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Cuidados intensivos para preservar la memoria escrita de Córdoba

Trabajos de restauración de legajos en el Archivo | MADERO CUBERO

Carmen Reina

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Guantes puestos. Condiciones de luz, humedad y temperatura adecuadas. Como si de una operación quirúrgica se tratara, cada día a primera hora de la mañana, los técnicos que se ocupan de las tareas de conservación de documentos del Archivo Histórico Provincial de Córdoba comienzan su laborioso trabajo.

Ellos son los guardianes de la memoria escrita que se conserva en este centro, con legajos fechados desde el siglo XI en adelante, que se afanan en conservarlos en las mejores condiciones posibles para su preservación y su uso en consulta para investigadores. Esta “conservación preventiva”, es el paso necesario en el mantenimiento de todo el archivo, con el fin de evitar, o retrasar al menos, que los documentos tengan que ser restaurados.

Cinco kilómetros de documentos es el tesoro de este centro. Ante ellos, factores externos como la temperatura, la humedad, el polvo o los insectos son los responsables del deterioro de los legajos. Pero también los factores internos, propios de los propios escritos: la degradación de las tintas que pueden llegar a perforar el documento o la acidez del papel que lo deteriora.

Ante todo ello, medidas de conservación que, meticulosamente y con especial cuidado se siguen cada día con los documentos que son consultados por los investigadores y estudiosos que acuden al centro. Desde una caja especial de almacenamiento que puede llevar tratamiento antimoho y antiinsectos, a una guarda o camisa que envuelve el documento, cerrado con cuidado con cintas de algodón blancas.

“Cada día anotamos el estado de conservación física en el que se encuentra el documento”, explica sobre su laboriosa tarea una de las técnicos del archivo, Ana María Chacón. “Si está muy deteriorado, directamente se retira de la consultas, para evitar un mayor deterioro hasta que pueda ser restaurado”, añade otro de los técnicos, Rafael Martínez.

Con el resto de documentos que seguirán en uso para consultas, se sigue un protocolo para su conservación: se examinan al milímetro incluso con luz ultravioleta para detectar hongos, se eliminan los pliegues, se estiran los bordes enrollados, se encapsulan los folios que puedan estar sueltos o más deteriorados con papel de seda o papel japonés, se prepara una guarda nueva y se numera para su correcta localización entre los fondos del archivo.

Día a día, se trata así de toda una tarea para poner barreras al deterioro y lograr la mejor conservación. Barreras para la humedad, para la proliferación de hongos o para los insectos que puedan dañar los documentos y que son los principales enemigos de estos pedazos de historia escrita.

Son, en definitiva, los cuidados intensivos de legajos con siglos de historia en un centro en el que, cuando llega un documento nuevo, como si de un enfermo en la época del cólera se tratara, se le mantiene en cuarentena y aislado hasta comprobar su estado físico y adoptar las medidas de conservación que requiera para no dañar al resto del los fondos de este tesoro.

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