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La ruta de los invisibles

Una voluntaria de Cáritas trabaja con una persona sin hogar | ÁLEX GALLEGOS

José Prieto

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Los invisibles existen. Pero ser invisible en la sociedad actual no es ni un súper poder ni tiene ventajas. Porque si existen los invisibles es porque el mundo mira hacia otro lado para no verlos porque no le interesa, para no ser consciente de lo que molesta, lo que saca los colores y urga en la conciencia que vive mejor relajada y sin cargas. Los invisibles de los que pocos se percatan, aun estando muy cerca de todos nosotros, son las personas que viven en la calle, los que no tienen un techo donde cobijarse y de quienes muy pocos quieren hacerse cargo. Cáritas Diocesana sí los tiene en cuenta y se acerca a ellos para ayudarlos y tratarlos con la dignidad que merecen. Lo hace en el marco de la Red Co-Habita, de la que forma parte junto al Ayuntamiento y otras entidades como Cruz Roja, la Fundación Prolibertas y Adeat.

Una de las formas que tiene este brazo de la Iglesia de ayudar a quien vive en la calle es con la UVI Social que sale a recorrer la ciudad los lunes, miércoles y viernes y que se alterna con la unidad análoga de Cruz Roja, que actúa el resto de días. CORDÓPOLIS formó parte de este dispositivo de Cáritas el pasado miércoles con motivo del Día Mundial de las Personas Sin Hogar que se celebra este domingo 25 de noviembre. Este periódico pudo conocer su labor de servicio a los más necesitados, los vulnerables, los que menos tienen y a los que nadie suele mirar como sus iguales. Pero los voluntarios de Cáritas sí lo hacen y por eso van en su busca para ofrecerles alimento, abrigo y compañía durante un rato. Para muchas de las personas que atienden será la charla con ellos la única del día, el mejor remedio para no volverse locos de soledad.

Los que el miércoles fueron los ángeles de la guarda de estas personas a las que la vida no ha dado lo bueno que se merecen son Fernando Serrano, coordinador del proyecto UVI Social, Ángel Jesús, Reyes y otros dos chicos que se llaman Francisco Daniel en ambos casos. La ruta que hacen los voluntarios vestidos con chalecos naranjas dura unas cuatro horas. Habitualmente comienza a las ocho de la tarde en el punto de encuentro que es la Casa de Acogida Madre del Redentor pero el pasado miércoles hicieron una parada en el acto de oración en el Triunfo de San Rafael junto a la Puerta del Puente en el que más de medio centenar de personas rezaron por los “sin techo” y encendieron velas por ellos.

Cada noche de ruta, la UVI Social recorre el Centro y algunos barrios y polígonos de la capital en los que Cáritas sabe que hay personas malviviendo a la intemperie, en chabolas, bajo un puente o en cajeros automáticos. Uno de ellos es Joaquín, que tiene 55 años y que lleva en la calle dos meses después de haber dejado su relación con una mujer por la que vino desde Madrid a Córdoba hace ahora cinco años. Este hombre cuenta a los voluntarios que ha sido maltratado por ella y asegura que así lo dice una sentencia judicial que tiene en su mochila, donde guarda toda su vida. Cuando ha trabajado lo ha hecho como comercial y ahora tiene ilusión por montar una empresa de alimentación, un proyecto que quedó parado cuando fue su pareja la que lo denunció a él, relata. No obstante, dice no guardarle rencor. “Ni le tengo odio ni nada, el de arriba se encarga si se tiene que encargar”, espera. Para él, vivir en la calle es una experiencia nueva porque nunca antes se vio en esa situación, pese a lo cual está convencido de que “yo salgo de ésta, tengo mucha moral”, señala.

