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Diario del Confinamiento | Deseo

El jamón de Juanjo.

Juan José Fernández Palomo

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Me gustaría tener un jamón en casa. Estoy seguro que un confinamiento con jamón es otra cosa. No digo si más o menos llevadero, pero sin duda sería diferente.

No digo que tenga que ser ibérico puro de bellota, puede ser de recebo, de Los Pedroches, de donde es mi familia. Un jamón telúrico que me una a mis ancestros, a la dehesa, a la encina y al granito. Que me ponga en contacto con el marrano, el animal totémico por excelencia y el mejor amigo del hombre (no musulmán, no vegano).

Es un deseo, lo reconozco. Y eso que no me tomo yo por una persona caprichosa. Tal vez por algún disco alguna vez, o por un libro raro o por una camisa imprescindible para mí y horrorosa para el común de los mortales; pero no soy caprichoso. Posiblemente porque voy conociendo mis limitaciones.

Deseo se parece a aspiración, anhelo, pretensión. También a concupiscencia, pero esto es ya un deseo más guarrete según la moral católica, que es una cortarrollos.

“Hay que ser cuidadoso con lo que uno desea, no vaya a ser que se cumpla”, decía Oscar Wilde, que es el que escribió todas las citas según toda la gente que le da por recordar citas. Si en vez de decir Wilde dices Confucio, no pasa nada. O dices “según un proverbio mahorí…”, y también cuela.

Claro, alguien podría decirme que por qué no voy y me lo compro, que eso sí está permitido en el decreto que regula el estado de alarma. Pues no lo hago por dos razones: la primera porque dejaría de ser un deseo para convertirse en una realidad (en ese punto me acordaría de Cernuda y se me saltarían las lágrimas). Y segunda y definitiva razón: un jamón regalado sabe mucho mejor que uno comprado. Y este argumento es imbatible.

Tengo en mi cocina un jamonero que se llama Ausencia.

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