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La voz inédita de Rafael de León

Rafael de León.

Redacción Cordópolis

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El sello cordobés Cántico, de la editorial Almuzara, publica por primera vez reunida en un solo volumen la Poesía completa de Rafael de León (1908-1982), que recoge sus dos libros de poemas Pena y alegría del amor y Profecía, este último escrito en coautoría con Antonio Quintero, así como tres poemas inéditos que no llegaron a publicarse en un volumen, uno de ellos dedicado al asesinato de Lorca, junto a otros en los cuales intervino también Manuel Quiroga

Rafael de León es verso, hoy aún por reivindicar y situar en el lugar que por méritos y sobrada valía le corresponden. Cántico edita por primera vez la obra poética completa del autor, que reúne en un único volumen los dos libros que el escritor dio a luz, Pena y alegría del amor, publicado en 1941, y Profecía, de 1954, este último escrito en coautoría con Antonio Quintero, así como tres poemas inéditos que no llegaron a publicarse en ningún volumen, además de algunos en los que intervino también Manuel Quiroga. Junto a ellos, un apéndice fotográfico que señala un recorrido por algunos momentos de la vida del escritor y de su esfera más personal, y que ofrece a los lectores una poesía asombrosamente vigente, lúcida y de impecable oficio.

En esos versos inéditos que se recogen ahora, y que salen a la luz por primera vez publicados en un volumen, De León dedica un extenso poema a Federico García Lorca, un Réquiem cargado de sentimiento por la muerte del escritor. Toda Granada lo sabe y toda Granada le llora. Así arranca: “Lo mataron en Granada,/ una tarde de verano/ y todo el cielo gitano/ recibió la puñalada...”. Ahí están incrédulos ante la noticia Doña Rosita, Mariana Pineda, Yerma, Bernarda Alba. Le lloran también Ignacio Sánchez Mejías y Rosa la de los Camborios, una de las mujeres del Romance de la Guardia Civil española (incluido en Romancero gitano). Escribe también Rafael de León de amores, de una relación desigual entre un amor de veinte años y un hombre que ya sobrepasa los cincuenta: «Un hombre que peina canas y que le dobla los años», relación de la que el pueblo, ávido de decires, habla sin descanso. “¿En qué código de amores/, en qué partida de cargos/, hay leyes que determinen/ la edad del enamorado?”. Sin edad disfrutan de besos y confidencias, mientras los demás hacen “lengua en los colmados”. El poeta escribe también de una madre que quiere deshacerse del hijo que espera, Sacramento la llama, por la deshonra de parir sola; sin embargo, es la voz del hijo quien desde el vientre le hace cambiar de idea: “¡Qué miedo/ le dio al escuchar la voz/ que le salía al encuentro/, envuelta en hilos de sangre/ cortando su propio aliento!...”

Versos inéditos

Escribió de pasiones, de desengaños y de querer no correspondido.  Y así lo recoge el primer poema de sus “Cuatro sonetos de amor”: “Decir ”te quiero“ con la voz velada/y besar otros labios dulcemente,/ no es tener ser, es encontrar la fuente/que nos brinda la boca enamorada./ Un beso así no quiere decir nada,/ es ceniza de amor, no lava hirviente,/ que en amor hay que estar siempre presente,/ mañana, tarde, noche y madrugada./ Que cariño es más potro que cordero,/ más espina que flor, sol, no lucero,/ perro en el corazón, candela viva.../ Lo nuestro no es así, a qué engañarnos,/ lo nuestro es navegar sin encontrarnos,/ a la deriva, amor, a la deriva.

Injustamente olvidado o quizá circunscrito al papel de letrista de copla (como si ese fuese un desdoro) y aún por reivindicar y darle el lugar que le pertenece son cada vez más las voces que se suman a la pertenencia de Rafael de León al Grupo del 27, una generación de verso a cuyos miembros frecuentó y con quienes tuvo y mantuvo amistad. Sevilla le vio nacer y en Madrid falleció en 1982 víctima de una embolia pulmonar. Nunca olvidó su origen ni la ciudad donde nació:  “En Sevilla se muere/ con una muerte blanda y deseada,/ y el dardo que te hiere/ no es cuchillo ni espada,/ que es de flor y de sol la puñalada./ Yo mismo estoy herido/ por una rosa nueva y amarilla/ que del cielo ha caído/ dejando mi mejilla/ salpicada con sangre de Sevilla” (de “Las muertes de Sevilla”).

Nació en el número 14 de la calle de San Pedro Mártir, en el centro de Sevilla, no muy lejos del Museo de Bellas Artes, un 6 de febrero de 1908. El día era jueves, y el año, bisiesto. Le adornaron apellidos de abolengo, con dos títulos de marquesado y uno de condado. Los padres jesuitas del internado San Luis Gonzaga, en El Puerto de Santa María, fueron sus primeros mentores. Allí conoció a Alberti. Y más tarde, ya universitario en Granada, donde estudió la cerrera de Derecho, trabó conocimiento y amistad con Lorca, con quien trabó una íntima amistad. Su voz tiene los ecos y las hechuras de la Generación del 27 en su primer periodo, cuando Lorca escribió Romancero Gitano, conformándose la poesía de Rafael de León como el ala del grupo más anclada a la tradición lírica popular y con un acervo más españolista. Quizá por ello, su obra está indisolublemente asociada a la copla, donde firmó algunas de las canciones inmortales del género, banda sonora en blanco y negro de una época con pocas alegrías, junto a Antonio Quintero y Manuel Quiroga, un triunvirato de lujo. Suyas son Tatuaje, Ojos verdes, María de la O, La Zarzamora…, y tantas otras.

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