Se agotan las mantas

Cuando Joaquín vivía en Madrid y era más joven él también fue voluntario ayudando a los que no estaban en buena situación, según recuerda. Ahora es él quien, pese a haber sufrido un infarto y tener dos operaciones de vértebras, duerme en una marquesina de autobús junto a la estación de tren, donde Cáritas atiende también a Cesárea, una mujer que lleva viviendo en las calles de Córdoba desde 2005. Ella es de un pueblo de Burgos y ha vivido igualmente en la calle en otras ciudades como Barcelona. Los voluntarios le llevan un bocadillo, un Cola Cao y una manta. Para toda la noche el equipo de Cáritas prepara unos 60 bocadillos, caldo caliente, leche y varias mantas que este miércoles en concreto se acaban pronto debido a la gran demanda.

Tres de estas prendas para abrigarse las entrega Cáritas a una familia rumana que vive junto al antiguo Silo. Los asentamientos rumanos no están en la ruta de la UVI Social “porque no tenemos logística ni recursos para atenderlos”, explica Fernando, pero éste es un caso especial porque empezaron ayudando a Lidia, que vivía sola, y luego llegó su marido y algún familiar más. Tanto ella como su pareja dan las gracias a los voluntarios por las tres mantas y los tres cafés calientes que les llevan. Y es que hace frío y además ha llovido los días previos, lo que ha dejado un suelo con charcos y barro.

Cerca de allí, junto a las vías del tren y entre árboles, vive otra mujer en una chabola. Diremos que se llama Dolores, nombre ficticio, tiene unos 50 años y lleva unos días enferma con gripe y deprimida. No para de toser y de tiritar. Ella está en la calle desde hace dos años, lo que le ha hecho perder a sus hijos más pequeños. “No sé dónde están y estoy sufriendo porque me gustaría tenerlos”, se desahoga con Reyes, a la que cuenta que tiene seis hijos y que una séptima criatura se le murió. En la oscura noche se alumbra con una vela que da miedo ver cómo se consume dentro de la chabola por el peligro que supone la llama en un recinto como ése.

Cuando se marchan del lugar los voluntarios, Dolores le grita desde su cama a Fernando: “Me gustaría tener dinero para regalarte algo”, en agradecimiento a todo lo que hace por ella. Pero no les hacen falta regalos a estas personas que una vez más acuden en su auxilio. Ellos salen a ayudar por vocación y convicción. En el caso de Reyes, que es pediatra y hace dos años que colabora con Cáritas, lo hace por “exigencia de nuestra fe y coherencia con mi vida cristiana”, cuenta a CORDÓPOLIS. Las personas sin hogar a las que atienden “son personas como cualquier otra, llevarles cariño y los recursos necesarios es fundamental”, dice esta mujer.

En conciencia y por Cristo

Colaborar con la Iglesia en la ayuda a los necesitados le ha hecho a Reyes acercarse más a las personas que peor suerte han tenido en la vida “pero siempre sin juzgarlas”, matiza quien cree que “la sociedad debería concienciarse de que estas personas existen, porque muchas veces no se les ve, es más cómodo y menos comprometido. Porque si los ves se te mueve el corazón y tienes que acercarte a ellos, ya depende de la conciencia de cada uno”, opina.

También por Cristo está esta noche en la ruta de Cáritas Ángel Jesús, un seminarista que pronto será ordenado diácono. Él explica que “la atención a los pobres está en la médula de la Iglesia desde los primeros siglos. También lo hacen muy bien instituciones aconfesionales y civiles, pero nuestra finalidad primera es llevar a Jesucristo y su mensaje, aunque muchas veces nos volvemos a casa habiendo recibido más de lo que hemos dado”. Este joven de 25 años certifica que “hay muchas personas que solo esperan una palabra, una sonrisa o que en las 24 horas del día alguien les hable y les preste atención”. Además, tiene claro por su experiencia que, “después de una ayuda puntual y prestarles atención, muchas personas se reinsertan en la sociedad y son felices, este dispositivo ayuda de verdad”, sentencia. “Y ésa es la alegría del Evangelio, servir a Jesucristo y a los más necesitados”, concluye.

