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Del diálogo al decálogo

Escena de "Los diez mandamientos" de Cecil B. de Mille

Ángel Ramírez

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La nueva era comenzó el 30 de enero de 2012 con el primer advenimiento anunciado por José Antonio Nieto, alcalde de la ciudad. Ese día, rodeado de los pastores de la Fundación Córdoba Ciudad Cultural, dictó los principios del decálogo que iba a regir el futuro cultural de la ciudad. Imaginariamente estaba basado en el último coletazo de la era anterior, el documento ‘Córdoba reinicia’, pero fenomenológicamente pertenecía ya a esa nueva era que además fundaba, la era del Advenimiento. Aunque faltaban casi ocho meses para que el 10 de septiembre del año 2012 de la era cristiana naciera su hermano mayor, el Decálogo Córdoba 10, también a través del alcalde y en pleno debate del estado de la ciudad.

En los últimos años de la era dialógica nos habíamos dedicado a convencer a tirios y troyanos, con poco éxito, de que Córdoba era la ciudad del diálogo, de las culturas, de las religiones, de la ciudadanía, etcétera. Algunos lo creíamos, relativamente como todo, porque en la ciudad se hablaba mucho de cualquier cosa. El Ayuntamiento ponía una pilona en una calle y ya te podías preparar para la que se nos venía encima, decenas de organizaciones sectoriales, vecinales, profesionales, y opinantes de todo tipo tomaban los medios para que la bajaran a la hora de los colegios, la retranquearan una esquina o el concejal de turno se la pusiera en la salón de su casa. Abundaban las asambleas, comités y consejos que discutían sobre todo lo discutible, con su ecologista que va a todas, el experto autosuficiente, el vecino al que no le arreglan su acera, y el técnico municipal (entonces se les tenía un respeto) que procuraba que de todo aquello saliera una buena propuesta. A veces lo conseguía y otras salía un frankenstein infumable, pero lo que sí solían producir era la sensación de ciudad, el convencimiento de que a todos nos iba algo en ello, y que mientras más participación y diálogo mejor resultado y mayor compromiso.

A esta gran tarea de debate se sumaban organismos como el Consejo Social de la Universidad de Córdoba, con sus creativos y emprendedores, o hace un poco más, el Colegio de Arquitectos (¿sigue existiendo?) que nos ponía pegatinas de colores en el bulevar y organizaban jornadas sobre el desarrollo histórico de la ciudad. Y parecía que había una relación causal remota entre ese trabajo de discusión con lo que en algún momento posterior se haría, y más o menos nos creíamos la democracia, el progreso y la modernidad, y algunos de sus correlatos como la participación, el análisis, la estrategia y la planificación.

Toda esa antigualla se ha acabado, y ahora andamos intentando caracterizar la nueva era. Tengo dos hipótesis: o bien supone la definitiva entrada de Córdoba en la postmodernidad, o Córdoba ya no es Córdoba, se llama Macondo, y estamos inmersos en pleno realismo mágico, versión García Márquez o versión pastorcito de hinojos ante el arbolito que arde y no se consume. En el primer caso, el discurso (que diría un semiótico estructuralista), o las preferencias (que diría un politólogo) existen en la realidad social producto de interacciones, mutaciones, liquideces y otros esoterismos, y de forma especular se materializa en uno que pasa por allí. Hasta ahora la cosa ha sido dicha por boca del alcalde, pero nada impide que la próxima vez el médium sea Rafael Gómez o el sastre de Santa Marina.

En la era del Advenimiento las cosas no se producen, emergen, y así vivimos en estado de pura emergencia. El precursor fue el citado líder de UCOR (una emergencia en sí misma), a través del cual apareció un parque temático de próceres cordobeses esculpidos en mármol de Carrara, después vino la escuela de formación de capataces y costaleros, y ahora nos ha emergido un falso aeropuerto (el verdadero parece que también es falso) a orillas del Guadalquivir. Y como las cosas se generan a sí mismas nos podemos dedicar a pasar las tardes contemplando milagros que se producen solos y que, eso sí, tardan tanto en aparecer como en desaparecer, tal que el propio Decálogo que no hay quien lo encuentre ni con google. Es una ventaja que tiene el método del advenimiento frente al dialógico, porque como dijo aquél, lo malo de la democracia es que hay que tener las tardes libres.

¿Y qué dice el Decálogo?, diez cosas que se resumen en dos. Pero eso lo dejamos para otro día.

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