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Sangre por agua

David Val

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Ya no hay duda alguna: el mayor conflicto geopolítico del siglo XXI va a ser el del agua. Empieza la guerra por el oro azul

Los analistas empiezan a preocuparse. Ya no hay duda alguna: el mayor conflicto geopolítico del siglo XXI va a ser el del agua. En 2025 la demanda de este elemento vital para la vida humana será un 56 por ciento superior que el suministro, y quienes posean agua podrían ser blanco de un saqueo forzado. Si todo sigue igual, dentro de unas décadas Brasil se convertirá en el Oriente Medio del agua. El acuífero Guaraní, la mayor reserva de agua dulce conocida hasta ahora, ocupa más de 840.000 kilómetros cuadrados bajo su territorio. Por si acaso, Estados Unidos ya ha instalado algunas bases militares en la zona. El control de ese territorio se presume primordial en un futuro. Pero empecemos por el principio.

Desde la Antigüedad, el agua ha sido siempre motivo de preocupación para las distintas civilizaciones. Los egipcios crecieron en torno al Nilo, los romanos difundieron su imperio gracias a su perfección en la canalización de las aguas mediante acueductos... El agua era una diosa más a las que adorar y dar gracias.

Pero hoy, cientos de años más tarde, ya nadie se preocupa del agua. Ni organizaciones internacionales ni Estados, ni los propios ciudadanos. Nadie. Y el mundo se está quedando sin agua. El 97% del agua de la tierra es salada. Sólo el 3% es dulce. Pero de ese pequeño porcentaje, una parte importante está contaminada y no es apta para el consumo. Una contaminación que, principalmente, se debe al vertido de residuos industriales. Por ejemplo, en la frontera de México y Estados Unidos está el Río Nuevo, que es el más contaminado de Norteamérica. El agua contiene los virus de la polio, tuberculosis, hepatitis... Ese río, que discurre por el noroeste mexicano, riega los campos de cultivo que después alimentan a Ciudad de México.

Pero además, el agua se consume y se derrocha sin ningún tipo de control. Los acuíferos se están secando de manera incontrolada, tanto que se están produciendo corrimientos de tierra por las oquedades que se crean. Los subsuelos se quedan vacíos y el terreno se hunde. Y es que extraemos hasta 15 veces más de agua de la que se regenera. Ante este consumo irresponsable, los suelos se erosionan, las inundaciones se suceden y apenas se filtra agua al subsuelo.

Pero, ¿cómo hemos llegado a la situación actual? Muy sencillo: en los 80’, los gobiernos neoliberales de Reagan, Thatcher e incluso del “socialista” Mitterrand permitieron la privatización del agua. Empresas como Suez, Veolia o RWE Thames, que comenzaron por aquellos años a comercializar con el agua, son hoy grandes multinacionales que tratan el agua como un bien económico más.

Además, organizaciones como la ONU vio con buenos ojos que se privatizara el agua de países en desarrollo a cambio de que se les condonara la deuda internacional. Así que pronto estas grandes empresas se adueñaron de las aguas de Argentina, Puerto Rico, Indonesia, Chile... creando así otra forma más de colonialismo salvaje.

Y algunos dirán que el agua siempre puede desalinizarse. Sin duda, otra forma de negocio de la que se están aprovechando las grandes empresas. Incluso de la descontaminación de las aguas. Son procesos muy costosos que encarecen el precio final del agua potable. Es decir, más dinero para alimentar la estafa.

Además, estas empresas entran donde nunca antes lo habían hecho. Sin pedir permiso y desoyendo las voces que se alzan en contra. Por ejemplo, Nestlé está embotellando el agua de los Grandes Lagos. Los ciudadanos del estado de Wisconsin se amotinaron en contra de la multinacional y, a pesar de las extorsiones, consiguieron ganar el juicio. Pero Nestlé recurrió y al final se le concedió el permiso de extracción de agua.

