Si se puede…

En la vida te va según el miedo que le tengas. Si yo tuviera que hacer una encuesta sobre la felicidad de la gente preguntaría por el miedo que se tiene a perder el trabajo, a tener una enfermedad, a quedarte solo, a que te deje tu pareja, a que le pase algo a los hijos, y haría un indicador sintético de “jindama”. A más jindama, menos felicidad.

El poder siempre se conquista y consolida gracias al miedo, por eso ser dominado suele hacernos infelices, y últimamente esta estructura corporativo-estatal que decide las cosas llena el mundo de amenazas que nos tienen paralizados. Paralizados y separados, porque unen el amor y el odio, pero el miedo aísla, nos hace recelosos y tenemos miedo de la turba de asustados que nos rodea

Escribía hace poco Isaac Rosa que todo esto empezará a cambiar “cuando el miedo cambie de bando”, y eso ocurrirá cuando algunos que lo superen o a los que ya les resulte insoportable se arriesguen. Lo que está pasando está siendo una triste lección de fundamentos de antropología que está erosionando toda la construcción moderna de la convivencia fundada en el diálogo, la igualdad y la asunción y el respeto a los límites. Sólo están respetando los límites los inermes, los perdedores de esta crisis que comprueban que varios años de protestas y movilizaciones han sido ignorados absolutamente por la mayoría de sus representantes. Quizás la única excepción, la aceptación de la iniciativa popular contra los desahucios, nos de alguna pista. Stop Desahucios ha exigido con civismo y convicción, con una confianza en sí misma de la que carecemos la mayoría. Han puesto de verdad el acento en el “sí se puede”,  frase que en otros casos parecía  su versión en condicional, la tan española demanda temerosa al poder. Seguro que el civismo, el carácter pacífico de las protestas es el único camino, pero también lo es que se necesita la determinación del que ha perdido el miedo. Y sería bueno ir perdiéndolo ya, porque nos va la libertad y la felicidad en ello.