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La fábrica de humo

Elena Medel

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Esta es una historia de supervivencia por aquí y por allá.

En esta historia El Que Escucha Campanas lucha por no moverse del sillón de cuero de su despacho, mientras El Que Madruga Y Dios No Le Ayuda pulula entre ventanilla y ventanilla y evento y evento por aquello de que si tanta gente se inscribe eso es que estará bien y servirá para algo. Aquí masculino es igual a neutro. Esta es también la historia de La Que Escucha Campanas y La Que Madruga Y Diosa No Le Ayuda.

El Que Escucha Campanas percibe en la lejanía cómo tañe la campana de la industria cultural y creativa. Los años de cortes de cinta han agudizado su oído, y ahora recibe a los minutos —más vale tarde que nunca— los aplausos extramuros. La moda recibía en otras ciudades el simpático nombre de fábrica sin humo, y parecía funcionar eso de anunciar que la salvación económica residía en aprovechar nuestro patrimonio cotizadísimo y nuestro presente talentosísimo para construir un futuro y salvarnos del bache económico que era ya.

Aquí, por el contrario, se bautizaría como fábrica de humo.

Por eso El Que Escucha Campanas, y su archienemigo El Que Se Sube Al Carro, y El Que También Quiere Salir En la Foto, se lanzaron al fomento de las industrias en cuestión y montaron sus programas, sus ciclos, sus cositas. A las otras ciudades no les fue mal. Las otras crearon un tejido firme más o menos, tejido al fin y al cabo, quizá porque todo se hacía de otra forma, y en las antípodas de nuestra mente conspicua un tipo llamado Richard Florida se inventó lo de las ciudades creativas y demás aliños, que aseguraban que un lugar escala posiciones en el ranking de lo guay dependiendo de su número de freelances y obreros de la fábrica sin humo.

En Córdoba, aprovechando Lo De La Capitalidad, surgieron algunas iniciativas en esta línea. Unas bien llevadas al principio y luego no, otras mal llevadas desde su primera piedra —real o metafórica, atada a una cuerda y al Guadalquivir—, yo no sé si recuerdan propuestas como la de crear un distrito cultural en la Judería, fomentando que se instalasen allí estudios de artistas y oficinas de pequeñas empresas culturales, y que se quedó en titular para los medios. Se anunció y ahí murió.

Pero estamos haciendo algo para ayudar, eh. No nos cruzamos de brazos.

Las industrias culturales y creativas se rompieron de tanto mencionarlas. Lo De La Capitalidad se olvidó y en otras ciudades, ya asentada la apuesta cultural, el empuje aminoró porque todo rodaba: El Que Escucha Campanas notó ahora un ruido tenue y lo confundió con su bostezo. Turno de desgastar otras palabras. Superadas la implementación y la creatividad, ahora los aires le traían el emprendizaje y múltiples compañeros finalizados en ing, como subrayando lo urgente de su uso, exportados hoy mismo, sin respiro para traducciones.

El mensaje de ahora es tan cabal como el anterior: como no se crea empleo te tocará inventarte el tuyo. Estamos de acuerdo. Justo y necesario. En las últimas semanas se han sucedido, al respecto, varios encuentros promovidos por la administración pública. Yo he confiado, he invertido minutos en cumplimentar formularios para inscribirme, he repasado el programa y he anotado las conferencias y los talleres que me interesarían. En la mañana de inicio, justo, he decidido quedarme trabajando.

Y pensando en lo hipócrita que resulta que administraciones públicas que ahogan a los autónomos y pequeños empresarios, demorando en meses y meses el pago de facturas, nos la claven en la vida real y se inventen un mundo paralelo en el que nos acompañan —jornadas y encuentros mediante— en este Arduo Camino. Yo creo en las iniciativas que ya existían en Córdoba, de manera privada, de ánimo para quienes levantan su negocio: creo en ideas veteranas como Creativos en Córdoba (de Colaborativa) y Dinamizarte (de Dinámico), y creo en las actividades que se impulsan desde/en Cosfera —este fin de semana, en la Startup Weekend, proponían la creación de varias empresas de base tecnológica entre los participantes, apoyándose en los conocimientos de todos, implicados directamente o no: solidaridad, se llama—, y añado Iniciador y Tapas & Tweets, y hago lo posible por robarme horas y salgo antes y vuelvo tarde a casa o lo intento pero digo que sí, que un día saldré más o menos convencida, pero que todos —sin falta— me lo creo. Me dejo muchas, seguro, porque no las conozco. Descúbranmelas, por favor. Si las organizan personas con nombre y apellidos e ilusión y ganas, sin cumplir trámites, por el gusto de arrimar el hombro, creo en ellas.

Pero no me creo a los Medianos Cargos, asesorados por El Que Escucha Campanas, El Que Se Sube Al Carro y El Que También Quiere Salir En la Foto, dirigiéndose a un auditorio formado por El Que Madruga Y Dios No Le Ayuda y Su Prima La Pelá, hablando sobre cómo enfrentarse a la crisis y subsistir con un negocio y etcétera y etcétera con su bagaje profesional limitado a la afiliación temprana a un partido y al salto de cargo en cargo.

Yo les quería contar esto.

Ya saben. Esto va de buscarse las castañas. Y de que algunos con la cara muy dura se aprovechan. De que antes fue lo otro y mañana se inventarán otro avío. Y de que nada por aquí, nada por allá.

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