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La enfermedad, la muerte, la vida

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Marta Jiménez

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“Con su sola presencia aligeraba la pesadumbre del vivir ¿Puede decirse de alguien algo más hermoso?”. La frase y la preguntan pertenecen a la novela Señora de rojo sobre fondo gris, pero no salieron de la cabeza de Miguel Delibes. Esa bella frase sobre su mujer es de Julián Marías, que la dijo por primera vez en la recepción del escritor castellano en la Real Academia, lo que lo dejó con un nudo en la garganta pensando que exactamente eso era ella.

Diecisiete años después de la prematura muerte de su esposa, Ángeles de Castro, Miguel Delibes pudo evocar su enfermedad y su muerte sin venirse abajo en una novela elegíaca, íntima, casi secreta, con un texto impresionante en su veracidad que incluso da algo de pudor leer. Este hecho marcó la trayectoria creativa de Delibes, un hombre muy apegado al concepto tradicional de familia y con una abundante descendencia.

Delibes y José Sámano intentaron llevarla a escena sin éxito en 2008, dos años antes del fallecimiento del escritor y es ahora, con la complicidad de sus hijos, la colaboración de una joven dramaturga, Inés Camiña y la dirección de Sámano cuando se ha hecho realidad su versión escénica. Anoche emocionó y levantó al Gran Teatro a pesar de las toses, los sonidos y luces de los móviles, los papelitos de caramelos chirriando y los espectadores tardones capaces de cortocircuitar cualquier ambiente, cualquier palabra, cualquier clímax.

Es José Sacristán quien se convierte en el señor de rojo sobre fondo gris en un monólogo de hora y media. Un hombre que lucha por no vivir del lamento como un jilguero cegado, mientras evoca los versos de Ungaretti. Tras ver al actor entregado a esta aventura llena de dolor, permanentemente enamorado, abriendo una herida a medida que avanza la narración, el espectador ya nunca podrá imaginar este papel en otra voz que no sea la de Sacristán. Igual que nunca podría ver a Carmen, la Menchu protagonista de Cinco horas con Mario en otro cuerpo y otra voz que no sea la de Lola Herrera.

Con esta obra se salda una cuenta pendiente con uno de los autores dramáticos más insospechados del siglo XX ya que, aunque Miguel Delibes no escribió teatro, cuatro de sus novelas han sido llevadas a las tablas: Cinco horas con Mario (1979), La hoja roja (1983), Las guerras de nuestros antepasados (1989), también protagonizada por Sacristán, y ahora Señora de rojo sobre fondo gris (2018), casi todas dirigidas por Sámano. Con una puesta en escena tan espartana como lo fue al autor castellano, esta versión pone todos los focos sobre el texto y la interpretación con una resolución técnica extraordinaria.

En realidad, se trata de una obra sobre el misterio: el del amor, el de la enfermedad y el de la muerte. Que habla sobre cómo sobrevivir cuando desaparecen tus referencias, cuando uno cree que todo ha terminado. Sobre cómo amar. Sobre la soledad. En la escena final aparece proyectado el cuadro del título. El pintor Eduardo García Benito retrató a Ángeles casi a la edad en que murió. Y ese retrato de ella siempre joven se colgó en el despacho de Delibes, bajo el que se sentaba cada día como el viudo fiel que fue hasta el final.

¿De quién se compadece Nicolás, el pintor protagonista de la obra, de ella o de él mismo? No hay respuesta a esa pregunta. Solo la de los espectadores compadeciéndose de sí mismos si no aman ni recuerdan ni son amados ni recordados como los protagonistas de esta historia, Miguel y Ángeles, a cuya memoria Sacristán acaba dedicando la obra.

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