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La leyenda del rival: José Ignacio Garmendia

Redacción Cordópolis

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La entrevista de Euskadi Irratua estaba siendo emotiva. Casi al final, el interpelado estallaba: “estoy disfrutando increíblemente esta temporada. Nunca lo imaginé. Que sepan los jugadores que el día del Córdoba, pase lo que pase (sollozo e indisimulado llanto) toda mi familia estaremos allí”.

En la harategia (carnicería) Garmendia de Villabona despacha José Ignacio Garmendia. Fue portero sin dejar de ser carnicero. Corta solomillos con la misma naturalidad con la que antaño desviaba balones. Ambas cosas –lo primero se presupone, lo primero está avalado por sus registros- muy bien. Y siempre defendió la portería del mismo equipo. El Éibar. Durante diecinueve años seguidos.

“Cuando me vinieron a fichar mi madre estaba cansada de limpiar tanta ropa sucia de portero así que tras preguntarme si me la limpiarían en el club me dijo que hiciera lo que quisiera”, confesó Garmendia en el Informe Robinson que Canal Plus dedicó al club armero. Era 1978, tenía 19 años y su equipo subió ese año de Regional a Tercera.

Siete años defendió una portería de Tercera Garmendia. Su equipo era el eterno candidato a subir a Segunda B. Se creó por entonces la peña La Bombonera origen de la actual “Eskozia la Brava”- que aplaudía a Garmendia por todo el País Vasco…y más allá. Como cuando la Balona, el Valdepeñas y el Pontevedra le privaron del ascenso en el 82, 83 y el 84. O cuando, finalmente, el 14 de junio de 1986 conquistaron el hueco en Segunda B. La eliminatoria definitiva fue contra el Badajoz, 2-0 en Ipurua, 1-1 en Badajoz. Garmendia vivió su primera gran alegría.

A pesar del ascenso, los sábados no podía ir a entrenar porque debía atender su negocio. Muy a su pesar, porque “no recuerdo un día en el que no fuera a gusto a entrenar” con el equipo.

El 17 de abril de 1988 Garmendia vive su día de gloria. “Hasta me llamó José María García”. Jugaba el Eibar en casa contra el Pontevedra, llovía –sirimiri- y hacía mucho viento. El campo estaba bastante mal. No es difícil de imaginarlo. Garmendia buscó un saque largo con el viento a favor, la pelota botó en un charco, cogió más altura y gol. La apoteosis del fútbol directo. De portería a portería.

Fue una campaña fabulosa esa. El 15 de mayo del 88 en Durango necesitaban un punto para subir a Segunda por vez primera en treinta años. Y ganaron 0-1 con gol de Toño. Garmendia lideró un equipo que, entrenado por Alfonso Barasoain, fue el equipo que menos goles recibió de todo el fútbol nacional (21). Algo tendría que ver la labor del carnicero.

Debuta en Segunda el portero y sobresale. Juega todos los partidos y encaja 42 tantos. Pocos para un equipo que sudó para mantenerse. Son los tiempo de Luluaga, Bixente, el calderero Gómez de Segura…

En la 89-90 vuelve a ser titular en los 38 encuentros. En el último, después de haber estado en descenso 36 de las 37 fechas se salva de manera milagrosa en Sarriá. El Espanyol, que ya tenía plaza para disputar la promoción de ascenso, se deja llevar y cae 2-3 entre gritos de “tongo, tongo”. Remonta el Eibar un 1-2 en cuatro minutos (marcaron Bixente y Arrien) y como el Betis le gana al Racing se salvan. Dijo el entrenador del Espanyol sobre el resultado “ellos tenían mucha más confianza y ganas de poderse salvar”. Ganas y confianza. Y fe. Y Garmendia en la portería.

Le tentaron otros. “Hubo llamadas, contactos… pero siempre dije que estaba bien. Jugar once años en Segunda con el Éibar…fue la de Dios”.

Garmendia hace de cicerone del bosnio Karabeg, el primer extranjero del club y sigue acumulando partidos de Segunda. De hecho, cada vez las salvaciones son más tranquilas. Su equipo es 12º en la 90-91 y 91-92. En esa última el carnicero es el que menos veces recoge la pelota de sus propias redes de toda la categoría. 22 veces en 38 partidos (lástima que sólo anotara 19, once partidos los terminó 0-0). “Sabíamos cuáles eran nuestras armas”, explicaba a toro pasado Garmendia.

Después de otras dos temporadas regulares –en el sentido bueno del término, aunque en la 92-93 la permanencia también fue sufrida- en la 94-95 los armeros casi tocan el cielo. Araquistain dirigió una escuadra de veinte peloteros vascos (todos vascos). Garmendia era el más veterano. Apenas se perdió tres partidos. El Éibar perdió sus opciones de subir en la penúltima jornada, a pesar de ganarle 1-0 al Mallorca.

Al año siguiente -95-96- Garmendia logra su segundo trofeo Zamora de Plata. Con 35 años y aún entre costillares y chuletones. En la 96-97 se alterna en la titularidad con Yubero y el club se queda de nuevo a un paso de la gloria. Juegan Loinaz, Huegún, los hermanos Kortina, el hermano de Julen Guerrero… y por supuesto también Bixente. En la última jornada empataron en casa ante Osasuna (que no se jugaba nada y a cuyos futbolistas el siempre sabio público de Ipurua llamó ‘peseteros’) y perdieron hasta la opción de ser cuartos, que les hubiera dado 150 millones de pesetas. Eso daba para muchos entrecots.

Así llegamos a la 97-98. Perico Alonso entiende que Yubero debe reemplazar del todo a Garmendia. Asiste el carnicero a su primera temporada casi completa lejos del verde. Sin rechistar. Fiel. El Éibar se salva pronto y su técnico tiene a bien darle un homenaje a Garmendia. Juega los tres últimos choques. Se despide de su público en un duelo ante el Sevilla el 10 de mayo. Titular. Noventa minutos. Vítores. Aplausos. Lágrimas. Una semana más tarde Sequeiros (Atlético B) le cuela en un descuento un gol. Su último gol encajado.

Han pasado diecisiete años. Garmendia sigue en su carnicería. El otro día le pidieron una arenga ante el difícil final de liga del Éibar: “el mensaje que les mandaría es ”Chapó, chavales“, os queremos un montón. No podemos hacerles a los jugadores partícipes de una guerra si no consiguen la permanencia”.

Faltan Garmendias en el fútbol.

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