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El sucio negocio de algunas ONG

David Val

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Subvencionadas por los diferentes gobiernos, muchas ONG han empezado a hacer negocio de la pobreza. Dirigentes con sueldos de escándalo y algunas implicadas incluso en actividades criminales

El pasado lunes, Día Mundial de la Asistencia Humanitaria, publiqué un artículo donde ponía de manifiesto los serios recortes que el Gobierno ha llevado a cabo en las políticas de Cooperación al Desarrollo. En concreto, casi un 75% en tres años, pasando de invertir un 0,5% del PIB a un paupérrimo 0,15%, a años luz del 0,7% que acordó la ONU y que, actualmente, solo cumplen los países nórdicos y el Reino Unido. Asimismo, reflejé el enfado de las ONG dedicadas al desarrollo y a la solidaridad internacional pues, actualmente, sus presupuestos se han visto fuertemente golpeados por la deuda que las diferentes administraciones públicas –especialmente ayuntamientos y comunidades autónomas- han contraído con ellas.

Pues bien, mi análisis de hoy quiere ir un poco más allá. ¿Hasta qué punto las ONG se han convertido en dependientes de estas subvenciones? Es más, ¿hasta qué punto las ONG han convertido a las personas y países que ayudan en dependientes de estas subvenciones? ¿Han sucumbido al sucio negocio de vivir de la pobreza? ¿Dónde acaba el asistencialismo y la caridad y comienza el desarrollo?

Primeramente, cabe distinguir entre asistencia humanitaria y cooperación al desarrollo. Mientras que la primera es una forma de solidaridad, generalmente destinada a poblaciones pobres, o a las que han sufrido una crisis humanitaria provocada por una catástrofe o una guerra y que debe seguir los principios humanitarios de imparcialidad, neutralidad, humanidad e independencia operacional; la cooperación comprende el conjunto de acciones llevadas a cabo por organizaciones públicas o privadas con el propósito de promover el progreso económico y social global, equitativo y sostenible.

“La ayuda humanitaria tiene el imperativo de salvar vidas”, recuerda Jaime Atienza, de Intermon Oxfam. Es por ejemplo la actividad que actualmente se desarrolla en Siria o la que apenas se percibe ya en Haití, abandonado a su suerte tres años después del terremoto.  “Hay que ayudar a las miles de personas que han salido del país en busca de refugio y a las que han decidido quedarse porque no tienen acceso a agua potable ni a ningún otro servicio por la destrucción de infraestructuras”, añade. Por tanto, reconoce, “hay quien la pueda considerar como únicamente asistencial, cortoplacista y sin un objetivo de transformación social, pero en ciertas ocasiones es la única forma de ayudar a ciertos países”, concluye.

Pero, ¿y qué ocurre después? Es decir, cuando el conflicto acaba. Es el momento de potenciar los planes de cooperación al desarrollo, que son más largos en el tiempo y tienen un objetivo transformador, no asistencial. “Es cierto que después tiene que existir continuidad, porque si se abandona un país es posible que sufra una crisis humanitaria posterior”, añade Atienza.

Sin embargo, el sociólogo argentino Ezequier Ander Egg, en su Diccionario del Trabajo Social, describe este asistencialismo “como una forma de ayuda al necesitado, caracterizada por dar respuestas inmediatas a situaciones carenciales sin tener en cuenta las causas que las generan. Este tipo de asistencia, lejos de eliminar los problemas que trata, contribuye a su mantenimiento y reproducción”. Esto es, por ejemplo, lo que ocurre en el Cuerno de África. Las ONG se han preocupado más de asistir a esas personas que se encuentran en situación extrema que en intentar negociar el cese de la violencia para poder ofrecer un futuro realmente mejor. Han creado vínculos de dependencia.

Para Ander Egg, la cooperación al desarrollo tiene que enfocarse en ayudar a estos pueblos “a integrarse en proyectos productivos que les permitan generar recursos propios para salir de la pobreza”. ¿No cree que el mayor éxito de estos programas sociales se alcanza cuando se abandonan porque los pueblos beneficiarios ya no los necesitan? Jaime Atienza, de Intermon Oxfam, piensa un segundo la respuesta: “Es cierto, el éxito de la cooperación está en que se termine el programa y la población esté en una situación mejor y pueda sostener su situación”. Pero para conseguirlo hace falta mejorar el diálogo político con los gobiernos. “No solo se trata de garantizar que llegue el agua potable a un pueblo necesitado, sino de garantizar que el Estado aporte este servicio básico para que la ONG pueda cambiar de rumbo”.

