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Moisés Olmos nunca quiso estrechar la mano de Antonio Gala. Lo tuvo cerca en alguna ocasión. Apenas a unos metros. Pero no le interesaba. Su nieto, el contratenor Nacho Castellanos recuerda perfectamente cómo una vez Olmos paseaba por la Feria del Libro de Madrid, donde Gala firmaba ejemplares, y cómo su abuelo le explicó que no iba a saludar al escritor: “La relación epistolar tiene que seguir siendo epistolar”.

Castellanos relata la anécdota mientras rebusca en la correspondencia que mantuvieron durante dos décadas el escritor Antonio Gala y su abuelo, el distribuidor cinematográfico Moisés Olmos. Hace unas semanas, halló entre carpetas y papeles, un puñado de cartas entre aquellos dos señores que -era otra época- nunca se miraron a los ojos.

“Nunca se conocieron, pero no había una Navidad que no se felicitasen”, explica Castellano, que cuenta que su abuelo mantenía correspondencia con otros escritores y personalidades. Su afición por la escritura y su posición en la Asociación Española de Cines le brindaron la oportunidad de establecer conexiones con figuras como Miguel Delibes, Caro Baroja y otros prominentes escritores.

El Macguffin

Con Gala, sin embargo, los buzones se empezaron a llenar cuando descubrió los orígenes del escritor cordobés. Gala nació en Ciudad Real, pero tenía raíces familiares en Segovia. “Mi abuelo sabía que Antonio Gala tenía una fuerte conexión con Segovia debido a que su madre era de Cuéllar y su padre era de Escalona. Esta relación familiar con la región segoviana parecía haber dejado una marca profunda en Gala, a pesar de que él nunca lo mencionaba abiertamente”, explica el nieto de Olmos, que apunta que ese fue el Macguffin de una relación epistolar que duró varias décadas.

A Olmos no le costó dar con su dirección. Por una parte, era subdirector de la Asociación Española de Cines (de hecho es quien trajo el Día del espectador a España en el año 1981), y tenía contactos con la prensa, donde Gala era un articulista renombrado. Además, también había sido promotor -“fue de las primeras personas que llevaba a los pueblos a cantar a Rocío Jurado”, asegura su nieto-, por lo que no le costó encontrar una dirección a la que enviar las cartas. Lo curioso es que aquellas misivas encontraran respuesta y se estableciera una relación tan duradera. Castellanos ha encontrado cartas que van desde 1989 al año 2015, aunque no descarta que haya otras anteriores y posteriores.

Cuatro versos

Lo curioso, además, es la forma en que se escribían. Olmos también era escritor y poeta, de modo que Gala y él acabaron mandándose cartas breves, de apenas unos cuatro versos. Al principio, en puño y letra. En los últimos años, mecanografiados. Mensajes cortos, deseos para nuevo año, reflexiones políticas o filosóficas... Todo cabía si se podía ceñir a ese juego epistolar.

“¿Felicidad o paciencia?”, preguntaba Gala en una de las cartas, fechada en 2012. “Mejor las dos cosas, a ser posible”, contestaba el escritor, que tres años después le confesaba a Olmos: “Todos estamos como España entera: desconcertados o en enfermizos. Que mejoremos en 2016”.

En otra carta le agradece a Olmos que le enviara uno de sus libros. El distribuidor segoviano publicó varias novelas y poemarios y, por la fecha y por las palabras de Gala, probablemente sería Canto al abuelo. “Gracias por su libro, tan lleno de recuerdos compartidos, y los sentimientos que lo sostienen”. Esto fue en 1992, cuando llevaban unos cuantos años en contacto.

La correspondencia se rompió casi treinta años más tarde, cuando la edad y los achaques impidieron que continuara la relación epistolar. Moisés Olmos murió en 2022, mientras que Gala lo hizo un año más tarde. Los dos superaron los 90 años, de los que, al menos 30, estuvieron escribiéndose cartas.

Las palabras que se dedicaban están a buen recaudo, aunque nadie esperaba que aparecieran. En una especie de broma senil que hubiera sido muy del gusto de Gala, las cartas salieron desparramadas de una carpeta de informes médicos. “No teníamos ni la más remota idea de que existían. Y probablemente no sean las últimas que aparezcan”, advierte Castellanos, que, signo de los tiempos, acabó colgando las cartas en las redes sociales, una herramienta que, junto al correo electrónico, constituyen hoy en día lo más parecido que queda a una relación epistolar.

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