Un historiador descubre tres castillos andalusíes en uno de los parques naturales más inaccesibles de España
El parque natural de la Sierra de Hornachuelos, al noroeste de la provincia de Córdoba, se extiende por más de 60.000 hectáreas y fue declarado reserva de la biosfera por la Unesco en 2002. Pero apenas se conoce los tesoros que esconde por una razón: la mayor parte de sus 60.000 hectáreas son privadas y están repartidas en un puñado de fincas gigantescas dedicadas a la caza. La familia Koplowitz, por ejemplo, posee una de esas grandes fincas: La Aljabara. Su uso es casi exclusivo cinegético. Las fincas están rodeadas por vallas y mallas que impiden la salida y entrada de los animales que se cazan. Y también de los investigadores.
Por eso es tan difícil conocer el pasado de la Sierra de Hornachuelos. Tanto que el historiador Emilio J. Navarro Martínez, del grupo de investigación Meridies, acaba de descubrir los restos de tres fortalezas andalusíes de las que hasta la fecha no se tenía noticia. Una de ellas es un castillo de grandes dimensiones, el del Comendador, de más de 2.700 metros cuadrados, que sigue conservando en algunas zonas muros de hasta dos metros de altura. Navarro Martínez ha logrado llegar a uno de estos castillos. Al segundo y al tercero le ha sido imposible, pero los ha logrado identificar gracias a fotografías aéreas, al Lidar y al satélite.
Este historiador acaba de publicar un descubrimiento que podría permitir, según la ley andaluza de Patrimonio, que se pudieran estudiar las fortalezas. La norma señala que todos estos recintos históricos son automáticamente declarados Bien de Interés Cultural (BIC), por lo que sus propietarios están obligados a facilitar su estudio y su conservación, en su caso. También, en un futuro, a su difusión.
La Sierra de Hornachuelos es una de las grandes extensiones de Andalucía que más deshabitadas están. Pero eso es algo más o menos reciente. El río Retortillo siempre ha sido la frontera entre Córdoba y Sevilla. En época romana separaba los conventus de Hispalis y Corduba. La zona, hace dos mil años, estaba repleta de minas que pervivieron hasta época andalusí. Hace unos mil años, cuando el califato comenzó a desintegrarse, se pobló de castillos y fortalezas. Los reinos cristianos atacaban a los musulmanes del Valle del Guadalquivir a través de Sierra Morena, por lo que se configuró una red defensiva con construcciones de fortalezas muy próximas entre sí y prácticamente en cada promontorio. Muchas de esas construcciones siguen siendo visibles. O al menos sus cimientos. El castillo de Almodóvar (reconstruido en el siglo XX) es su mayor exponente. Junto a él, Hornachuelos, e incluso la ciudad fortificada de Palma del Río, con su enorme muralla almohade, son testigos de aquellos años convulsos en los que la frontera entre reinos y dos mundos muy diferentes estaba ahí.
Tierra de frontera
Con la conquista cristiana, poco a poco estas fortalezas dejaron de tener sentido. En la Sierra de Hornachuelos se fueron abandonando. Algunas sirvieron para la actividad cinegética, para el ganado y para el retiro espiritual. Diversas órdenes religiosas se instalaron en la zona y crearon conventos. El más popular es el de Los Ángeles. Pero no fue el único. En el siglo XIX, las desamortizaciones de las propiedades de la iglesia volvieron a transformar este espacio. Grandes familias aristocráticas se hicieron con la propiedad de enormes fincas que dedicaron a la cacería. Y hasta ahora.
Emilio J. Navarro Martínez ha tenido que bucear en los archivos antes de lanzarse a hacer un trabajo de campo que ha dado sus frutos. A través de planos del siglo XVIII, de apuntes históricos, de crónicas andalusíes y cristianas, ha logrado trazar cómo tuvo que ser una red defensiva de fortalezas cuyos restos, además, ha encontrado en el corazón de la sierra de Hornachuelos, abandonados y repletos de vegetación que los ocultan.
A través de toponimia y legajos, también ha identificado los nombres de estas fortalezas. El más importante, por dimensiones, es el llamado castillo del Comendador, en las inmediaciones del pantano del Águila. Este investigador logró llegar hasta el castillo subiendo “arroyo arriba por la servidumbre hidráulica”, que sí que es pública. El castillo tiene unos 2.500 metros cuadrados, con un perímetro de 210 metros. Posee una torre circular y en su interior se adivinan restos de lo que tuvieron que ser habitaciones. Está sobre una gran pendiente, que hace que muchos de sus muros se hayan derrumbado o que su altura no sea la que fue. En su interior la vegetación lo ha tomado. El investigador sostiene que este castillo sería el más importante de la zona, pudiendo albergar a población en su interior en caso de ataque.
Similar, aunque más pequeño, es el castillo de Comares, la segunda fortificación que ha descubierto. De planta cuadrangular, también está repleto de vegetación. Aunque las fuentes documentales señalan que su uso fue militar y defensivo, el investigador sostiene que también pudo dar cobijo al ganado. La fortaleza más pequeña es la atalaya de la Casa Fuerte, una torre de unos 90 metros cuadrados ubicada en el punto más alto de la zona. “La funcionalidad de este punto estaría relacionada con el control de una depresión del terreno, entre elevaciones de una altura parecida, que controlaría el ángulo noreste de todo el sistema defensivo de la Sierra del Águila”, señala el autor.
El investigador concluye urgiendo a la Junta de Andalucía a que ejerza sus competencias y que declare BIC estos tres espacios para poder protegerlos, investigarlos y darlos a conocer.
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