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Javier Luque y sus cinco años empujando la silla de su hijo para que también corra la Media

Antonio Luque, al finalizar la Media Maratón.

Alejandra Luque

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Correr una media maratón no es sólo cuestión de marcas. Hay quienes se preparan todo un año para mejorar su propio cronómetro y hay otros que, con más dificultades, logran superarse año tras año y le restan segundos al reloj. Pero la Media Maratón de Córdoba -y otras tantas carreras- es para otras personas un momento de fiesta y felicidad entre toda aquella marabunta. Es el caso de Antonio Luque, el joven con parálisis cerebral que da una lección de superación a todo aquel que le rodea y que por quinto año quiso sumarse a esta carrera.

En 2018, Antonio se quedó con la miel en los labios porque, tras inscribirse para participar en esta carrera, la lluvia lo impidió. Si difícil es correr bajo un aguacero, más lo es empujando la silla que el joven utiliza. A pesar de las ganas, su padre -Javier Luque- no percibió en su hijo ningún atisbo de decepción tras la decisión de no salir a correr. Aunque Antonio no puede hablar, sí puede exteriorizar los sentimientos a la perfección y Javier no encontró un gramo de desilusión en sus ojos.

Por ello, este joven de 20 años se vio resarcido el pasado domingo recorriendo los 21 kilómetros de la Media. Acompañado por su padre, ambos fueron preparándose para la prueba varios meses antes, saliendo a correr por las mañanas o por las tardes. Javier cuenta a CORDÓPOLIS que durante aquellos entrenamientos muchas fueron las personas que se acercaron a ellos para conocerlos. Y él no desaprovechaba nunca la oportunidad para dar visibilidad y concienciar sobre la enfermedad de su hijo. Así lo hizo con aquellos corredores que pararon su trote para entablar conversación con Javier quienes, además, se animaron a correr con ellos, a lo que el librero les contestó entre risas: “Aquí hay que empujar”.

Así, el chico pudo cruzar la meta gracias al tesón de su padre y a la participación de otras cuatro personas: Quique, Ana, José Luis y Jesús. No sin antes sonreír a todo aquel que pasó por su lado y a quienes le animaban o le gritaban “¡Campeón!”. La curva de sus labios fue su mejor versión y su forma de agradecer tanto cariño. Su padre explica que a pesar de la complejidad que supone el feedback con Antonio, los años van sumando y tanto él como la madre del joven van siendo conscientes de lo que le gusta y lo que no. “Antonio está feliz cuando corremos. Va mirando a todos, le gusta rodearse de gente y responde positivamente a estos estímulos”, argumenta su padre, que señala que el mero hecho “de no ir andando sino trotando” hace que el joven sienta la velocidad y el aire. “A todo responde con una sonrisa”. Si todo va como lo previsto, padre e hijo seguirán preparándose para las próximas carreras populares y para la Media Maratón del año que viene para seguir repartiendo sonrisas a todos los atletas.

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