Córdoba abre los caminos del Rocío
El Rocío de la Virgen que vive al pie de las marismas y es Patrona de Almonte cayó este jueves sobre las calles cordobesas al paso del bendito Simpecado de la primera hermandad que inicia hacia Ella el camino, el más duradero de cuantos harán en los próximos días las 119 hermandades filiales. La cordobesa abrió así los caminos que llevan hasta El Rocío tras partir de la Real Iglesia de San Pablo, su sede canónica, acompañada por la alegría que tienen quienes saben que en solo nueve días estarán ante la Pastora y Reina.
Poco antes de las seis de la tarde los cohetes anunciaban que la salida era inminente. Estallaban en el cielo de la calle Capitulares mientras concluía la misa de romeros, que había comenzado a las cinco y había llenado el templo que cuidan los claretianos de personas que asistieron a la Eucaristía con la que cada año inicia su peregrinación la hermandad de Córdoba. En esta ocasión fue el nuevo coro de la hermandad, creado hace pocos meses, el encargado de cantar la misa que celebró Tomás Pajuelo, capellán de camino, y concelebraron el capellán de la hermandad de Ceuta y el director espiritual del Seminario Menor de Córdoba.
“Dios te salve, Pastora, Rocío y Madre...” cantaban los fieles al final de la misa mirando a la Virgen que preside en una pintura el Simpecado blanco y oro cordobés. “No apartes de mí esos ojos que sin descanso me miran...”, le pedían mientras la emoción inundaba las naves del templo y los corazones de los rocieros, a los que minutos antes Tomás Pajuelo les había recordado que no iban a la aldea almonteña solo para convivir y pasarlo bien, sino “para dar testimonio público de que creemos en Jesucristo, que es el Hijo de Dios nacido de la Virgen María”. Para ello cruzarán media Andalucía en los próximos días alimentados por el Cuerpo y la Sangre del Señor para ser “sagrarios vivos” a los que Dios les ha regalado nueve días “para crecer en la vida de oración, sacramental y de comunidad”.
Los “vivas” del hermano mayor, Manuel López, a la Virgen, al Pastorcito Divino, a la hermandad de Córdoba y su ciudad y a San Antonio María Claret daban por finalizada la misa y animaban a los presentes a salir a la calle donde ya esperaba la singular y bella carreta que lleva el Simpecado y que sigue en proceso de ejecución. La empresa Pinsapo la había adornado con una veintena de especies florales de colores vivos entre las que se encontraban cymbidium, peonías, astromelias, rosas, anturium, hortensias, hypericum, delphinium, margaritas aster, flor de cera, ananas, tulipanes y mostera.
El sol apretaba y los sentimientos afloraban con la salida del Simpecado por el arco de San Pablo ante el aplauso de los presentes, que coreaban a continuación “Córdoba, Córdoba”. Los seis tamborileros que acompañaron a la hermandad tocaban sevillanas, que cesaron para que sonara el himno nacional mientras el Simpecado era entronizado en la carreta. De ella tiraban dos bueyes de nombre General y Sevillano, procedentes como sus boyeros de la localidad hispalense de Camas. Desde el techo de la carreta y hasta ellos llegaban dos cintas con los colores pontificios en las que se podía leer la célebre frase que San Juan Pablo II pronunció en el balcón de la ermita del Rocío durante su visita en 1993: “Que todo el mundo sea rociero”. No en vano, la hermandad del Rocío de Córdoba guarda una reliquia de este santo.
Antes de que los bueyes echaran a andar se oyeron de nuevo vítores y varios padres alzaban a sus hijos, algunos aún bebés, hacia el Simpecado que ya presidía la carreta de arcos polilobulados en cuya trasera va la imagen de San Rafael y en cuyo frontal va la Virgen de la Fuensanta, que vestía esta vez a la antigua usanza con un manto de brocado de principios del siglo XX con fleco de camaraña de la misma época y rematado con un encaje de bolillo en hilo de oro fino que ha sido donado por el equipo de mayordomos y priostes de la hermandad, que también estrenó este jueves su libro de reglas.
Subió el cortejo primero por Alfonso XIII y allí las Hermanas de la Cruz abrieron las puertas de su casa para ver pasar a la Virgen, que paró unos instantes ante ellas. Luego siguió por la plaza de las Tendillas y Gondomar, donde recibió la carreta una lluvia de pétalos de claveles blancos, rojos y rosas que cayeron desde las ventanas del colegio de La Milagrosa. Desde allí se dirigió rodeada de mujeres vestidas de gitana y hombres de corto a la parroquia de la Trinidad y más tarde a la Mezquita Catedral, desde donde iniciaba su camino la hermandad cuando tenía sede en San Pedro de Alcántara.
La carreta entró por la Puerta de Santa Catalina al Patio de los Naranjos y llegó hasta la Puerta de las Palmas. Allí se bajó de nuevo el Simpecado para que entrara al interior del templo, donde hubo un breve acto antes de partir de nuevo ya hacia la Ribera y el Puente de Miraflores. La hermandad cruzó por allí el Guadalquivir, que atravesará de nuevo en la localidad sevillana de Coria del Río en barcaza la semana que viene, y llegó hasta los jardines Virgen del Rocío, donde ha hecho una ofrenda floral.
Desde allí la hermandad camina cada año a la plaza de Santa Teresa, donde es tradición rezar de nuevo la salve antes de despedirse de la ciudad, que abandona el cortejo por la avenida de Cádiz en dirección al Polígono Amargacena, donde Córdoba hace su primera parada y recibe la visita de quienes no pueden hacer todo el camino pero se acercan a las paradas que no distan mucho de la capital para acompañar a quienes peregrinan hacia la aldea almonteña para celebrar allí la solemnidad de Pentecostés.
La noche ya deja estampas del Simpecado muy distintas a las que permite la luz del día, que produce destellos en la plata de la carreta, la misma que cuando solo alumbra la luna se acompaña con la luz de cuatro candelabros arbóreos y velas en las que van los escudos de las cofradías que las han entregado a la hermandad del Rocío en los últimos días como han hecho Perdón, Borriquita, Esperanza, Prendimiento, Paz y Expiración.
Así, después de una intensa tarde, Córdoba ya es camino y ha dejado en la ciudad una estela de alegría y júbilo, de cantes por sevillanas, de flauta y tamboril, y en el suelo de algunas calles las flores que cayeron sobre la carreta del Simpecado como testimonio del amor de muchos cordobeses a la Santísima Virgen cuyo Rocío los bendice y los espera en las marismas.
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