Diario del Confinamiento | El aparato respiratorio
I can´t breathe!, dicen que dijo George Floyd mientras una rodilla le presionaba el pescuezo contra el asfalto de una calle de Minneapolis, a las puertas de un badulaque.
¡No puedo respirar! No fue una metáfora, que podía serlo, era la verdad. También las metáforas son verdad: otro señor muerto escribió “la luna llegó a la fragua con su polisón de nardos” y nadie ha desmentido eso. Porque es verdad; así de simple.
El aparato, o sistema respiratorio de los seres vivos sirve para intercambiar gases con el medioambiente. Cosa de importancia. En los mamíferos humanos intervienen para ello los pulmones con sus alveolos, bronquios y bronquiolos; también la pleura, la faringe, la tráquea, la laringe y sus cosas, las fosas nasales, las costillas y hasta el jefe que lo ordena todo: el cerebro. Un equipazo. Si jodes a alguno de sus miembros, se fastidia todo.
El negro Floyd dejó de respirar y las calles se incendiaron. La combustión necesita oxígeno o, por lo que se ve, también su ausencia.
Recuerdo ahora mi paso por el aeropuerto de Atlanta (Georgia), sus pasillos están decorados con fotos de músicos negros y en una plaza interior un negro toca blues en un piano de cola blanco.
También recuerdo al dueño de una pensión en Sal Rei, en Cabo Verde, cuando nos dijo –sin preguntarle- que estábamos en una ciudad tranquila, pero que había que tener cierto cuidado al atardecer con “esos negros” que han llegado de Senegal para trabajar en la construcción. Nos lo decía el caboverdiano dueño del hostal que era negro. Negro.
Cuando llega un árabe tieso a buscar trabajo, dignidad o lo que pueda encontrar en su búsqueda, es un “puto moro”; si viene a salvar a tu equipo de fútbol oliendo a colonia y a petróleo es “un jeque”.
El racismo es una cuestión de lucha de clases. No se engañen. Como principio, al menos, dejen respirar a la gente.
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