poetas, sino también a narradores. Me divierte que en un festival de cine, el jurado no sean todos cineastas. Además, los narradores somos todos un poco poetas frustrados”, ha señalado la autora de Nuestra parte de noche, la novela que terminó de resituar entre los lectores españoles su nombre entre los autores latinoamericanos más interesantes del panorama actual.
En este ámbito, ha defendido la importancia de la poesía en su formación como escritora. Y como lectora: “Leer poesía es casi como escuchar música. Es un contacto distinto con la palabra, mucho más delicado, casi en el borde de lo abstracto. Un narrador necesita ese momento de dejarse llevar”.
Casi sin tiempo para pasear por la ciudad -viene de hacer varias presentaciones en España y en Europa-, Enríquez ha reconocido que, a pesar de ello, el contacto con los festivales es una de las experiencias más gratificantes de la vida literaria: “Participar en festivales es lo más divertido de todo esto de hacer giras”.
Lo que yo escribo es demasiado escabroso para el gran público
Una relación libre con el público y el género
Y eso que esta periodista y novelista ha reconocido que no escribe pensando ni en otros escritores ni en un público masivo: “Primero voy yo, y el público es un premio. Porque además, lo que yo escribo es demasiado escabroso para el gran público, y, sin embargo, me da placer que tanta gente se vea seducida por algo que considero tan estrecho”.
Consultada por su relación con la etiqueta de “escritora de género”, Enríquez fue clara: “No me considero una escritora de género y, al mismo tiempo, lo soy. Lo que me dio a conocer fue el género y no me molesta, me gusta, lo hice con intención y es el lugar donde mejor me encuentro. Pero, por ejemplo, mis últimos libros publicados en España incluyen un ensayo sobre la lectura -Archipiélago- y la reedición de una novela realista que escribí hace veinte años -Cómo desaparecer completamente-. Eso invalida esa idea de que soy exclusivamente una escritora de género”.
En este ámbito, sí que reconoce que le cogió por sorpresa el éxito de Nuestra parte de noche, cuya trayectoria editorial se vio atravesada por la pandemia: “Cuando se publicó, todos pensaban que se acababa el mundo, y, sin embargo, la gente empezó a leerla durante el confinamiento. Al terminar la pandemia tenía múltiples ediciones vendidas, y eso me sorprendió mucho porque es una novela decididamente de género, con sectas, dioses y violencia, aunque también tenga lecturas políticas”.
Enríquez recordó cómo encontró su voz literaria a través del género de terror. “Venía de un libro que no había salido y necesitaba reencontrarme con la literatura. Así que escribí un cuento, El aljibe, que después se publicó en otro libro. Y con aquel cuento me di cuenta de que me funcionaba escribir una historia de género”, ha rememorado. Fue en la época en la que publicó en Argentina Cómo desaparecer completamente, reeditada ahora en España, y sobre la que, con cierta ironía, ha confesado que se sigue reconociendo en ella. “Quizá no me reconozco tanto en el estilo, pero sí en el horror, el pesimismo y la observación social descarnada que aún me acompañan”, ha cavilado.
Con suerte, Argentina no choca y vuelca, solo choca. Ojalá me equivoque, porque quiero lo mejor para mi país
Eso ha dado pie a que la escritora analice la coyuntura política tanto en su país como en el resto del mundo, no sin antes relativizar el rol de los autores como analistas: “No creo que como escritora tenga más que decir que cualquier otra persona. Los escritores podemos ser bastante ermitaños. Otra cosa es el intelectual público”, ha comenzado Enríquez, que ha indicado que Argentina vive un nuevo momento “bisagra” marcado por el liderazgo del presidente Javier Milei y la euforia tras un nuevo préstamo de Estados Unidos que, vaticina, no tendrá buen final: “Eso ya lo conozco y sé cómo acaba. Con suerte, Argentina no choca y vuelca, solo choca. Ojalá me equivoque, porque quiero lo mejor para mi país”.
Más allá de lo político, Enríquez alertó sobre un exceso de obsesión con la inmediatez: “Yo no soy muy catastrofista, trato de pensar que el presente no es una medida de nada. Es una especie de enfermedad mirar todo el rato el presente como una corrección del pasado. Uno de los problemas que tenemos en general es la sobreimportancia narcisista del presente”.
El último tramo de la charla lo ha dedicado a analizar la situación del periodismo cultural que todavía hoy sigue ejerciendo. Enríquez ha recordado que inició su trayectoria en 1995 y ya entonces era “el primo pobre” de las redacciones. Eso sí, hace treinta años -añade-, aún había espacio y presupuesto. Hoy, a su juicio, todo todo es más breve, más magro, y los profesionales viven precarizados en todo: en el oficio y en la relación del lector. Frente a ello, está el muro de pago, que Enríquez entiende que exista pero al que le ve algunos problemas: “Como lectora yo no pago cinco diarios porque ya pago siete plataformas. Sencillamente, no se puede”.
“Con este modelo, lo que termina ocurriendo es que la gente que puede leer periodismo cultural es gente que tiene una posición más privilegiada. Y así es como termina el periodismo cultural volviendo a ser algo elitista. Y eso en un momento con tantos canales para poder leer cultura es preocupante”, ha concluido la autora, que celebra, no obstante, el surgimiento de nuevos canales alternativos como fanzines, pódcast y redes de difusión altruista que, igualmente, suelen ser invisibilizados por los algoritmos.
El problema que tiene la cultura, como la literatura, es que es lenta. No da resultados inmediatos
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