Trepat, íntimo y personal
El guitarrista catalán conmueve a un público entregado en el Teatro Góngora
Este martes por la noche quedó casi medio aforo del Teatro Góngora sin llenar para escuchar a Carles Trepat. Con una amplificación escasa y una guitarra romántica (una réplica de una Antonio de Torres), comenzó a tocar Canción Árabe, de E. Granados y transcripción propia. Una pieza sencilla y emotiva, modal, por momentos de reminiscencias casi medievales.
Tras un fuerte aplauso continuó sin pausa con las tres obras siguientes: Preludio en re mayor de M. Llobet, una mazurca también transcrita por el guitarrista de Granados llamada ¡Chopin…!, y la transcripción de Llobet del Nocturno, op. 9 n.º 2 de Chopin. Las tres interpretadas de manera muy íntima y personal, piezas tranquilas, como fue toda esta primera parte del concierto, donde destacó el exquisito gusto del intérprete y su forma de tocar, melancólica y sincera. Esta última obra despertó en los asistentes tal sentimiento conmovedor que antes incluso de ejecutar los tres acordes finales ya habían comenzado a aplaudir entusiasmados.
Con esa naturalidad interior, Trepat continuó, esta vez con Cuatro Canciones populares catalanas de Llobet. La nit del Nadal, afectiva, fue la última en esta parte del concierto en la que utilizó su guitarra de estrecho fondo. A partir de este momento utilizó una guitarra clásica más convencional, con mayor potencia. Con ella tocó las otras tres canciones: Plany, arrebatadora y honda; Lo fill de rei, expresiva, de colores diáfanos; y Cançó del lladre, inmersiva. Inconfundible la evocación mediterránea. Humilde y sencillo.
Algo más apasionada fue la Zambra granadina de Albéniz (transcripción de A. Segovia). Estimulante y mágica, terminaba la primera parte de manera jubilosa. Elogiosos aplausos.
Durante la segunda parte la amplificación del sonido mejoró notablemente, por lo que se facilitó al público asistente la audición de la riqueza tímbrica y dinámica de Trepat, velada hasta ese momento para las últimas filas. Esta sección del concierto fue ya una monografía de Granados, todas las obras transcripciones de Llobet.
Inició esta parte con la famosa Danza española n.º 5, del gusto del público y de especial sensibilidad. Única de nuevo con su Torres. Dedicatoria, más profunda, interior. Su Danza española n.º 10 fue muy cantabile, lírica, de momentos místicos y de especial riqueza tímbrica, aunque comedida en los momentos de mayor dinamismo, como la alegría de un ser profundamente melancólico. Tornasolada su Danza española n.º 7. Las obras, cada vez más intensas y ésta de un especial despliegue tímbrico. Poética.
La última pieza del programa, algo corto comparado con el resto de los clásicos del festival, fue La maja de Goya. Delicada, exquisita, bellísima, íntima y de gran colorido.
Los aplausos fueron muy largos y el auditorio quedó rendido al genial guitarrista. El deseo más común era que aquel momento no terminase. Sin duda, Trepat también estaba muy agradecido y recíproco respondió con tres bises: un par de coplas populares y otra pieza más larga donde demostró su virtuosismo con los pasajes más veloces de toda la noche. Su repertorio se debe a su sensibilidad musical más profunda y a su honestidad como intérprete.
Nos alejamos de los focos.
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