Pero no todas las ONG comparten este principio, además de que cada vez son más –en España unas 400, según confirma la Coordinadora de ONG para el desarrollo- y muchas de ellas no tienen claros ni su misión ni sus valores. Es más, cada vez caen más en la limosna a cualquier precio, aun a costa de la dignidad de las personas a las que supuestamente quieren ayudar. Otras, directamente, roban y estafan. Es más, hay expertos que aseguran que solo el 10% del dinero que teóricamente está destinado a cooperación al desarrollo llega a su destino. Es decir, la solidaridad ha sucumbido en beneficio del negocio. “En España hay ONG que incluso no tienen socios”, asegura Gonzalo Robles, director de la AECID. “Por eso hay que corregir muchos defectos para hacerla más eficiente y de calidad”, reconoce este portavoz gubernamental. Hoy, muchas de estas ONG son enormes estructuras empresariales capitalistas que, además de explotar a sus voluntarios, saben vender su supuesta buena imagen al Gobierno y a los medios de comunicación para obtener las suculentas subvenciones que se reparten cada año. Y como cualquier estructura empresarial parecen más preocupadas en obtener beneficios que en conseguir sus fines aparentes.

Para el antropólogo español Gustau Nerin, autor del libro Blanco bueno busca negro pobre, “hacer una escuela o una letrina no tiene impacto sobre el desarrollo de África. Llevamos cincuenta años de cooperación a gran escala y no ha habido resultados. El modelo está caducado. No hay ningún país africano que se haya desarrollado gracias a políticas de cooperación. Hace treinta años se creía que, al ritmo que avanzaba la cooperación, a principios del siglo XXI el continente africano estaría al nivel de Europa, pero se ha visto que no. De hecho, incluso se ha aparcado ya la expresión de ‘país en vías de desarrollo’. Hay muchísimo paternalismo y las ONG se acercan a África como si hubiera que enseñar a los pobrecitos negros a hacer todo”.

Rafael Vilasanjuán, director del laboratorio de Ideas y de Comunicación del Instituto de Salud Global de Barcelona, fue director de Médicos Sin Fronteras en España desde 1999 hasta 2006. Es decir, vivió como máximo dirigente de esta ONG el devastador tsunami que asoló Sri Lanka en 2004. Días después de la tragedia, Médicos Sin Fronteras decidió no aceptar más donaciones. “Aunque en un primer momento mucha gente no entendió nuestra decisión, a nosotros nos parecía un ejercicio de responsabilidad y honestidad, pues habíamos cubierto ya el dinero necesario para llevar a cabo los proyectos que nos habíamos fijado y no porque nos dieran más dinero íbamos a llevar a cabo más proyectos en la zona”, aseguró entonces. Pero, sin duda, esta no es la tónica general, de hecho, el propio Vilasanjuán confirmó que existe un gran desequilibrio entre las necesidades sobre el terreno y la aportación que hacen las ONG. Pero, ¿dónde va a parar todo ese dinero sobrante que no se invierte en proyectos de desarrollo?

He ahí la gran pregunta. La gran cantidad de dinero recaudada por las ONG a causa de las grandes tragedias choca con los escasos controles de contabilidad y aparición cada vez más asidua de escándalos financieros. Un estudio del Huser Center de la Universidad de Harvard asegura que entre 1995 y 2002 más de un centenar de organizaciones no gubernamentales estadounidenses se vieron implicadas en actividades criminales y de tráfico de armas. Hace unos años, varias informaciones aseguraban que la presidenta y CEO de UNICEF, Caryl Stern, ganaba más de 1 millón de dólares al año. Rápidamente, la sede norteamericana de esta ONG, hizo público el salario de esta señora: 454.855 dólares… Y se quedaron tan anchos. ¿Es de recibo que la presidente de una ONG cobre 340.000 euros al año? Es decir, casi 30.000 euros al mes… en limpio.

¿Es justo que Marsha J. Evans, presidenta y CEO de Cruz Roja en EEUU tenga un sueldo –según datos de 2009- de 651.957 dólares? Además, disfruta de seis semanas de vacaciones a gastos pagados, incluyendo el viaje para ella, su marido y sus hijos. Igualmente, tiene un seguro médico y dental que cubre el 100% para ella y toda su familia de por vida. Esto significa que de cada dólar que ella consigue, solo 0,39 dólares se destinan a la causa.  Podría seguir, pero esta interesante investigación saca a la luz todos esos datos para poder comprender un poco mejor el sucio negocio que llevan entre manos algunas ONG.

En conclusión, muchas de estas Organizaciones No Gubernamentales sin ánimo de lucro, viven de las subvenciones del Gobierno de turno y, además, no invierten ese dinero en los proyectos de cooperación que tan insistentemente nos venden. La mayoría de ellas lo usan para solucionar la vida de sus dirigentes, que viven como ricos magnates a costa de la triste situación de los países más pobres; otras –las menos- usan ese dinero para invertirlo en fines mucho menos éticos como el tráfico de armas o el crimen organizado. Sin duda, no se puede meter en el mismo saco a todas estas organizaciones ni es de recibo generalizar, pero también es cierto que mientras las que actúan con fines realmente solidarios no denuncien a las estafadoras que se benefician del dinero público para hacer oscuros negocios, todas estarán para mí en el mismo saco.

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