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Hombre lobo. Estilo libre ¡Viva la vida!

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Marta Jiménez

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El terremoto de El Intérprete, con epicentro en el Gran teatro, ha sacudido la ciudad este fin de semana con un solo género: Asier Etxeandía

El Intérprete

“¡No hay géneros! ¡fuera los géneros ya!” gritaba Asier Etxendía el viernes desde los píxeles de este períodico. Y claro, tras vivir la experiencia de El Intérprete este fin de semana en el Gran Teatro se entiende todo: El género es él. Un hombre lobo de la escena que con su estilo libre pone el teatro a sus pies mientras devora la vida y ajusta cuentas con sus fantasmas. Un espectáculo supermineralizante en el que el intérprete bilbaíno transita varios estados emocionales haciendo uso de los registros dramáticos de la actuación y de la canción que le sirvan. Porque la espiral de Asier puede con todo.

“El in crescendo es importante para la vida, para el amor, para el sexo”. Comenzar con la voz rajada y una cerilla iluminado su cara y terminar el aquelarre saltando de butaca en butaca, cantando y bailando a lo grande un cruce de Sympathy for the Devil con el Sinner man de Nina Simone hace honor a su máxima. En medio, El Intérprete cuenta su vida cantando y trasmitiendo con ello una sensación de paz, de liberación, de conexión con algo muy íntimo que es a la vez muy universal. Etxeandía convertido en una fuerza de la naturaleza con un terremoto interior. En el repertorio, El cantante, de Lavoe, y Puro teatro, de La Lupe, para comenzar. La Luz de luna que cantó Chavela erizando todo lo erizable. Bilbao song de Brecht & Weil convirtiendo su ciudad en el cabaret de su vida.

“¡En este teatro está permitido bailar!” El giro viene con la canción y el baile que el público trae ensayado desde YouTube, Tú te me dejas querer. Y comienza la mezcla inaudita:  Volver, de Gardel, y el Psychokiller, de Talking Heads; El señorito de la Pantoja cruzado con (“¡De rodillas ante la puta de Babilonia!”) Like a Virgin de Madonna. Luego llega Santa Janis y juntar a Bowie con Waits en Rock’Roll Suicide. Una botella de tequila rula por el patio de butacas mientras las hormonas del placer y la motivación -dopaminas, serotoninas y endorfinas- de los amigos invisibles de El Intérprete se disparan. Sí, estamos de fiesta con Asier celebrándonos a nosotros mismos.

El escenario son las cuatro paredes de su cuarto de niño de 9 años, aquél desde el que saltó al mundo real para que se cumplieran todos sus sueños y sus ojos maquillados vieran más lejos. Hay tres músicos perfectos -teclado, guitarra,batería- que lo acompañan en su viaje ciclomágico. Un espectáculo inteligente y sanador en el que Etxeandía se deja literalmente la piel. Por eso sigue recibiendo tanto a cambio. Por ejemplo, que sus amigos invisibles salgan a la calle sin que ya les parezca ridículo ningún sombrero.

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