Pero estas empresas no han entrado solo a los grandes países, como decía antes, también han irrumpido en estados como Kenia, donde se cosechan las rosas que día tras día se venden por toneladas en Europa. Por ejemplo, cada docena de rosas necesita unos 120 litros para poder salir adelante, mientras que a escasos kilómetros, los kenianos tienen que andar durante horas para poder encontrar algo de agua potable.

Guerra del Agua

El agua ya es sinónimo de poder. Allá donde un río fluye en libertad, una empresa ve una fuente de ingresos. Como si fuera petróleo. Por ejemplo, en países como China se paga a avionetas para que provoquen la lluvia antes de que las nubes lleguen al siguiente pueblo. Esto crea fuertes conflictos entre ciudades vecinas.

En la India, hay una violenta guerra alrededor del Río Kaveri. Los dos grupos étnicos que dependen del río están incluso secuestrando a ciudadanos importantes de ambos bandos y pidiendo agua como rescate. Sin embargo, muchos problemas de este tipo se presentan como problemas religiosos cuando en verdad son guerras por un recurso tan básico y necesario como el agua.

Otro claro ejemplo se produjo en Bolivia en 1999. El Banco Mundial impulsó a la multinacional Bechtel a que firmara un contrato con Hugo Banzer, presidente boliviano y antiguo dictador, para privatizar el suministro de agua en Cochabamba, la tercera ciudad más grande de Bolivia. De hecho, Bechtel entró porque antes el propio Banco Mundial había rechazado conceder un préstamo al país para crear una cooperativa que controlara el agua de la ciudad. Pues bien, el pueblo de Cochabamba salió a la calle, se rebeló contra Bechtel y el presidente sacó el ejército a las calles. Tanto se recrudeció la situación que incluso se prohibía a los ciudadanos almacenar agua de lluvia.

El encarecimiento del agua fue insoportable para muchas familias que se vieron obligadas a retirar a sus hijos de las escuelas o a dejar de visitar médicos como consecuencia de los precios del agua. Se declaró la ley marcial y la policía mató al menos a seis personas e hirió a más de 170 participantes de las protestas. Pero esta vez ganó el pueblo. Finalmente, el gobierno boliviano no vio más salida que rescindir el contrato de aguas con Bechtel y expulsar a la empresa del país.

El futuro

Brasil, Canadá y Rusia son ahora mismo los tres países que más reservas de agua tienen en el mundo. Por tanto, empiezan a tomar posiciones como potencias. Estados Unidos ha firmado acuerdos comerciales de agua con Canadá, pero nadie ha criticado la medida. Es más, Estados Unidos, como ya comenté al principio del artículo, ha colocado bases militares en Brasil y Paraguay, una zona conocida ya como el Oriente Medio del agua en el futuro. El acuífero Guaraní, el más grande del mundo, se extiende por el subsuelo de Brasil, aunque también por parte de Paraguay, Argentina o Uruguay.

La única solución es garantizar el acceso de todo el mundo al agua para que no se comercialice. Es un bien fundamental para la vida y es aberrante que se haga negocio con ella. Países como Yemen, donde el agua es un bien escasísimo, están sufriendo gravemente las consecuencias de esta brutal comercialización. En este país árabe, cada habitante solo dispone de 125 metros cúbicos anuales, frente a los 2.500 de media mundial. El ritmo de consumo supera al de reposición y las guerras por el control de la poca agua que queda están derramando demasiados litros de sangre.

Los gobiernos o, mejor dicho, los ciudadanos, deberían volver a controlar el abastecimiento de agua, cortando de raíz el control privado de este recurso fundamental para la vida. Se tiene que frenar la desalinización y dejar que los acuíferos se regeneren sin extraer de forma tan inconsciente. Pero esto es el capitalismo. Tenemos lo que nos hemos buscado. El negocio y el dinero por encima de la vida. Los Estados y las organizaciones internacionales no van a actuar porque están vendidas al sistema. La palabra la tenemos los ciudadanos y ciudadanas. En Madrid ya se consiguió paralizar la privatización del Canal de Isabel II. Si no ganamos esta batalla, las guerras por controlar los escasos acuíferos del mundo se sucederán en los próximos años. Porque sin petróleo podríamos vivir, pero ¿sin agua?

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