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Encarnación, 11: el legado de las emociones

Patio Encarnación 11 | TONI BLANCO

Rafael Ávalos

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En plena Judería, esta casa patio del siglo XVI mantiene su esencia de color y aroma de generación en generación | Su propietaria continúa la tradición de la anterior, su tía, con delicada dedicación

En la estrechez, una puerta se abre. Desde el exterior, el color se adivina con notable facilidad. Sólo unos metros más allá, el corazón de Córdoba late con intensidad. La calle desemboca en una de las esquinas de la Mezquita-Catedral. Inigualable resulta el entorno, que recorre también todo el barrio próximo al principal monumento de la ciudad. Es ahí, en plena Judería, donde la cancela de una casa permite observar un tesoro no menos hermoso al otro lado; donde las emociones brotan como flores de mayo. Es lo que sucede en el número 11, de Encarnación, un pequeño jardín cargado de sensibilidad y que es mucho más que un patio. Es el legado más hermoso, la muestra más importante de que nada más valioso existe que la pasión. La herencia de una generación a la siguiente hace posible que tanto los cordobeses como los visitantes puedan todavía conocer y siempre redescubrir un escenario tan embriagador cada año por estas fechas.

“Esta casa es del siglo XVI y según un libro que leí la construyó un árabe para vivienda propia. Después fueron pasando familias hasta la última, que fue una tía mía que murió hace 14 años”, explica de inicio la propietaria de uno de los inmuebles con mayor sabor propio del Festival. En ese instante, mientras los visitantes observan el encanto del recinto, Rosario Fernández realiza la primera mención a la persona que le legó el amor por las plantas… La construcción de la vivienda data de la mencionada centuria y comparte muros con el convento cisterciense que da nombre a la calle en la que se encuentra situada. Un pasillo conduce a una un porticado ante el que de repente el color invade la visión de quienes acuden a este patio, quizá de dimensiones reducidas, pero no por ello de menor valor. Todo lo contrario. “Hay mucha variedad. De hecho me lo comentan mucho las personas, que hay mucho colorido. La gente se queda alucinando”, comenta Fernández acerca de las plantas que componen el gran conjunto.

En el centro del patio, una fuente luce cargada de pétalos. Alrededor, tras los arcos y sus columnas, las macetas llenan de vida cada rincón. Además de por la variedad, el recinto destaca por la presencia de no pocas flores aromáticas. “El pelargonio, que vulgarmente le decimos geranio chino en Andalucía, huele a limón, y la surfinia, que hay personas que entran  y dicen ”huele a flores“, porque también desprende olor. Los helechos están preciosos”, señala Rosario Fernández, quien apunta que “este patio es fresquito, porque tiene el techo muy alto”. Una circunstancia que convierte al recinto en un buen lugar para pasar el cálido verano cordobés. Más allá de las plantas, que son elementos fundamentales para comprender la historia de esta casa, se encuentra la esencia que guarda. Esencia de sus orígenes. “Lo hemos mejorado, aunque de gustos ya se sabe. Mi tía puso plaqueta en blanco y unos cuadritos en negro y mi marido dijo: ”creo que esta casa tiene que tener la solería primitiva“. Un día escarbamos y efectivamente ahí salió el auténtico ladrillo”, expone.

El suelo es el mismo con el que se construyera en su día la vivienda, allá por el siglo XVI, recuperado en la actualidad para dar mayor valor al escenario. “Lo demás es lo mismo: los arcos, los pórticos, las puertas… Lo vamos cuidando todo. No hemos tocado nada”, comenta Rosario Fernández, quien desde 2005 es propietaria de un inmueble que ya conociera a la perfección con anterioridad. Porque se la adquirió a su tía, María del Valle Jiménez, una enamorada de las plantas a la que recuerda con emoción. “Ella vivía por las flores. El patio era su ilusión y además fue una de las personas que participaron en los primeros concursos. Vivía por y para esto y cuando se puso malita, me vine con ella y le prometí que estaría abriendo el patio mientras yo pudiera. Y estoy encantada”, detalla la propietaria del número 11 de Encarnación, el lugar en el que la herencia es el amor entre las personas y el de éstas hacia las macetas y las tradiciones de la ciudad. Tanto es así que incluso en la única ocasión en la que no se vio incluido en el Festival el patio mantuvo sus puertas abiertas en horario normal. Ocurrió en 2013. “El Ayuntamiento solía mandarnos carta y ese año no nos llegó. Estuvimos esperando y se nos pasó la fecha. Aunque no entramos, yo abrí como si estuviéramos dentro”, rememora Fernández.

La casa patio participa en el Festival de manera ininterrumpida desde la década de los ochenta, excepto el año señalado y en el que falleció el tío de Rosario Fernández. Entonces, María del Valle Jiménez no quiso estar presente en el Concurso por respeto a su marido. Diversos son los premios con los que cuenta la vivienda, aunque el más importante es el reconocimiento de los visitantes y la satisfacción de su dueña. “Yo sufro y trabajo mucho, porque las plantas hay que cuidarlas, pero cuando llegan estos días y las miro me olvido de todo lo que ha pasado. Para mí esto es felicidad, una felicidad que no sé cómo expresar”, argumenta Fernández, quien mantiene vivo el pulso del inmueble. Y mucho más la pasión por el color y el aroma de las plantas que le legara María del Valle.

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