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La proclamación

Alfonso Alba

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De las tres acepciones que tiene la Real Academia Española de la Lengua para la palabra proclamación me quedo con la tercera: “Alabanza pública y común”. Ahora, el diccionario me lleva a la primera palabra, alabanza, pero al verbo alabar: “Elogiar, celebrar con palabras”.

Pasado mañana, además del partido del Córdoba contra la Unión Deportiva Las Palmas, Felipe VI será “proclamado” Rey de España, de Castilla, de León, de Aragón, de las Dos Sicilias, de Jerusalén [WTF], de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba, de Córcega, de Murcia, de Menorca, de Jaén, de los Algarves, de Algeciras, de Gibraltar, de las Islas Canarias, de las Indias Orientales y Occidentales y de las Islas y Tierra Firme del Mar Océano. Jurará su cargo en las Cortes y no habrá ceremonia religiosa.

Vale, hasta el jueves, nada, pero la “proclamación” de Felipe VI, en su acepción de “alabanza pública y común” se viene dando desde que la pasada semana su padre anunciara que abdicaba. Horas y horas de televisión, minutos y minutos de radio, páginas y páginas de periódico (invito ahora mismo a una cena en Blanco Enea a quien se haya leído un suplemento entero publicado en un periódico y no haya sido por trabajo) han “proclamado” a Felipe VI poco menos que un súper hombre que él solito nos va a sacar de la crisis, va a evitar que Cataluña o el País Vasco se independice, va a ganar el Mundial de Brasil y encima, como es presidente de honor del Atleti, hará que el pupas gane por fin su ansiada Champions. Y todo pese a que la Constitución Española deja bien clarito que el papel del Rey no deja de ser el de mero espectador, una figura que está sometida al Gobierno y que no pasa de ser un representante del Estado en el exterior.

La proclamación en los grandes medios de comunicación me ha recordado, por exagerada, a los cabezazos que Josep Piqué daba cuando Bush, todopoderoso presidente estadounidense, daba cuando se bajaba del Air Force One en una visita a España para convencer a Aznar de que nos metiese en la guerra de Irak. Incluso una revista como El Jueves, respetable hasta la semana pasada, se ha hecho un harakiri involuntario y que nadie le había pedido, ya que estoy seguro de que la Corona pasa bastante de lo que se publique o se deje de publicar en España. No hay peor censura que la autocensura, ya saben.

Pero Felipe VI también ha sido proclamado por los grandes partidos, por los grandes empresarios y por los grandes lobbys de este país, como si su reinado por sí solo fuese a salvar el sistema, como si el cuarentón más preparado de España tuviese una varita mágica con la que pagar la gigantesca deuda de España que nos ahoga o sacar, tras su caballo blanco, un paisaje de industrias y oportunidades económicas perdidas.

La proclamación ha llegado sin un debate serio, en ninguno de los sentidos, y con cero autocrítica. Me niego a pensar que en la derecha española no hay republicanos. Es más, estoy seguro que hay muchos, pero sus representantes políticos tienen miedo de que la gente acabe pidiendo la República y termine reclamando otras cosas.

En 1931 hubo un jefe de Estado elegido democráticamente. Era de Priego de Córdoba y se llamaba Niceto Alcalá Zamora. Iba a misa todos los días y su pensamiento político era bastante conservador. Era republicano, porque era un demócrata.

Es imposible ser monárquico y demócrata, como es imposible defender que en esta país aún se herede la Jefatura del Estado por una mera cuestión genética (como yo he podido heredar la alopecia de mi familia, hombre por favor).

Déjennos votar. Si va a ganar la monarquía.

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