Y aunque Reyes y Ángel actúan por su fe, la fe no es requisito a la hora de recibir ayuda. “Tenemos muy claro el respeto por la persona. Intentamos que vaya recuperando la dignidad y nos da igual que sea católico o musulmán”, aclara Fernando, que conduce la furgoneta en dirección al puente de Arroyo del Moro, donde precisamente han ayudado durante mucho tiempo a varios jóvenes marroquíes hasta que hace tres semanas se marcharon porque algún desaprensivo prendió fuego a las pertenencias que tenían: colchones, tablones de madera y poco más.

Ahora allí está de paso Mustafá, también marroquí, que necesita que alguien le pague el billete de autobús para ir a Porcuna a trabajar en la aceituna. Porque “yo soy trabajador”, dice a los voluntarios, a los que pide calcetines, que no tiene, como se aprecia al mirar sus pies descalzos sobre unas viejas chanclas de verano. Fernando apunta todo lo que le van demandando para llevarlo en la próxima visita. Dolores, por ejemplo, le pidió unos guantes, y Cesárea un saco de dormir, un jersey y zapatillas de deporte.

Cuando se van los voluntarios, Mustafá les desea suerte. La misma que la vida le ha negado y que ojalá algún día tenga para vivir de otra manera. Como también necesita vivir un joven español de menos de 40 años que pasa la noche entre cartones en un cajero automático en Poniente. Cuando llega la UVI Social de Cáritas ya está durmiendo. Es la cuarta vez que lo atienden y le dejan comida para cuando despierte. La furgoneta se desplaza también hasta la zona de Vallellano, Sector Sur, avenida Barcelona y el Centro. En todos estos lugares encuentran los voluntarios historias, necesidades y penurias. Un sinfín de injusticias.

Más de un millón para personas sin hogar

Al cabo de cada noche, durante toda la ruta que hace por Córdoba la UVI Social de Cáritas Diocesana, un dispositivo que funciona desde 2004, lo normal es atender a entre 35 y 50 personas. Entre ellos están personas que viven en la calle, pero también otros que se acercan a por comida desde su vivienda, donde subsisten con algún tipo de ayuda que pese a todo es insuficiente.

En los catorce años que lleva en activo este servicio de Cáritas se ha pasado por diversas situaciones y el proyecto ha ido mejorando. “Sufrimos de lleno la crisis desde 2007 y hubo una época en que la mayoría de personas en la calle eran inmigrantes pero ahora hay más españoles”, recuerda Fernando Serrano, que señala la importancia de la puesta en marcha de otros recursos como el Proyecto “Ola de frío” o “Ala de baja exigencia” desde 2013 en la Casa de Acogida que tiene Cáritas en el barrio de la Fuensanta, algo que permite que 33 personas puedan dormir allí, lo que se suma a las 40 plazas que tiene la casa.

Gracias a todo ello ha descendido el número de personas que la UVI Social atiende por las noches en la calle, aunque a ellos “seguimos acompañándolos y alentándolos para que no se queden ahí, sino que den ese primer paso de querer volver a reinsertarse en la sociedad con la búsqueda activa de empleo”, comenta Fernando. Para ello, también “orientamos sobre recursos que tiene Cáritas como trabajadores sociales para que su situación pueda mejorar”.

Según los datos aportados por Cáritas diocesana de Cordoba, en el último año atendió a 802 personas en el marco de su Programa de Personas Sin Hogar que engloba los recursos de Casa de Acogida Madre del Redentor, Hogar Residencia San Pablo, Ala de Baja Exigencia (ABE), Dispositivo de atención en calle (UVI Social) y Pisos Virgen de la Merced de atención a reclusos. La edad de estas personas está entre los 35 y 60 años, el 81% son hombres y el 18% mujeres, el 63% son españoles, seguidos de rumanos y marroquíes. Cáritas de Córdoba dedicó en el último año 1.036.000 euros a la atención de las personas sin hogar, de los que 711.000 euros eran fondos propios y 325.000 procedentes de la Administración pública que, en total, redujo durante 2017 sus aportaciones en 200.000 euros, indicó Cáritas.

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