Patios en pandemia: mascarillas contra geranios, claveles y gitanillas
Los que saben de patios siempre dicen que, más allá de la vista, es el olfato el sentido que más se beneficia de la explosión de flores y macetas que se da en las casas vecinales de Córdoba. Y en otoño, en el que los geranios y gitanillas mantienen su hoja perenne pero lejos del brío de la primavera, es el olor a clavel, jazmín y naranjo el que activa la sensación de sinestesia.
Por tanto, quizá lo peor de esta fiesta de los patios de otoño que ha organizado el Ayuntamiento con la sana intención de plantarse ante el coronavirus sea la de perderse parte de lo mejor: el olor a flores que desprenden estos recintos. La culpa, claro está, la tiene la mascarilla, obligatoria para entrar en las casas privadas y también para pasear por unas calles que, eso sí, no están atestadas de gente.
De hecho, estos patios de otoño, que han arrancado este jueves, se parecen un poco a los que se hacían en mayo hace una década, antes de que el brillo del título de la Unesco llenara las calles del casco histórico de hordas de turistas y las puertas de las casas de colas de visitantes atraídos por el Mayo Festivo.
Todo aquello que ha marcado, para bien y para mal, la fiesta de los patios, es hoy un recuerdo.
La zona que más se le parece, no obstante, es San Basilio, punto clave del turismo y de los patios al mismo tiempo. Por allí se ha podido ver incluso alguna pequeña cola en este primer día de patios. Aunque la aglomeración estaba justificada por el aforo reducido de algunos patios y era algo puntual, lejos de los días en los que eran la tónica.
Lejos de allí, en San Agustín, estaba el patio más pequeño de todos. Al número 13 de la calle Zarco solo puede entrar una persona. En la puerta, la controladora iba contabilizando. Veinte personas habían pasado entre las 11:00 y las 12:00. En su interior, su propietaria, Hermenegilda, ha estado departiendo con las visitas y contándoles el trabajo que hay detrás de su pequeño y floreado patio, que participa por interés de su hijo.
Una de las personas que entra es Teresa, una psicóloga suiza que está de ruta, aprovechando que ha venido a visitar a su pareja. Teresa lleva cuatro o cinco patios y reconoce que está muy sorprendida por el colorido y, sobre todo, por la hospitalidad. “Reconozco que pensaba que era de otra manera. Yo creía que eran patios blancos con macetas azules, pero es increíble: cada patio es una extensión de su cuidador”, afirma la joven suiza.
Su presencia es una de las pocas extranjeras que se deja ver este jueves. Para el finde se espera más turismo, pero sobre todo nacional. En cualquier caso, según advierte Cristina, propietaria del patio de la Plaza de las Tazas, este puede ser un año para que los cordobeses descubran los patios.
“Hoy han venido una pareja que me regala plantas todos los años y se han pasado a ver cómo estaban”, señala la propietaria de este recinto, con capacidad para 30 personas, pero que en sus primeras dos horas ha acogido solamente una cuarentena de visitas.
Porque, como hemos dicho antes, donde más bullían las cosas era en San Basilio. Allí, los controladores sí que han tenido trabajo. El protocolo es el mismo en toda la ciudad: tomar temperatura, pedir que se haga uso del gel hidroalcohólico, avisar de que la mascarilla es obligatoria hasta para hacerse fotos y controlar que se respete el aforo. Y, por no saltarse este punto, no se ha permitido la entrada de los fotoperiodistas cuando había cupo cubierto en algunos patios.
De uno de ellos salía María, una mujer llegada desde Castilla-León. Nada más poner un pie fuera del patio se ha retirado la mascarilla y se ha empezado a abanicar. “Qué calor”, ha suspirado. “Imagínese en mayo y con diez veces más personas”, le ha dicho este periodista.
“Eso me habían dicho, que los patios mejor verlos cuando no sea mayo”, ha señalado la mujer antes de colocarse la mascarilla y seguir su ruta.
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